Retórica y memoria
En opinión de Hertino Aviles Albavera

En un mundo saturado de información y en constante cambio, la memoria ha sido tradicionalmente vista como una facultad pasiva, un depósito de imágenes y hechos que, con suerte, retenemos y evocamos con fidelidad. Sin embargo, la memoria, en realidad, es un acto creativo y constructivo, inseparable de la retórica, ese arte que da forma a nuestros recuerdos y, en última instancia, a nuestra identidad.
La memoria es una construcción retórica, un acto que implica interpretación, delimitar distancias temporales, construir narrativas que buscan una identidad. Es, en suma, un proceso narrativo, que requiere argumentos y figuras retóricas.
La función de la retórica en este contexto es doble: por un lado, su tarea consiste en sugerir lo probable, y por otro, en ofrecer un marco que permita que los recuerdos, por más ambiguos que sean, sean aceptados social y subjetivamente como legítimos. El carácter público de la retórica, por tanto, transforma el acto de la memoria en una acción comunicativa que, lejos de ser una simple evocación personal, se inserta en proceso social más amplio, en el que las palabras y las imágenes construyen realidades compartidas.
Esta concepción retórica de la memoria es una herramienta esencial para entender cómo se moldean las identidades. La retórica no solo ayuda a memorizar, sino que también nos permite dar sentido a lo que recordamos, esconder vacíos o hacer que ciertas experiencias tengan mayor peso en nuestro relato desde esta perspectiva, la memoria es una práctica ética y política. La manera en que construimos y presentamos nuestros recuerdos puede influir en cómo nos percibimos a nosotros mismos y en cómo somos percibidos por los demás.
La retórica, en tanto arte que persuade y configura la percepción, juega un papel clave en la formación de identidades sociales e individuales. La capacidad de elegir qué destacar, qué omitir y qué reinterpretar en el relato de uno mismo es, por tanto, una forma de poder y de autonomía.
En el plano colectivo, discursos políticos, utilizan la retórica para crear memorias compartidas, consolidar identidades y justificar acciones. La memoria, en estas condiciones, deja de ser un registro objetivo para convertirse en un acto de construcción discursiva, una narración que puede variar según los intereses y las necesidades del momento.