Escala de Grises - Lo que nos queda de mundo
En opinión de Arendy Ávalos
El pasado viernes, México se sumó a la mayor movilización climática de la historia, inspirada por la adolescente sueca, Greta Thunberg. Alrededor del país se organizaron más de 90 eventos en los que participaron entidades como Morelos, Ensenada, Querétaro, Puebla, Campeche, Quintana Roo, Mérida y Oaxaca, entre otras.
En el marco de la Cumbre Sobre Acción Climática de la ONU, esta protesta unió a 163 países con la frase “No somos jóvenes que se saltan las clases. Somos la vía del cambio y juntos somos imparables”, con el objetivo de exigir acciones reales por parte de empresas y gobiernos respecto a la actual emergencia ambiental.
Tan solo en la Ciudad de México se convocó a estudiantes de las principales universidades públicas como la UNAM, UAM, ENAH y el IPN, así como alrededor de 40 organizaciones ambientalistas. Las y los manifestantes partieron del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino alrededor de la una de la tarde, mientras gritaban consignas para exigirle al presidente de la República frenar la construcción del Tren Maya y la refinería de Dos Bocas.
Uno de los principales objetivos de esta movilización fue visibilizar los problemas que desencadenará el aumento de temperatura en el planeta durante los próximos años, cuestión que afectará la vida social como la conocemos, la producción agrícola y provocará la extinción de más especies, sequías, entre otras cosas.
A pesar de la asistencia de un gran número de personas, la cobertura de este evento en los medios de comunicación no fue tan amplia; sin embargo, varias cuentas de Twitter opinaron al respecto; como siempre, las opiniones se dividen entre quienes estaban a favor y en contra.
Lo que empezó como la protesta de una niña en Suecia, se transformó en un movimiento social a escala global que busca crear conciencia ecológica, buscar alternativas sustentables, darles prioridad a las políticas públicas en este sentido y exigir la modificación del término “cambio climático” por el de “emergencia climática”. ¿Por qué? Porque la palabra cambio no significa problema alguno per sé y es necesario abordar el problema de forma distinta, hacer evidente la crisis en la que nos encontramos.
Hay muchas cosas que debemos tomar en cuenta, no de la marcha, sino del conflicto; hablando de manera general. El simple hecho de alcanzar a ver la gravedad de la situación, indica una posición de privilegio, dependiendo del contexto. Me explico.
En un país como el nuestro, donde los índices de pobreza alcanzan a más del 40% de la población, no es una prioridad hablar del medio ambiente, por lo menos con un porcentaje tan representativo. ¿Usted qué cree que le importe más a una familia con estas características? ¿Controlar su emisión de carbono o prender carbón para cocinar y poder comer? La respuesta es bastante obvia, pero eso no le quita lo grave.
Bajo esta misma línea, las personas que se empiezan a preocupar por lo que sucede en el planeta cumplen con ciertas características económicas, sociales e, incluso, culturales. Tienen la posibilidad de invertir (tiempo y dinero) en transformar su cotidianidad para contribuir a una forma más sustentable de sobrevivir.
Por otra parte, las y los activistas en estados como Chiapas, Veracruz, Morelos o Oaxaca están en contacto directo con los problemas que deberían preocuparnos a todos, ese punto de vista tiene una diferencia diametralmente opuesta con lo que se vive en la CDMX, por ejemplo. Aunque, por supuesto, esta posición no garantiza nada; ya que, tan sólo en el último año, 13 activistas defensores del medio ambiente y los derechos humanos han sido asesinados.
Si contemplamos ambas caras de la moneda, las opciones que tenemos para sumarnos a la lucha por el medio ambiente parecen reducirse considerablemente; sin embargo, hay alternativas sencillas y significativas en las que todos y todas podemos participar.
Cerrar la llave del agua mientras nos enjabonamos el cuerpo o nos cepillamos los dientes, evitar el consumo de plástico (botellas, platos y utensilios desechables, bolsas, etc.), reducir nuestro consumo de carne, la cantidad de basura que producimos diariamente y—en la medida de lo posible— el uso del automóvil, clasificar la basura (en orgánica e inorgánica, aunque sea) e informarnos un poco más al respecto. Son acciones que parecen mínimas, pero por algo se empieza.
Algunas empresas han estado lanzando productos hechos de bambú o de acero inoxidable, como popotes o cubiertos; empero, este consumo “ecológico” tampoco es la solución a todo. Debemos empezar a cuestionar nuestros hábitos, tratar de volverlos sustentables y, desde nuestras trincheras, ayudar a salvar lo que nos queda de mundo.
De este modo, la crisis ambiental a la que nos estamos enfrentando no se basa únicamente en declarar un estado de emergencia, sino de generar políticas transversales que envuelvan más de un problema; así, la solución tendrá un espectro mucho más amplio.
No olvide dejar sus alternativas, sugerencias, comentarios y opiniones.
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