El Tercer Ojo - La muerte: Cuando la vida trasciende los números
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
A la memoria de Jesús Coria, Pablo Valderrama, Joaquín Salgado, otros más que no enuncio aquí y más de cien mil abatidos y segados por la epidemia del COVID-19.
Queridos lectores que siguen esta columna, nuevamente, pues la realidad es más terca que una mula, dedico esta colaboración al tema de la muerte y, muy particularmente, de la muerte por el SARS Cov 2 debido al virus del COVIV-19.
Sé bien, y bien lo sé, como otros tantos lo sabemos, que desde la hora exacta de nuestro nacimiento (que en mi caso quedó marcada por la XEQK, estación de radio que marcaba “la hora exacta de México”), comenzamos una cabalgata por senderos y laderas, cargadas de misterios y sorpresas, dolores y tristezas, batallas y descansos, qué sé yo, avanzando hacia un extremo marcado por la hora exacta de nuestra muerte.
Ninguno hemos sabido, ni sabremos (salvo que lo decidamos a través de suicidio o la inmolación) cuándo ni de qué modo llegará ésta; tampoco conocemos cuál sera el espacio que cubre los límites entre el punto de partida y el punto de llegada, entre el principio y el fin; desconocemos cuán largo o corto será; cuán doloroso o gozoso se manifestrá; sin embargo, no tenemos duda de ello, ciertos estamos de que llegará.
Ahora bien, el tiempo transcurrido entre marzo del 2020 y el día en que escribo esta colaboración, poco menos de una año (el “Año de la peste”), se dice, oficialmente que una friolera de 146 mil personas han fallecido como consecuencia del SARS Cov 2 debido a la presencia indetenible aun del COVID-19. No considero que usualmente, dentro de lo que nuestras teorías implícitas, fundadas en evidencias empíricas, trascienden las cuentas oficiales, de modo que se reconoce un subregistro de prevalencia, morbilidad y mortalidad por esta circunstancia
Tampoco considero otras causas conocidas y admitidas de prevalencia, morbilidad y mortalidad por otras causas epidemiológicas (entre estas el cáncer de mama, la leucemia, diabetes, hipertensión arterial, eventos vasculares cerebrales, enfermedades cardiovasculares, trauma de cráneo por accidentes de tránsito, violencia estructural y más).
Sin embargo, esta cifra ocupa muy probablemente la causa de morbilidad y mortalidad más importante en México y en el mundo. Asimismo, es una de las causas más complejas del abatimiento de los, de por sí depauperisados, sistemas de salud que jamás estuvieron preparados para un evento como éste y que tiene, entre otro atecedentes cuasales, la políticas neoliberales instrumentadas desde hace casi medio siglo por nuestra naciones.
Imaginar 150 mil defunciones, seguramente muchos más huérfanos, viudas o viudos, deudos con duelos truncos, con consecuencias económicas, emocionales y, en fin psicológicas y psicosociales derivadas de esta epidemia y pandemia; y sumemos a estos los que sobrevivimos, aún o todavía, a este suceso indeseado, con ansiedad, miedo, desesperación, desesperanza o indefensión, tristeza, melancolía, etcétera, y agreguemos los que desde antes de la pandemia enfrentábamos, y ahora sí tendremos una imagen de los que tenemos por venir a partir de este año 2021, cuando ni siquiera hemos salido de la peste y sus consecuencias.
La muerte, indudablemente, no solo es destino; tampoco es un saber inexorable; es también este conjunto de consecuencias para quienes, insisto, hasta ahora, hemos sobrevivido:
Es proyectar un futuro, gracias a la fuerza poética de nuestra imaginación, decía León felipe “construir nuestro mundo, no como es, siendo como debera ser”.
Pero ¿qué significa la muerte?
¿Qué es la muerte, en realidad?
O ¿qué no es la muerte?
NO ES LA MUERTE
Lo que duele, quizás, no es la muerte. / Tampoco duele, de doler, la vida misma. / Tal vez, quizás un poco, duele ese dolor que queda en los que quedan, / vagando por este mundo cual fantasmas, / llorando ya sin lágimas que lleven consigo esa tristitia, / cargando su costal de los recuerdos / con retazos ausentes de una vida compartida.
Morirse, parece lo de menos más allá de la consciencia, / ni cuenta te darás de que has partido. / Simple y llanamente comienzas a flotar y levitar, / te alejas y separas, / nada ves ni escuchas, ni hueles ni sientes ni palpas.
Sin embargo, para quienes quedan atarapados en el acá, / divorciados del más allá que lejos se divisa, / la muerte es el claro ejemplo de la separación de los amantes.
Uno muere y ya.
Morir entonces, allende el mar, / será no volverte a ver ni escuchar, una vez más, tu voz. / Morir es dejar ir, de a poco, o de manera súbita, tu presencia. / Ni recuerdos, ni aromas, ni un te quiero; nada, absolutamente nada…
Probablemente, la muerte duela un poco.
Solo un poco, y nada más...