Escala de Grises - Recuento de daños
En opinión de Arendy Ávalos
A un año de su triunfo electoral, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió ser el protagonista (¡qué raro!) de un evento masivo en el Zócalo de la Ciudad de México; esto con el objetivo de rendirle cuentas al pueblo “con absoluto apego a la verdad”.
Durante el evento desfilaron por el escenario bailarinas, bailarines, trajes típicos, incontables instrumentos y música para todos los gustos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien festejó el aniversario de su llegada a la presidencia de tal manera? Yo tampoco me acuerdo.
A lo largo de su discurso, AMLO lanzó datos como la entrega de 9 mil becas a estudiantes de posgrado, el descenso de la inflación un 4.3% —en comparación con el mismo periodo del año pasado—, la creación de empleos la reducción del robo de combustible, la reducción de los sueldos y privilegios para las y los funcionarios públicos, entre otros asuntos que bien pudo haber tratado en una conferencia matutina (sin tanta jiribilla).
En resumen, culpó a sus antecesores, coló algunos datos como los mencionados anteriormente, prometió brindar servicios de salud a todas las personas que aún no tienen acceso y dijo que, a pesar de que ya cumplió con 78 de sus 100 promesas de campaña, el sistema debe mejorar: “Con lo conseguido en siete meses basta para demostrar que el cambio de gobierno no ha sido más de lo mismo. Por el contrario, está en marcha una profunda transformación pública de México”, mencionó.
“Desde que soy presidente he celebrado 122 asambleas informativas”, dijo orgulloso. A pesar del tedio que podría implicar escuchar la cadencia de López Obrador todos los días, las mañaneras han servido para conocer de cerca las opiniones del presidente, para analizar lo que dice y lo que no, y también para que la población se entere de tópicos como salud, migración y seguridad; eso se agradece.
El problema está en que, después del famoso yo tengo otros datos, las contradicciones entre el discurso de campaña (que no suelta) y sus acciones como mandatario se hacen cada vez más evidentes y difíciles de arreglar, pero es algo que no parece importarle mucho.
“No voy a detenerme en la elaboración de ideas, iré a lo concreto. La política es pensamiento y acción, pero ahora son tiempos de hechos, no de palabras” ¿Qué estuvo haciendo durante 90 minutos, entonces? ¿Y si, en lugar de planear un espectáculo de tal magnitud, el presidente hubiera invertido ese tiempo en, no sé, echarles un ojo a las noticias? Tal vez así hubiera estado más preocupado por la situación de violencia a lo largo y ancho del país que por apartar el show de La diosa de la cumbia.
Después del informe, bautizado en redes como el AMLO fest, se filtró un documento con lo que parece ser el costo total del evento: Casi tres millones de pesos. ¡Qué curioso! ¿La austeridad republicana no importa cuando se trata de celebrar la “hazaña colectiva” de la democracia? ¿Y si, para futuras ocasiones, utilizamos esos recursos para algo más que un concierto? Se me ocurre.
Ese mismo primero de julio, se hizo tendencia nacional la etiqueta #YoNoFestejomediante la cual se exponían comentarios, argumentos, opiniones y memes en contra del presidente, Morena y estos siete meses de gobierno. Muchas publicaciones hacían un recuento de los errores de Andrés Manuel en materia de presupuesto y seguridad. En otras tantas podían leerse frases como “Estábamos mejor cuando estábamos peor” y “¿Por qué no reelegimos a EPN?”.
¿En serio? Hemos reducido la política nacional y la silla presidencial a una competencia para ver quién hace peor su trabajo y quién deja en peores condiciones al país. Tampoco se trata de eso. Una visión crítica es necesaria en todos los contextos, pero hay una diferencia abismal entre una mirada objetiva y caer en el absurdo de extrañar a Enrique y el régimen alrededor de él. No abuse.
López Obrador ha prometido construir “una nación feliz (lo que sea que eso signifique), una patria nueva, más justa, próspera, democrática, libre, pacífica, fraterna y soberana” porque La Cuarta Transformación “no limita su propósito a un simple cambio de gobierno, sino que tiene como objetivo superar, para siempre, el régimen corrupto y despiadado”.
Ese afán de trascendencia es peligroso. Hay un ímpetu en destruir todo lo que dejaron los gobiernos anteriores y edificar una nueva forma de construir la política, esto significa “eliminar” todo lo malo y lo poco bueno de las administraciones anteriores. La pregunta es si realmente está cortando la hiedra de raíz o nada más le está otorgando el perdón y un pedacito de tierra en el jardín de Morena.
Mucho se ha hablado del don que tiene AMLO para enardecer multitudes y apelar a las pulsiones más básicas. Si usted le ha puesto la mínima atención, ha podido notar que el cambio en sus expresiones e, incluso, en su voz es instantáneo; está hecho para permanecer en la campaña... Quizás es la mera costumbre. Nuestro presidente busca el menor pretexto para salir a llenarse de aplausos y vítores, pero al pueblo de poco le sirven.
Apenas van siete meses, se cumplió un año del triunfo electoral y el presidente parece no querer renunciar a la adrenalina de abrirse paso entre un mar de gente. La expectativa está en el aire: ¿Qué nos espera el primero de diciembre?
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