Repaso

En opinión de Carlos Gallardo Sánchez

Repaso
  • ¿Y por qué no un museo de la educación en Cuernavaca?

He caminado por la avenida Morelos en estos días. En la contraesquina donde está ubicado el Teatro de la Ciudad o Teatro Morelos, observo un letrero que ofrece en venta el vetusto edificio que, en otros tiempos, allá por la década de los años veinte del siglo pasado, albergó la Escuela Normal de Cuernavaca.  En tanto leo eso de “Se vende”, pienso que allí se podría instalar un Museo de la Educación. Pienso y sonrío, por mi ingenuidad. En Morelos me parece que la memoria histórica sobre las instituciones, los hechos y los personajes relacionados con la educación prácticamente está desatendida. Ni las sucesivas autoridades gubernamentales, ni los representantes gremiales, que cíclicamente se llenan la boca hablando del compromiso por fortalecer la identidad en la materia, mueven en los hechos un dedo para que maestros de grupo, alumnos, padres de familia y sociedad en general, pudieran apreciar, como patrimonio cultural, la dinámica social que late en cada centro educativo y que constituye un punto de referencia en cada comunidad sobre sus propios procesos evolutivos y de mejora.

Proponer un Museo de la Educación en Morelos no es fantasioso. Hay experiencias, si bien de carácter internacional, que dan cuenta de la relevancia y utilidad de ese tipo de centros culturales. En Madrid existió un Museo Pedagógico Nacional, del que se afirma: “Se puede decir que se trata de uno de los organismos que más ha contribuido a la actualización educativa del Estado contemporáneo […] su actividad no se redujo al fomento del mero coleccionismo, sino que se erigió en un centro vivo de investigación educativa, de formación, asistencia técnica y proyección social. […] el museo fue un foro que desarrolló una notable influencia en la renovación de la escuela española.”

En esos tiempos en que resulta indispensable fortalecer el arraigo y el sentido de pertenencia a las instituciones escolares y a los procesos formativos que han promovida, principalmente entre quienes se dedican a la noble tarea de educar, un museo, insisto, sería un proyecto sustantivo para no olvidar hechos y circunstancias que sirvieron para conformar una manera de ser histórica y con huella fundamental en el devenir de nuestro estado.

El edificio al que me refiero, reitero, sería ideal para la idea que esbozo. Un profesor de aquella época, Cornelio Godínez Meza, hizo un relato interesante de cómo empezó a funcionar la Escuela Normal de Cuernavaca en ese lugar. En una parte de su relato escribe lo siguiente:

“El dormitorio de los alumnos era un salón como de veinte metros de largo, y allí se veían algunas camas de hierro con colchón, de madera con tablas y simples colchones en el suelo con sus almohadas y cobijas.  Había también petates en el suelo y, luego de levantarse por las mañanas los alumnos, enrollaban éstos y los colocaban por allí recargados en la pared.”

Los cursos de la Escuela Regional de Cuernavaca comenzaron el 15 de marzo de 1926. Su primer director fue el profesor Martín Jiménez Esparza. La planta docente estaba integrada por Estanislao Rojas Zúñiga, Alejandra V. de Vélez, Rubén Castillo Penado, Galdina Guevara Cipriano Zamora, Teresa Navarro Quintero, Manuel Villaseñor, Davis Garfias, Cornelio Godínez Meza, Félix T. Carranza, Rubén Abarca y Ramón García. A mediados de ese año tenía una matrícula de 78 alumnos 37 hombres y 41 mujeres. La carrera constaba de cuatro semestres, egresando la primera generación el 30 de noviembre de 1927.

Fueron de los primeros pasos, después de la revolución, con los que se empezó a formar docentes de instrucción primaria y una de sus sedes fue ese edificio que hoy está a la venta. Seguramente pocos, muy pocos, saben que allí funcionó una escuela normal.

Por eso considero que algo debe hacerse para que en Morelos y en Cuernavaca se repiense el sentido de pertenencia a las raíces generadas por los procesos educativos que han tenido lugar por estos rumbos patrios.

No importa predicar en el desierto, ante la indiferencia de quienes deberían fomentar ese arraigo esa identidad. Por lo menos hay que dejar constancia de que somos portadores de un pasado que en este caso tiene su punto de origen, su etapa fundacional, en las instituciones y sus principales protagonistas educativos.

  • De refilón

Ya prolifera e discurso manipulador sobre la Nueva Escuela Mexicana. Se está utilizado sólo como recurso palabrero, sin preocuparse por lo que esa propuesta implica dentro de la administración federal que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Hay que vacunarse contra esas prácticas de empleo de conceptos, sin la menor preocupación para darles relevancia y significado a partir de su propia esencia teórica.

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