¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel V

Lina Ma. Pastrana en Cultura

¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo  con  aureola  de  papel V

Después de reflexionar un minuto agregó: - Y hasta ahora porque, esto de estar hablando con usted no es algo normal. Se puede decir que usted es mi segunda visión. Lo que no entiendo es por qué ellos, mis jefes no pudieron  ver  ni escuchar lo que yo sí.

Cristo con voz serena le contestó: — Porque tú Melesio todavía tienes salvación, pero tus jefes ¡no!

Quien logra sentir el sufrimiento de los otros en su propia sangre es porque aún tiene la capacidad de moverse por el amor y por lo que es justo.

Tus jefes están ciegos y sordos ante los sentimientos y sufrimiento de sus hermanos y esto simplemente provocará que se pierdan.

Melesio lo escuchaba con la boca abierta y le dijo: Qué bonito habla usted Señor, veo que me considera una persona de bien. Después guardó silencio y permaneció pensativo. Cristo le preguntó entonces, — ¿Qué pasa Melesio? ¿Qué te preocupa?

Con tono agresivo le respondió: — Si me considera una persona de bien por qué entonces nunca me ha ayudado. Me la pasé pidiéndole una camioneta para  trabajar haciendo fletes y usted nunca me la mandó. ¡Que era mucho pedir una camionetita aunque sea de segunda mano para mi trabajo! Se supone que usted lo puede todo y me ignoró.

Y ahora por su culpa estoy aquí. Y sepa que no soy tan buena persona, ¡vea! como tengo a este pobre Cristiano, en qué condiciones lo tengo. ¡Y todo es por su culpa!

Cristo le contestó entonces: — ¡Cálmate Melesio! Y confía en mí, todo se va a solucionar. Continuando con su enojo le dijo: — ¿Y cuándo va a ser eso? Cristo lo miró a los ojos y le respondió: No te desesperes. Los tiempos de Dios son perfectos.

Melesio lo interrumpió diciendo: -¡No me salga con ese rollo! Eso qué significa ¿Qué tengo que esperar más tiempo? Usted no tiene idea de la edad que tiene mi Madre, usted no sabe las privaciones que ha pasado mi hija desde su niñez. ¿Qué le pasa?

Inclinó la cabeza y comenzó a llorar, pero recapacitó. No podía tratar a Dios con esa falta de respeto y le dijo: — Una disculpa Señor, pero a veces se me sube la bilirrubina.

Cristo ya no le contestó, Melesio giró la mirada a su alrededor y notó que ya se había ido.

Unas horas después le preparaba la comida a su prisionero. Entró a la recámara con la charola y mientras comía Melesio quien aún estaba impresionado por la visita, se atrevió a confiarle su experiencia al “Riquillo”.

— ¡Ni te cuento, quién vino a visitarnos! El hombre irónico le contestó: -Me imagino que el hombre invisible. Porque yo no he visto a nadie, ni he escuchado nada.

Melesio le relató con entusiasmo: — Cristo Jesús estuvo aquí. El hombre lo miró como si dudara de su salud mental y Melesio tratando de convencerlo le dijo: — Te juro que es cierto, se sentó ahí en la esquina de tu colchón, pero tú estabas bien dormido.

Como el hombre ni siquiera lo miraba se dirigió hacia el lugar en donde Cristo se había sentado y le dijo: — ¡Ve! Para que me creas, ahí quedó la ceniza de su cigarro, y ¡ve! Aquí debajo de la silla en donde yo me acomodé se quedó la ceniza del mío.

El prisionero preguntó entonces: — ¿Te pusiste a fumar con tu Dios? Ahora entiendo ya me imagino ¡qué!

Indignado Melesio le respondió: — Yo no le entro a eso. ¿O te huele a zacate tu colchón? ¡Ve! Es ceniza normal. Y además no le digas “Tu Dios”, es nuestro Dios. Imagínate que hasta tenía esa especie de disco que tienen los Santos arriba de la cabeza.

El hombre le aclaró: — Te refieres a una aureola. Melesio continuó su relato entusiasmado:-¡Ándale! Y estaba hecha de esos papelitos dorados como metálicos y giraba alrededor de su cabeza. Además traía puesto una túnica blanca de una tela brillosita.

El hombre nuevamente especificó: — ¡Satinada!

Y Melesio agregó: -¡Exactamente! Así como las batas que usan las Señoras Ricas, pero lo más bonito de su atuendo eran sus huarachitos, eran de color dorado. Y su pelo era largo de color café y llevaba unos ricitos como los que se hacen  las quinceañeras.

 

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