Juego de Manos - De tibiezas y condenas enérgicas

En opinión de Diego Pacheco

Juego de Manos - De tibiezas y condenas enérgicas

A través de un comunicado en redes sociales, el director de la Facultad de Química de la UNAM, Dr. Carlos Amador Bedolla, anunció la separación de dos profesores de dicha institución, de todas las actividades con alumnos. El primero, profesor de asignatura del Departamento de Fisicoquímica, destituido por haber expresado comentarios misóginos y sexistas (cuya evidencia se encuentra en redes sociales); el segundo, profesor de asignatura del Departamento de Matemáticas, por ejercer violencia de género (x2). Días más tarde, la Universidad comunicó que el Tribunal Universitario dio inició a un proceso jurídico para la expulsión definitiva de ambos maestros de la Facultad de Química.

Esta noticia es relevante —más allá de lo superficial— por dos elementos. El primer y más importante punto, porque las acciones emprendidas por la Máxima Casa de Estudios para combatir la crisis de violencia de género que se vive en sus espacios, por enésima vez, se quedó corta.  A través del comunicado del director no se pretendía expulsar a los profesores de las actividades en la Universidad de Nación, sino separarlos de cualquier contacto con estudiantes. Por lo tanto —a pesar de que días posteriores se haya anunciado la expulsión de ambos personajes— la primera reacción fue, como es costumbre, tibia.

En segundo lugar, por el lenguaje que se maneja dentro del comunicado. “Actos sexistas y misóginos” y “actos considerados como violencia de género” son los términos utilizados para describir las acciones de ambos profesores; no obstante, no reflejan la severidad del problema. Por ello, refresquemos la memoria.

Si bien no se mencionan nombres dentro del comunicado, a partir de la evidencia disponible en redes sociales —así como el ruido que existe a su alrededor— se puede intuir que se trata de los profesores Mario Chin y Arturo Zentella.  El primer caso se desarrolla durante una clase virtual, en donde el maestro Chin habla de dos mujeres y sus respectivos apodos: La Mufla de Oro, que “era la que más novios tenía y la más ardiente de todas” y La Bolsa de Hielo de Oro, cuyo apodo se debe a que “con unos golpes aflojaba”. Ambas anécdotas las cuenta con una sonrisa en el rostro y dejando escapar algunas risas; asegurando que su público se reiría una vez entendieran el “humor”.

El segundo caso se desarrolla en una conversación (aparentemente privada) entre Arturo Zentella y una alumna, acerca de los criterios de evaluación de la clase. Ahí, a partir de que ella pregunta sobre algún método para compensar un rubro de la asignatura, él le contesta: “pues ahora, como no es presencial, no te puedo proponer sexo. Así es que no se me ocurre”. Vaya.

La UNAM tiene un grave problema de violencia de género que no ha sido capaz de resolver. Recordemos que, previo a la llegada del covid-19, diversas facultades se encontraban en paro de actividades como protesta por la violencia ejercida por profesores y alumnos, así como la impunidad hacia dichas conductas. Hoy, con la nueva modalidad de clases en línea, es posible documentar de manera más sencilla algunas agresiones realizadas por profesores; no obstante, no hay que perder de vista que existen centenares (si no miles) de casos cuyas denuncias no fueron procesadas correctamente, creídas por las autoridades o simplemente no se denunciaron por cualquier motivo.

Estas dos expulsiones no son una solución al problema estructural que enfrenta la institución, sino que son meramente una reacción obligada a partir de la visibilidad que se le dio a ambos casos. Para hacer frente efectivo a esta problemática se requiere, forzosamente, atender sus causas, escuchas a las víctimas, reforzar los protocolos de seguridad y terminar con la impunidad que permea en la materia.

Este es un tema al que la UNAM no ha dado la seriedad que requiere. Si desde un primer momento no se reconoce la severidad y permanencia del problema, se estará avanzando por un camino redondo. Porque con condenas enérgicas y acciones flojas, las víctimas, como los victimarios, seguirán aumentando.

 

Paso a paso

 

Hace unos meses, nos encontramos con la excelente noticia de que los Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual o Identidad de Género (ECOSIG), habían sido prohibidos en la capital del país. Un primer esfuerzo que sirvió, a su vez, para dar cuenta de los daños que este tipo de prácticas tienen sobre las personas que son sujetas a ellas; así como su clara naturaleza discriminatoria y violenta.

Ahora, el Estado de México ha prohibido estas prácticas discriminatorias y violentas, a partir de que el Congreso de dicha entidad Estado de México aprobara —con 61 votos a favor y 9 (del PAN) en contra— reformar el Código Penal de la entidad. A partir de ello, se establecen penas de 25-100 días de trabajo comunitario y 50-200 a quienes obliguen o sometan o coacciones a realizar o recibir estas “terapias”.

De acuerdo con un informe presentado por Víctor Madrigal-Borloz, experto independiente de la Organización de las Naciones Unidas, las mal llamadas “terapias de conversión” son prácticas que rayan en la criminalidad y son actos claros de discriminación. Asimismo, desatacó que no existe evidencia que sustente que se pueda mudar la orientación sexual de las personas.

Como país, debemos seguir avanzando paso a paso para eliminar las ECOSIG en todos los estados, así como construir una verdadera igualdad en la materia. Bien lo han señalado innumerables veces colectivos y miembros de la comunidad LGBT+, no hay nada que corregir, nada que curar, todas y todos tenemos derecho a amar, ser amados y expresar nuestra identidad sin distinciones ni juicios.

 

Por cierto:

 

El papa Francisco I señaló que apoya la unión civil entre parejas homosexuales dentro del documental “Francesco”, un hecho que ha alzado voces a favor y en contra del pronunciamiento, así como críticas al fondo del mensaje. Entonces, ¿la Iglesia Católica se convierte en aliada de la comunidad? No, me explico.

Primero, vale la pena señalar que, al momento de abogar por la unión civil entre personas homosexuales, se está llamando a un retroceso en la lucha por igualdad social y no discriminación; puesto que se crea un espacio para que las personas no heterosexuales puedan celebrar una unión similar —más no igual— a un matrimonio. Hacer una distinción entre la unión entre personas heterosexual y no he, es un acto de discriminación.

Por otro lado, se sigue teniendo una deuda enorme hacia el resto de los integrantes de la comunidad, en cuanto al reconocimiento de sus derechos e identidades. El camino para que la iglesia sea verdaderamente inclusiva y respetuosa hacia todas y todos, sin distinción, sigue siendo muy largo. Para ahondar en el tema, te recomiendo el artículo “El papa y la homofobia de la Iglesia”, de Bruno Bimbi para el New York Times.

 

Caminemos juntes: 

  

diegopachecowil@gmail.com