Inclusión Educativa en la UAEM - Carlos Monsiváis: Facultad de Humanidades, UAEM

En opinión de Eliseo Guajardo Ramos

Inclusión Educativa en la UAEM  - Carlos Monsiváis: Facultad de Humanidades, UAEM

Por estas fechas se ha estado conmemorando el décimo aniversario luctuoso de uno de los intelectuales mexicanos contemporáneos más conspicuos de que se tenga presente. Cuánta falta nos ha hecho en plana pandemia señalar un conjunto de hechos muy controvertidos a los ojos de unos, pero no a los de la cera de enfrente, con la frase de su cuño “para documentar el optimismo”, que no hacía mas que echar más sal a la herida por su sardónico tono. Hubiera repartido a tirios y troyanos, nadie se escaparía.

 

Cumpliendo el 50 Aniversario de la Autonomía, la UAEM decidió celebrarlo otorgando Doctorados Honoris Causa a las personalidades más influyentes en el cultivo del valor más preciado para una universidad pública. En esa época se otorgó la más alta distinción académica a intelectuales de la talla de Pablo González Casanova, Adolfo Sánchez Vázquez y a Carlos Monsiváis, entre otros. Estas propuestas se hicieron a través de la Facultad de Humanidades ante el Consejo Universitario. En ese entonces, estaba al frente la ínclita doctora Alicia Puente Lutteroth.

 

Recuerdo que, en calidad de Secretario Académico, me correspondió encabezar la comitiva que ofrecía el reconocimiento a los galardonados para conseguir su venia. Una vez aceptado el bien logrado premio se fijaban los pormenores. Todavía recuerdo cuando salimos a la autopista rumbo al entonces Distrito Federal, la Dra. Lutteroth iba en su vehículo porque pensaba quedarse después de la visita a Casa de Monsiváis. Ella se adelantó, pensamos que porque conducía despacio, nosotros íbamos atrás. Ella se desvío a tomar gasolina en la gasolinera de la salida a Cuernavaca, pero no nos dimos cuenta. Seguimos creyendo que iba un poco delante de nosotros. Nos extrañó que no le dábamos alcance y apretamos el acelerador y cada vez nos asombrábamos más de las habilidades velocísticas de la directora. Nunca supusimos que ella en realidad iba cada vez más atrás de nosotros.

 

Estando en Casa de Monsiváis, uno confirma lo que decían todos sus amigos y visitantes. Ahí reinaban los gatos. Y era lógico estar sentados en un sofá raído por las uñas de los consentidos felinos domésticos. Aparte de uno o dos se paseaban por la sala, Monsiváis acariciaba a uno de ellos entre sus manos, en tanto la comitiva le hablaba se los méritos que habían sido considerados para asignarle el título universitario cuasi nobiliario.

 

Como bien suponen, Monsiváis no manejaba, siempre se condujo en taxi. Por lo que quedamos en pasar por él el día pactado para que con un pergamino y una medalla el rector, en ese entonces, el psicólogo René Santoveña Arredondo, lo ungiría.

 

Fuimos por él Gerardo Gama, manejando, y yo. Los académicos eran consejeros universitarios y estarían en el Auditorio Emiliano Zapata con todo y toga y birrete (versión de Boloña) para otorgarle el laudo acordado. Llegamos, y no estaba en su Casa, que “había salido” dijeron. Un sudor frío recorrió mi frente. Conocía muchas anécdotas en los que se esfumaba y no aparecía, más en los reconocimientos, que no eran su pasión. A mi mismo me había ocurrido, siendo Director de Investigación en la UPN Ajusco. Me dejó plantado para una conferencia en el Auditorio Lauro Aguirre, siendo rector José Ángel Pescador. En ese recorrido de malos pensamientos, apareció dando vuelta a la esquina de su Casa con un bulto de 30 Kg catina para gato en el hombro, muy quitado de la pena. Nos volvió el alma al cuerpo. Dejó el alimento de sus mascotas y nos venimos a Cuernavaca.

 

En el camino nos venimos platicando de la cultura de Tijuana. Él fue uno de los descubridores de la cultura migrante y del centro de atracción en que se volvió esa frontera mexicana. Tenía un gran olfato para la auténtica cultura de lo popular. Ya íbamos llegando por el camino corto a la universidad desde la autopista, por donde está la gasolinera de enfrente, por donde quiera que se le quiera ver. Y dijo, oigan déjenme tomar algo, no he desayunado y ya eran las 10:00 AM y esa era la hora de la ceremonia. Le dije, no te preocupes ahorita lo resolveos rápido y cerca de la universidad, además tranquilos sin molestia alguna. Y le dije a Gerardo que le picara rumbo al (café) “Gringo” de Ave. Universidad para que se echara una chapata y un jugo de naranja.

 

La Dra. Puente Lutteroth, nerviosa me llamaba para saber qué nos había pasado, y para decirme que la ceremonia estaba lista, que los consejeros universitarios estaban ansiosos de ver entrar al Sabio Monsiváis. Le hice saber que estábamos en la órbita de la ciudad universitaria, sin decirle dónde exactamente estábamos. Le cayó de maravilla el desayuno improvisado al galardonado y partimos rumbo al olimpo de los dioses. Siempre he creído que hasta donde está el Gringo llega el verdadero campus de Chamilpa, con el Gringo incluido. Tiempos idos, ante pandemia.