Respeto, el arte perdido de no morderse las uñas Tania

En opinión de Jasso Blancas

Respeto, el arte perdido de no morderse las uñas Tania

Hoy me dispongo a abordar un tema de vital importancia en nuestros tiempos modernos: el respeto. Ese concepto tan deslumbrante que parece haberse extraviado en algún rincón olvidado del pasado. Permítanme relatarles una travesía por el mar de susceptibilidades y ofensas insignificantes que caracterizan nuestra sociedad de piel fina y nervios a flor de piel.

Hace poco fui testigo de una curiosa escena: un adorable niño, en toda su tierna sabiduría infantil, se proclamaba cansado de tanto "no" ante su distraída madre. A su corta edad, este pequeño ya se siente oprimido. Y, sinceramente, quién no ha experimentado esa sensación alguna vez, ¿verdad? Todos hemos sentido que algo muy nuestro sufre menosprecio y ataques, como cuando alguien intenta cuestionar a nuestro político favorito o, peor aún, se atreve a criticar nuestras queridas series de televisión.

Pero no se preocupen, no estamos solos en esta lucha por el respeto. Incluso los profesionales del crimen tienen su propio código de cortesía. Sí, sí, lealtad entre ladrones y cortesía entre asesinos. San Agustín ya lo argumentaba: incluso los bandidos quieren que el botín robado se reparta de forma equitativa. ¡Un reconocimiento del injusto a la justicia, vaya contradicción!

En nuestra sociedad, cada uno de nosotros reclama respeto por nuestras ideas, deseos, lengua, memoria, sueños, sueldos, gustos peculiares e incluso disgustos familiares. Somos adictos a la aprobación del ojo ajeno, como si necesitáramos el "me gusta" de la vida real. ¿Quién necesita padrinos o guantes para abofetear cuando tenemos el poder de las redes sociales? Ahí es donde los contendientes de verbo cruel se vuelven súbitamente quisquillosos ante las críticas ajenas. Y, según Andrea Marcolongo, la palabra "respeto" tiene raíz en el verbo latino "mirar". Así que, amigas y amigos, respetar implica enfocar a los demás sin desfigurarlos ni mostrarlos odiosos.

Pero no todo está perdido. Existe una herramienta antigua que puede sacarnos a flote en este mar de susceptibilidades: la confianza. Sí, esa actitud amistosa que nos evita rechinar los dientes. Claro, hace falta coraje para fiarse del prójimo, pero si logramos tejer una red de cordialidad, podremos convertir las crisis en lazos de ayuda mutua y las bromas en guiños de sana ironía.

En momentos de calamidad colectiva, es fundamental ver en los demás rostros, no bandos. Debemos contemplarnos unos a otros como un nosotros, sin sospechas que nos vuelvan solitarios e insolidarios. Es tentador considerar malvado y malintencionado a quien piensa diferente, pero eso solo nos lleva al precipicio de la política tribal. Y, como dijo Ambrose Bierce, las broncas y los litigios son maquinarias en las que se entra como cerdo y se sale como salchicha. ¡Una oferta que no podemos rechazar!

Así que, siguiendo el ejemplo de los romanos y su diosa Bona Fides, debemos recordar que la buena voluntad es la raíz de los intercambios y la colaboración. Si navegamos juntos, no naufragaremos a la vez. Y si solo vemos adversarios, las adversidades nos derrotarán sin piedad.

Recuerden, confiemos en el prójimo, riámonos de nosotros mismos y, sobre todo, mantengamos viva la llama del respeto, aunque a veces parezca una especie en peligro de extinción.