¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel IX

Lina Ma. Pastrana en Cultura

¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo  con  aureola  de  papel IX
¡Cállate los Ojos! - Un  Cristo  con  aureola  de  papel IX

A lo que él le contestó: - Pues aquí tomando el fresco, “Riquillo Mugroso”. Después de decir eso giró la cabeza y miró de frente a quien había sido su prisionero por tanto tiempo y le dijo: - No sabes Riquillo como le he pedido a Dios que te encontrara algún día caminando por la misma calle que yo.

El hombre le contestó: -Pues ve, ya te lo concedió. No caminaba por la calle, iba manejando, pero te alcance a ver y estacioné del otro lado mi auto. Pero ¡Dime! ¿En qué te puedo servir?

Melasio le contestó mientras miraba al horizonte: -Quería pedirte una disculpa por todo lo que te hice. Y El hombre le preguntó entonces: -Por cuál de las dos cosas ¿Por tenerme encerrado; o por no darme de desayunar el día que me dejaste libre?

Melasio sonrió por la broma y dijo: -Por lo primero, no seas buey.

Ya metidos en la charla el hombre le preguntó: -¿Cómo lograste salir bien librado de todo aquello? Tu Jefe el famoso Azul, no es precisamente una perita en dulce.

Y él contestó:

-Primeramente ¡gracias! a que tú no me mencionaste.

Continuando con su tono bromista le dijo - Pues cómo te iba a mencionar si todo el tiempo estuve con la cara tapada, sin enterarme de nada.

Melasio continuó diciendo: - Aquella mañana cuando te di el six de cervezas y el boleto del metro, después de que te fuiste me quedé atorado en el baño y no sabes cómo despotriqué. No me imaginaba que eso fue lo mejor que me podía haber pasado. Mis Jefes creyeron que habían sido otros, los que te soltaron.

Después apareció la patrulla y se los llevaron a ellos, a mi también ya me tenían metido en la camioneta, pero dio la casualidad de que uno de los polis era un buey a quien yo le había pedido ayuda y ni siquiera me escuchó en aquel momento.

Cuando me vio ahí metido, me soltó, diciéndome que él me estaba haciendo un favor ¡cómo no! Lo que pasa es que no quería que yo hablara, o con suerte le di lástima. Pero quien en verdad me hizo el favor fue Dios.

Yo nunca hubiera podido hacerlo solo, porque como dirías tú “Ese plan, tan bien planeado no podía haber salido de esta cabeza de piedra”. ¡Sabes! Me sorprende como todo se fue acomodando, también. Primero se me ocurre dejarte ir, después extrañamente me quedo encerrado en el baño, luego llegan mis jefes para sacarme de ahí, y justo en el momento en que salimos de la casa llega la policía.

Con razón él me dijo que “Los tiempos de Dios son perfectos”.

El hombre sacó una pequeña carpeta de su bolsillo y le preguntó a Melasio: -Vamos a ver “Rata Infeliz”. ¿Cuánto necesitas para comprarte tu Camioneta para Fletes?

Melasio le contestó: -No tengo ni la menor idea. El hombre entonces sacó un cheque y después de firmarlo se lo entregó a Melasio mientras le decía: - Yo creo que con esto, va a ser suficiente. Y agregó: -Cuídalo bien, porque es el único cheque que te puedo dar.

Melasio lo tomó y al ver la cantidad casi se le corta la respiración. Solo se limitó a decir: -¡Maldito! ¡Desgraciado Riquillo Mugroso! No sabes cómo te lo agradezco.

En esos momentos el hombre vio algo que llamó su atención, sobre el arrollo vehicular a unos tres metros de donde se encontraban sentados. Se había detenido por el semáforo un motociclista muy peculiar. Llevaba puesta una chamarra negra de piel, unos viejos pantalones de mezclilla rotos a la altura de las rodillas y unas sandalias cubiertas de lodo seco.

Aprovechando el alto, se quitó el casco mostrando una cabellera larga. El hombre recordó entonces la alucinación que le relatara Melasio en su cautiverio y dirigiéndose a este le dijo:

- ¿Ya viste al Hippie ese? cómo se le ocurre manejar con huaraches. Sin entender el término Melasio le preguntó: -¿El qué?

Y en tono irónico le dijo: -Que ahí va tu Dios, montado en la Moto.

Melesio le respondió: -¡Nuestro Dios! Y agregó: - Y ¡sí! efectivamente, es él.

Al escuchar eso el hombre se levantó de la banca y se acercó para ver el rostro del motociclista, se topó con un muchacho, de ojos grandes, delgado de barba, que le sostenía la mirada en una actitud serena para después sonreírle al mismo tiempo que levantaba el pulgar derecho como diciendo ¡Bien por ti!

Las luces del semáforo cambiaron el muchacho se volvió a poner el casco y arrancó su motocicleta perdiéndose en el tráfico de la ciudad.

FIN

linapastranautora@gmail.com

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