El Tamoanchan sigue vivo: Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera
En opinión de Georgina Isabel Campos Cortés

Jorge Cázares Campos fue un pintor nacido en Cuernavaca, Morelos, México; a lo largo de su trayectoria artística su estilo, caracterizado por el detallismo lo convirtió en un referente y exponente del paisajismo contemporáneo, comunicándonos a través de su producción artística, su experiencia sensorial. Su fuente de inspiración fue la naturaleza, plasmando en su obra los exuberantes paisajes de la región, desde sus volcanes y montañas hasta la riqueza de su flora y fauna. Esta atención a los detalles se plasma en sus paisajes morelenses, pero su obra es tan vasta que abarca otros espacios de la República Mexicana y de otras naciones. Tuvo una gran difusión cuando la compañía La Central de fósforos imprimió muchas de sus obras en el reverso de sus cajas amarillas de cerillos.
El paisaje que captó este artista tanto por los sentidos como por la imaginación conforman una vista panorámica de la naturaleza del campo y de la ciudad, evocan el entorno que rodea no solo al artista sino al ser humano. Es un reflejo de la cultura y la historia, con identidad propia, cada obra “es un mundo nuevo dentro de sus propias obras”, es vibrante por la diversidad de elementos que lo componen, la interrelación entre ellos y su dinamismo, los que se revelan con una mirada atenta validando a cada pintura como “obras que desbordan en detalles tan reales” porque así como se ven personas en su andar, se capta el vuelo de aves y mariposas, el serpenteo de un reptil con sus ondulaciones fluidas o bien a lo lejos se aprecia el correr de los perros con descripciones específicas que nos permiten apreciar el pelo del perro; en otra obra, el trote de caballos y el andar de una vaca, además del entorno con características geográficas, climáticas, sociales y culturales, todos estos elementos se entrelazan en cada obra para formar un relato visual del constante ir y venir de lo cotidiano y al mismo tiempo la impermanencia de la naturaleza.
A través de diversas entrevistas, revelaba su añoranza por aquella ciudad que lo vio crecer y lo que expresó nos permite comprender que cuando nuestros sentidos descubren algo digno de ser recordado, ese es el motivo que nos impulsa a plasmarlo en una imagen, hoy a través de su captura con recursos tecnológicos, pero para Cázares su forma de expresión fue la pintura y a través de sus paisajes nos ofrece una gama de ecosistemas y danzas de lo cotidiano, en el campo como en la ciudad, las que hemos dejado de percibir por el ajetreo actual de la vida contemporánea. Lo medular en sus obras es que no sólo nos ofrece una visualización de lo construido y estático, también nos permite recuperar el tránsito recurrente del peatón, en un ir y venir sobre las aceras, así como los ecosistemas latentes en la naturaleza.
El artista también nos compartió sus reflexiones como habitante de esta ciudad, a la que disfruto al grado de hacerse promotor de la flora y fauna de la entidad. Su obra muestra una sensibilidad que aún nos provee la ciudad, la que se puede recuperar, la clave es permitirnos experimentar el paisaje natural, así como lo urbano, desde nuestros sentidos y con el colectivo social.
La experiencia adquirida por vivencia, lo llevo a denominar a Cuernavaca como el Tamoanchan, si efectivamente, el paraíso terrenal denominada como la ciudad de la eterna primavera porque en esencia toda ella ofrece una mezcla única de historia, cultura y naturaleza, por su arquitectura, por sus paisajes naturales productos de la diversidad de flora y fauna que se recrean gracias a su clima cálido y húmedo.
El contraste, es la realidad pujante e innegable, intervenciones humanas que alteran ese paisaje, uno de ellos es un problema común y que en el imaginario colectivo de nuestra capital se le caracteriza como “Cuernabaches” o “Morelhoyos”, sí, ambas denominaciones aluden a una fila de baches, difíciles de evadir o de ignorar, si es que es posible y, es que no se puede negar el estado actual de la ciudad, ya que tanto arterias principales y secundarias hacen parecer a la ciudad en un campo minado de cráteres y asfalto levantado, lo que es sin duda un problema urbano, pero sobre todo un peligro vial; el estado actual de la ciudad no es abstracta: nos es común y cotidiano, así como el tejido social cada vez más fragmentado también por inseguridad.
Y, sin embargo, tenemos la oportunidad de repensar, añorar y tal vez, ¿porque no superar la apatía? Conozcamos y permitámonos asombrarnos y tal vez rememorar lo que Cázares pudo reconocer, la riqueza del Estado y de la ciudad de Cuernavaca. Su obra no solo es un legado de arte gráfico para admirar, invita a la reflexión sobre los cambios imparables e implacables a los espacios, transformaciones con consecuencias visuales, ambientales, sociales y sanitarios.
Las añoranzas de Cazares, son hoy las contradicciones manifiestas a las que nos enfrentamos.
El próximo mes de octubre se inaugura una exposición de la vida y obras de Jorge Cázares Campos en el Museo de la Ciudad de Cuernavaca, esta columna es un pretexto para invitarlos a disfrutar de aquello que no conocimos o de aquello que permanece, de aquello a lo que somos ajenos por el estrés de la vida cotidiana y ¿porque no? para reflexionar sobre lo que hemos y continuamos alterando.
Sus obras son por sí mismas una invitación a recuperar nuestras referencias espaciales y paisajes del pasado, del presente y nuestro posible futuro. Pensemos por un momento a través de su obra sobre lo que tenemos en nuestro entorno y sobre todo en la influencia que ejercemos provocando la transformación ambiental de esta ciudad. Pero sobre todo recuperemos el objetivo de Jorge Cazares Campos, el cual era democratizar la cultura, acceder al arte, vivirla como parte de nuestra identidad. En sus palabras: “La cultura es cuestión de sensibilidad y no de un estatus social o nivel económico”.