Cuando sea demasiado tarde… - La autopista de la muerte.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
No voy a hablar de los moteros muertos la semana antepasada. Yo no se conducir una motocicleta, diría que nunca lo he hecho. Desde hace mucho tuve ganas, mi economía simplemente nunca lo permitió, y cuando tal vez pudo haber sido opción, era más necesario el automóvil como medio de transporte cotidiano. El problema de los accidentes no son las motos, somos nosotros, los seres humanos. Sí claro, Gabriel, has encontrado el hilo negro. Espere un momento, apreciado lector, pues vamos a hacer queso Oaxaca con las ideas.
¿Cuál fue la causa de dicho accidente? Aunque el fenómeno es complejo a nivel Edgar Morin, y en definitiva no hay ninguna necesidad de circular a 250 km/h echando carreritas, diría que primero hay que dar dos o tres pasos atrás y ver otros factores imbuidos en la situación. El primero de ellos es la infraestructura. No recuerdo hace cuánto fue, una búsqueda somera por el internet tampoco me la indica, pero diría que tiene 20 años que ampliaron grandes secciones de la autopista México-Cuernavaca a 6 carriles. Recuerdo que cuando era niño, eran sólo 4. Fue una obra muy dolorosa en cuestión de tiempos de traslado, pero al final se logró en un 80%. A la fecha siguen reencarpetando y cambiando chapopote por concreto hidráulico antiderrapante (cosa que es necesaria). Desde aquel entonces se decía que el negocio de las autopistas no estaba en la obra misma, sino en el mantenimiento de ella. La primera observación sería hacer otra ampliación a 8 carriles, puesto que los atascos son un verdadero problema hoy en día. Sin embargo, apelo a la lógica de adquirir un cinturón más largo para combatir la obesidad. ¿Por qué hay tanto atasco? Porque quisiera pensar que la necesidad de dicha autopista fue hecha en la lógica poblacional de aquel entonces, que éramos varias decenas de millones menos de mexicanos. Además, la disponibilidad de vehículos y la mejora en los tiempos de circulación han hecho más viable utilizar la autopista para una mayor cantidad de usuarios. Dicha lógica indicaría que necesitamos un carril más de cada lado cada dos décadas. ¿Soluciona eso el problema?
El segundo factor es precisamente los atascos. Las personas encargadas de realizar las obras no se han dado cuenta que cuando cierran uno o dos carriles para realizar alguna modificación o mantenimiento, generan un atasco. ¿Qué pasa cuando se genera un atasco? Los automóviles se detienen. ¿Recuerdan cuando comenzaron las obras del libramiento de Cuernavaca, y un tráiler con 10 toneladas de varilla se encontró al salir de una curva con varios cientos de metros de automóviles detenidos? Si la memoria no me falla, hubo por lo menos una decena de muertos. ¿Quién lleva la responsabilidad de tal hecho? Diría yo que la persona encargada de la planeación y ejecución del proyecto, debido a que iniciaron un atasco y no lo señalizaron con suficiente eficacia, al grado de ocasionar le pérdida de vida. Si sabemos que un atasco puede llegar a medir hasta dos kilómetros, ¿cuántos kilómetros antes, apreciado lector, cree usted que debe de comenzar con suficiencia los señalamientos de emergencia? No pasa nada, pon tres conos y la gente solita se acomoda. ¡Zaz! Tres muertos y usted disculpe.
Luego, ahora sí, venimos nosotros, los ciudadanos de a pie. Bueno, en este caso no es a pie, pero la expresión se entiende. Mi interés por la agresividad vial ha pasado por varias etapas, desde la observación, pasando por el horror, llegando a la resignación. Después de 10 años de dedicarme a estudiar tal fenómeno, he determinado que algún lugar entre el 10 y el 20% de los conductores son el verdadero problema. Los amantes de la velocidad y la necesidad de imponerse sobre los demás son los dos factores más importantes en la accidentalidad, y lo son más en la autopista México-Cuernavaca. Puedes ver desde una camioneta con 10 parientes dentro y una tonelada de equipaje precariamente atado al techo de esta, hasta un Bugatti Veyron con una escolta de dos autos y dos motocicletas (s la única vez en mi vida que he visto tal vehículo en vivo y a todo color). Los conductores de ambos ejemplos, por supuesto, conduciendo por encima de los 120 kilómetros por hora (ok, el Bugatti iba por encima de los 160 km/h). Todos hemos aprendido que el lugar que ocupamos en la carretera es de cierta manera el lugar que ocupamos en la sociedad. Mientras más autos sea el conductor capaz de rebasar, y mientras mayor velocidad pueda alcanzar, más alto se encuentra en la escala alimenticia, y mientras más alto esté en la escala alimenticia, más es la imperante necesidad de hacer a un lado a los demás. ¿No puede usted ver que voy circulando por la vía? ¿Por qué no comprende la gente que, si mi vehículo va a gran velocidad, son los demás los que se tienen que hacer a un lado? Dado, si usted observa por el espejo retrovisor que tiene más de dos vehículos detrás de usted, le ruego se haga usted a un lado porque está estorbando, pero hay niveles.
Esta semana tuve una avería sobre el libramiento. Iba de camino al trabajo y algo se rompió fuertemente en el motor (se quebró una flecha), y el vehículo simplemente perdió toda potencia. A penas me pude pasar al carril de la derecha (circulaba por los carriles confinados), y kaput, ahí te quedas, Gabriel. Detrás de mí venían unos señores en una camioneta que portaban chalecos reflejantes, por lo que asumo que trabajaban en el mantenimiento de la vía. De no ser por su asistencia (colocaron algunos conos de color naranja), un vehículo a exceso de velocidad (de esos que suelen circular por los carriles confinados) hubiera terminado con mi vida con gran seguridad. Desde aquí les expreso un gran agradecimiento. Gracias a su intervención, el evento ocurrió sin incidente.
Además de toda la problemática asociada a la avería de mi vehículo, fue necesario sortear todo tipo de vicisitudes, además de la amplia colaboración de otros conductores. Durante los 60 minutos que tuve la impertinencia de entorpecer el tránsito, tres veces se me recordó el décimo día del mes de mayo, y todo por tener la desfachatez de averiar mi vehículo en el trayecto de alguien que habita un escalafón superior en la cadena alimenticia de la jungla de asfalto. ¡Qué osadía la mía! El problema somos nosotros, que ya no tenemos aprecio por la vida de nadie, ni la de uno mismo. No la tiene la persona que planea las carreteras, no la tiene la persona que ejecuta la construcción de estas, y no la tenemos las personas que circulamos por ellas. Veo con gran tristeza que los conductores hemos aprendido a obtener el paso por la fuerza, y de la misma manera hemos aprendido a defendernos de aquellos que nos lo quieren quitar, también por la fuerza. ¿Dónde está el aprecio por la vida?
Si no se pierde la vida por plomo, se pierde por coronavirus, y si no, es por fierro, plástico, y fibra de vidrio. El aprecio por la vida ha muerto, apreciado lector. Le ruego que, si no tiene usted a que salir, no salga, porque la vida se esfuma como la llama de una vela en una tormenta de verano.