Cuando sea demasiado tarde… - El tercer desastre.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Felicidades, apreciado lector. Ha llegado usted al inicio del onceavo mes del año con suficiente bienestar para poder leer estas líneas. El año (y el semestre) poco a poco se acaba, y la vida simplemente no deja de dar tregua. El tema prioritario sigue siendo la costa de Guerrero, aunque hubo dos que tres temas por ahí en lo internacional y lo nacional. La cuarta guerra mundial ya está completamente desencadenada, parece que los israelíes avanzaron en gran medida sobre la franja de Gaza. Las imágenes que se pueden apreciar a través de redes sociales son horripilantes, parece que las víctimas mortales del conflicto armado ya están llegando a su primera decena de miles. Leí por ahí que la auditoría al programa “Jóvenes Construyendo el Futuro” tuvo (adivine usted) cerca de 250 funcionarios públicos anotados como beneficiarios del programa, y más en lo local se robaron varios autos de una agencia de avenida Domingo Diez, en mi amada Cuernavaca, además de una avioneta que tuvo un aterrizaje alternativo en Temixco y del que ya tampoco se dijo nada. Ya ve usted que es mucho más fácil hacer porque las cosas se dejen de decir, y hasta puede parecer que dejan de existir.
Lo cual nos lleva al tema de esta semana, la gestión de los desastres. Se dice que todo evento catastrófico tiene tres momentos: (1) todo aquel manejo de información relevante a la prevención de este (léase, el no gastarse el presupuesto provisto por las Naciones Unidas para la colocación de radares y telemetría necesaria para la vigilancia de las circunstancias atmosféricas), y la mitigación del riesgo a través de la comunicación social de dichas circunstancias. Por ejemplo, si se tiene conocimiento de que existe un huracán que rápidamente se puede convertir en categoría 5, tal vez sería buena idea comunicar a todas las partes involucradas de tal hecho para que se preparen a enfrentarlo, ya deje usted estar al pendiente de la adquisición de los seguros de propiedad y tales menesteres. Una vez ocurrido el hecho catastrófico (2), cuando la población debe encerrarse en sus casas de lámina a resistir un huracán categoría cinco con la mejor previsión posible y sin ayuda alguna por parte de gobierno, se procede a la siguiente fase (3), viene a gestión de la situación catastrófica una vez ocurrida, lo que se considera el segundo desastre. ¿A qué me refiero? A que si los gestores de la atención en desastres tienen conocimiento de que tal hecho va a ocurrir, es preciso desplegar la estructura de ayuda humanitaria cuanto antes, incluso antes de que ocurra el desastre, cuando las vías de comunicación no están comprometidas y la infraestructura todavía es útil.
El segundo desastre ocurre durante la mala gestión del primero, es cuando los sobrevivientes deben comenzar las labores de limpieza y reconstrucción, pero aparecen agentes que se centran en la rapiña, tanto de bienes materiales como de circunstancias humanas. Esto hace que los supervivientes deban formar una especie de gobierno paralelo con el fin de organizar las labores de seguridad y reconstrucción. Lo cual nos lleva al tema central de la columna de esta semana: el tercer desastre.
Al parecer el gobierno de este país, principal pero no exclusivamente restringiéndonos al psicópata que ocupa Palacio Nacional, se ha inventado una nueva manera de hacer las cosas más difíciles para la mitigación del riesgo y la reducción de la vulnerabilidad. Usando el aparato de comunicación social que han creado, decidieron por un lado responder tardíamente al desastre, al grado que fue gran parte de la sociedad civil la que tomó el mando para el rescate de Acapulco, sino haciendo uso de su herramienta favorita, la desinformación, para hacer todo lo posible por evadir las responsabilidades y hasta la existencia misma del hecho catastrófico. Las noticias lentamente comienzan a migrar a otros temas y la agenda política nacional se vuelve a centrar (adivine usted) en las elecciones del año que viene. Algo se dijo al respecto del uso del fideicomiso del Poder Judicial para la reconstrucción del puerto, pero ya no he podido ver más del tema. Tal y como lo dije durante la pandemia: gobierno nos quiere matar. Mientras menos seamos y más pobres estemos, más fácil será para la cúpula instaurar una dictadura militar, o por lo menos manipular las siguientes elecciones.
Así que como siempre, apreciado lector, si no tiene a qué salir, le ruego no lo haga. Ya ve usted que, si uno no pierde la vida por fierro, plomo, coronavirus, o desastre, todavía hay que pasar por gobierno a ver qué opina al respecto. Porque Acapulco no ha muerto, pero de verdad me temo que simplemente se convierta en un pueblo fantasma.