Caricatura Política - El lobezno del papagayo
En opinión de Sergio Dorado
Ah, bueno, menos mal; ¡uf, qué susto! Qué bueno que el lobezno del papagayo lo aclare con argumento sólido. Es cuando uno siente que vale la pena vivir y respirar bonito en la ciudad de la Guayaba. Hasta le regresa a uno el sosiego al cuerpo, pues. No es el director de la Policía Vial quien fue exhibido en un video de redes sociales exigiendo productividad a los agentes de tránsito, sino uno de sus asesores. Y así todo “cambea” y “diferencea” –diría el fifí más inculto del barrio. Y mejor aún el escenario cuando en pleno video se oye la voz de una fémina uniformada también de vialidad quien se agrega y aclara que la productividad viene por orden del lobezno del papagayo.
En el video, el asesor, con la semántica más clara que pueda haber en materia de vialidad, define la productividad como un mínimo de tres infracciones de tránsito por piocha cada día; o sea, tres o más por cabeza, para ser menos exactos, aunque éstas sean descabelladas; de lo contrario, añade en el video el eficiente consejero del lobezno, hay riesgo de que no haya quincena (aunque no aclaró si para él o para los agentes mismos).
Yo pensaba (figúrese usted mi ingenuidad, estimado y único lector… por eso a veces mucho me enfado conmigo, por confiar en mi entendimiento) que el salario de los policías venía ya etiquetado por naturaleza parlamentaria, por un lado; y por el otro, que el propósito de la vialidad era disminuir y no aumentar el número de faltas al tránsito. Esto porque Aristóteles, un fifí parduzco bautizado así por un padre que se sentía Herodoto, razona que si las multas disminuyen quiere decir que los conductores mejoran su destreza ante el volante. ¿Y no es ése el fin? ¿O es que el lobezno éste quiere que los guayabos se la pasen chocando y achatando defensas todo el… día?
Y bueno, hay que razonar los detalles para que la opinión tenga sustento y el periodista “yo” justifique su trabajo. Ya ve usted cómo les fue a las “focas” del pasado, que se extinguieron aun cuando el tarzán de la sustentabilidad ambiental de Graco, Topiltzin II, estaba de acuerdo en que su güero patrón les diera de comer un chingo de mojarras esponjadas con clembuterol. Y obvio, se empacharon. Pues sí, ¿qué esperaba usted, estimado y único lector? Incluso un experto en mamíferos pinnípedos adaptados a vivir en medios acuáticos asegura que el ex gober se pasó de cariño.
Y este Aristóteles a veces se siente Sócrates en la escalinata del Partenón y tira la primera jiribilla. Y es que luego hasta en las gradas del Centenario se le olvida que es hincha de fut y empieza con sus mamadas políticas a medio partido. ¿A poco ya se gastaron la lana etiquetada para la policía? ¿Por qué el lobezno dio esa orden a su asesor y a Madame Vialidad? ¿A poco es plan con maña lucrativa? Y un fifí de alcurnia, que en las gradas traía una peluca amarilla y la bandera del América, se molestó y lo callóde un bofetón certero en el hocico; si no júrelo, se sigue faltándole el respeto a la autoridad; y por ende, al principio de civilidad que el presidente de México implora.
Pero aun sangrando de la buchaca y la nariz de jitomate saladet, Aristóteles hizo gran esfuerzo y se rehízo todo él para no perder el colmillo y la muela del juicio izquierda, ayudándose con una mano a manera de bozal. Como pudo se levantó de la escalinata recitando a Herodoto y le devolvió tremendo soplamocos al fifí antagónico entre ceja, oreja y madre, y que para qué le cuento; o sea, bien plantado en el centro del desequilibrio mientras enfurecido preguntaba: ¿Y el lobezno ya despidió al asesor o sigue éste soplándole al oído peludo? El fifí del América apenas escuchó la pregunta dentro de un vértigo creciente espeluznante, entre estrellitas chispeantes girándole alrededor del cráneo, justo antes de desvanecerse como muerto de ebriedad política en una de las gradas del Centenario.