El Tercer Ojo - Entre Agoreros, Pitonisas y Oraculeros nos hallemos.

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Entre Agoreros, Pitonisas y Oraculeros nos hallemos.

“El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.

Francisco de Sales (Cartas, cap. 74)

Estimados lectores que siguen El Tercer Ojo en el Diario El Regional del Sur; “no quiero comenzar el año nuevo”, reza una canción popular mexicana, sin agradecer el interés de quienes leen y siguen esta colaboración.

Una vez terminado un asueto autoimpuesto por dos semanas, nuevamente escribo y comparto con ustedes algunas ideas y pensamientos sobre variados aspectos de nuestras vivencias en esta era.

He decidido iniciar con un epígrafe que se atribuye al sacerdote Francisco de Sales (canonizado por iglesia católica como San Francisco de Sales, pese a que éste, a su vez, atribuyó al sacerdote Bernardo de Claraval, también canonizado por iglesia católica como San Bernardo de Claraval, la autoría del aforismo) porque estas fechas, particularmente las de la transición del año 2021 al 2022, se encuentran cargadas de muy buenas intenciones, propósitos, deseos que, también, cada año que transcurre quedan en el olvido o en la inexistencia ontológica o real.

Somos actores y testigos, por tradición y costumbre, de esparcir y recibir, por todos los medios de comunicación posibles, buenos deseos y parabienes. Sin embargo, más allá, pero más allá de ello nada trascendente ocurre al respecto, otra vez, más allá de las buenas intenciones. Pero aún más, como señalan los referidos sacerdotes, Francisco y Bernardo, suele suceder que lo resultante es lo opuesto a lo desea, por ello refieren el infierno.

Pero sería pertinente inquirir un poco: ¿Por qué pervive esta tradición y por qué se magnifica en horas y eras como la que ahora afrontamos?

Considero que (una vez transcurridos dos años de confinamiento, de distanciamiento físico, de un bombardeo mediático que lucha por ganar el discurso sobre la epidemia y la pandemia de Covid-19 y sus nexos con la toma de decisiones políticas y sanitarias, de inseguridad ante un virus aún en movimiento, transformación y propagación, de un desconocimiento sobre cómo resolver eficientemente la cuestión, de miedo, angustia y, en algunos casos desesperanza, de una mortalidad imprevista por esta razón, de un abatimiento de los sistemas de salud, raquíticos desde antes de la llegada de ésta, de incertidumbre, etcétera) al entrar a un año “nuevo”, no tengo duda de ello, necesitamos un respiro, una esperanza, una luz que muestre a lo lejos el final de un túnel doloroso, aterrador, paralizante, qué sé yo. Poco importa si esa luz es real y verosímil, si es posible y realizable, si está o no al alcance de las manos.

Bajo este panorama unas pocas preguntas son cruciales: ¿Este año es el año del término de la pandemia? ¿Cuándo acabará y cómo quedaremos? ¿Qué nos espera?

Entonces aparecen agoreros, pitonisas u oraculeros que, bajo la égida de un mítico Delfos, predicen, pronostican, adivinan, anuncian —cual si fuesen profetas— el apocalipsis, la “caja de Pandora”, las desgracias o, por el contrario, un mundo maravilloso y fantástico.

Nada más pernicioso que ambos extremos como fuente de la esperanza.

Ningún futuro espera impaciente que lo “descubran” o lo encuentren más allá de nuestros actos y acciones colectivas e individuales en este presente.

La predicción científica, sueño acariciado por algunos personajes, nunca, jamás, de ninguna manera, predice; ello sí, anticipa probabilísticamente eventos, sí y sólo sí, se dispone de la información suficiente y sólida sobre los fenómenos que ocurren y, como en este caso de la epidemia y pandemia de Covid-19, con los datos que se poseen es posible anticipar que este puede ser el año del término de la pandemia, otra vez, también, sí y sólo sí las decisiones políticas, económicas y sanitarias asumen, antes que los intereses mezquinos de un “capital”, los intereses y necesidades de pueblos, comunidades, naciones del planeta sin exclusión alguna.

Asimismo, y ello es imprescindible, con la acción colectiva, participativa y democrática de todos los que tengan un corazón para quererlo.

Reitero, más allá de las buenas intenciones, deseos y parabienes, se requieren acciones, actividades y tareas sustentadas en un programa generoso e incluyente, confeccionado e instrumentado por los Estados y gobiernos y, naturalmente, claro y transparente para todos.

No necesitamos esperanzas fundadas en sofismas o falacias. No requerimos agoreros, pitonisas ni oraculeros.

Facta, non verba.

Hechos, no palabras.