El Tribunal y la restauración democrática.
En opinión de Aura Hernández
“Un buen juez (o, si se quiere, un juez excelente) no se preocupa simplemente por hacer bien su trabajo, sino que asume también una responsabilidad institucional en lo que hace: no le importa únicamente su conducta individual, sino que se esfuerza para que la institución a la que pertenece sea la mejor posible”
Manuel Atienza en El Juez perfecto.
Hoy termina un ciclo y empieza otro en el Poder Judicial de Morelos. Y aunque esto no es algo novedoso sino hasta rutinario, pues ocurre cada dos años, el hecho es esperanzador pues en varios años los cambios de timón en ese poder se han caracterizado por ser extremadamente accidentados y hasta escandalosos, todo, en detrimento de la credibilidad de la institución que se encarga en Morelos de la noble tarea de impartir justicia.
Se ha dicho hasta el cansancio que en un régimen como el mexicano donde los jueces no son electos directamente, lo que los legitima son sus sentencias. Desgraciadamente no siempre, ni en todos los casos es así. En Morelos, durante años, hemos sido testigos de alianzas facciosas entre algunos juzgadores, de algunas actuaciones y fallos de consigna para satisfacer alguna exigencia política o para pagar de factura en agradecimiento a quién les ayudó a llegar al puesto, y, también hay que decirlo, algunas veces a cambio de un beneficio económico.
Entre la clase política y trabajadores de los medios de comunicación es “vox populi” que no hace mucho tiempo, y carezco de pruebas para saber a ciencia cierta si todavía ocurre así, los nombramientos en el Congreso tenían precio en pesos constantes y sonantes y que, parafraseando a los clásicos, un abogado pobre “es un pobre abogado”, pero nunca será Magistrado. Por ello, el reto de la legitimidad ante la sociedad es una tarea impostergable.
Cuando hay ese vicio de origen en los nombramientos una de las consecuencias es la improvisación en una tarea que tiene en sus manos la libertad, el patrimonio, la tranquilidad, las vidas de las personas que, cuando no queda nada, recurren a los tribunales en busca de justicia. Por eso las designaciones por dedazo son un lastre para el sistema de justicia, pues inciden en el disfrute de un derecho fundamental como es el acceso a la justicia.
Pero así como hay vicios, es también necesario reconocer que en Morelos existen juzgadores y juzgadoras con un gran compromiso y que se han ganado el respeto de muchas personas por la calidad de sus resoluciones y por la autonomía con que se conducen frente al poder. Juzgadores independientes, estudiosos y con vidas irreprochables. Y digo esto último porque soy de las que creen que un buen juez debe ser también buena persona.
Con todo y que sabemos que las fallas en el sistema de impartición de justicia del estado de Morelos no se van a extinguir de un día para otro, si entusiasma la restauración democrática que vivió el Tribunal Superior de Justicia en los primeros días del mes de mayo. Entusiasma porque es un buen síntoma que no hayan sido necesarios ni boxeos en el pleno, ni habilitación de última hora a magistrados numerarios. Entusiasma que hubo un grupo de profesionales del derecho que se pusieron de acuerdo para llevar la elección del titular de la institución de una manera en que ésta no saliera tan lastimada.
Y para honrar eso es necesario que quien no ganó entregue la institución con todas las de la Ley, pero también es de esperar que quien llegó con sobrada legitimidad por cierto, y no lo digo solo por los votos que obtuvo sino por su historia personal y profesional, sea capaz de mantener el entusiasmo y la esperanza de la ciudadanía, que no utilice ni desgaste a la institución utilizándola para crecer políticamente o económicamente, como ya ha ocurrido antes. Que exija cuentas claras al quien sale, que se allegue de un equipo profesional y no solo de sus amigos, pero, sobre todo, que sea humilde… muy humilde.