Escala de Grises - Nada que curar

En opinión de Arendy Ávalos

Escala de Grises - Nada que curar

Para variar un poco el tono en el que casi siempre se redactan estas letras, hoy tenemos buenas noticias. El viernes de la semana pasada, el Congreso de la Ciudad de México aprobó la penalización de la tortura denominada “terapia de conversión sexual”.

El dictamen fue aprobado con 49 votos a favor, nueve en contra (¿por?) y cinco abstenciones. Por si usted no supo por qué utilicé el termino tortura para definir las acciones que, afortunadamente, ya son un delito; le explico.

Dichas “terapias” están definidas como “aquellas prácticas consistentes en sesiones psicológicas, psiquiátricas, métodos o tratamientos que tengan por objeto anular, obstaculizar, modificar o menoscabar la expresión de identidad de género, así como la orientación sexual de las personas”. Eso escrito con palabras decentes.

Empero, para traducir la definición del párrafo anterior, debemos nombrar lo que sucede realmente en los centros —impulsados por grupos conservadores y religiosos— que realizan este tipo de violaciones a los derechos humanos, entre las que se encuentran: privación ilegal de la libertad, tortura física, moral y psicoemocional mediante tratos crueles que atentan contra la dignidad; mismas que pueden derivar en padecimientos graves y, en casos más graves, en suicidio.

Las reformas al Código Penal implicarán tipificar como delito cualquiera de estas prácticas en la ciudad y las penas —de dos a cinco años de cárcel y de 50 a 100 días de trabajo comunitario— se agravarán cuando se trate de una persona menor de edad.

Al respecto, Claudia Sheinbaum respaldó la iniciativa, se pronunció a favor y declaró que las medidas anteriormente mencionadas pertenecen al periodo conocido como La Inquisición y, además, “no corresponden a una ciudad de derechos, no corresponden al conocimiento científico, a los derechos o a las libertades”. Tiene toda la razón.

Sin embargo, aunque esto representa una luz para la comunidad LGBTTTIQ+ en el país, pues la capital puede ser el epicentro de un movimiento mucho más grande; este tipo de prácticas sigue existiendo en todo el mundo y se replican en, por lo menos, 68 países; entre los que se encuentran África, América Latina, El Caribe y Asia.

La decisión del Congreso de la CDMX es un primer paso, pero todavía falta mucho por hacer. Este “avance” es sólo de unos metros, lo que tenemos por delante son maratones completos, porque el problema es mucho más extenso.

¿Cuál será el proceso para aquellas instituciones que discriminen implícita o explícitamente a quienes formen parte de la comunidad LGBT+? ¿Cómo se procederá ante las empresas que siguen discriminando a las personas en sus procesos de reclutamiento por el simple hecho de no cumplir con las normas heterosexuales? ¿Cuál será el proceso para denunciar alguna de las prácticas anteriores? ¿Cómo se realizarán las investigaciones? ¿Se criminalizará, violentará o intimidará a quienes denuncien? ¿Habrá un protocolo de acción que incluya capacitación para el personal?

¿También se castigará a las familias que expulsen a sus hijas o hijos de casa por “salir del clóset”? Porque, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género 2018, elaborada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). Por lo menos el 22% de las personas que se identifican como parte de la comunidad LGBTTTIQ+ dejaron sus hogares debido al rechazo de sus familias. Bajo esta misma línea, según la organización It Gets Better México, en los últimos días de confinamiento por COVID-19, al menos 15 personas fueron expulsadas de sus hogares. ¿También las familias pasarán de dos a cinco años en la cárcel?

¿Qué pasará con aquellos funcionarios y funcionarias que siguen emitiendo discursos homofóbicos? Porque, no sé si usted lo recuerde, pero Ramón Castro Castro (obispo de Cuernavaca) aseguró que “la pandemia es un grito de Dios a la humanidad ante el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción, la eutanasia y la homosexualidad. ¿También esos actos serán tipificados?

Somos un país en el que las masculinidades tóxicas se ven de diferentes formas, en donde si no se cumple con el “deber ser” de los sexos o los géneros, entonces hay algo mal que se debe arreglar y, si no se puede, entonces se debe exiliar. Ya basta.

Llevamos años escuchando discursos homofóbicos, no sólo en los medios de comunicación masiva o en los sermones de la Iglesia, sino en las pequeñas —pero significativas— conversaciones que se dan en la sobremesa después de una comida familiar o en los insultos que intercambian los adolescentes en la secundaria, en una cultura donde existen insultos como “puto” o “marimacha”.

Ojo, la homofobia, no sólo está en las prácticas; también está en las palabras. Hablemos al respecto. Está en nuestras manos dejar de consumir y reproducir contenidos que se burlan de la identidad, expresión de género u orientación sexual de otras personas.

Podemos detener los prejuicios religiosos y pensamientos machistas por los que la discriminación parece no tener fin. Agarremos fuerte la empatía y empecemos a trabajar, desde nuestras trincheras, para que se respeten y garanticen los derechos de todas y todos; sin que exista ningún pretexto en medio.

Abramos los ojos. Escuchemos. Las únicas enfermedades a este respecto son la ignorancia y el odio hacia la diversidad. Las personas cuya bandera tiene los colores del arcoíris no quieren nada más casarse o adoptar, quieren vivir libres y vivir en paz. No hay nada que curar.

 

 La recomendación: Mucho, mucho amor: La leyenda de Walter Mercado es un documental que revela la carrera y vida del icónico astrólogo que se abrió paso en un mundo homofóbico. Este audiovisual fue retomado en el último episodio del pódcast Piedra, papel o tijeras por dos de mis voces favoritas en el mundo. No se pierda ninguna de estas producciones que puede encontrar en Netflix y en Spotify, respectivamente.

 

#LoveIsLove:

arendy.avalos@gmail.com

@Arendy_Avalos en Twitter e Instagram