Árbol inmóvil - El nacimiento de un poeta (II)
En opinión de Juan Lagunas
Algunos se dieron a la tarea de buscar una estética surrealista; otros, de modo previo, otearon la fijeza momentánea de inmovilidad (de brazos y ojos). El destierro fue adlátere durante el camino hacia el sepulcro de la desesperanza.
En el oriente, la forma de poesía clásica se asentó en la concisión (como un desembarco sobre la hoja vacía). Ejemplo: Basho:
La rama seca
Un cuervo
Otoño-anochecer.
Un epítome reducido a estupefaciente (sin vomitivo). Las letras siguen su curso, sin que nadie les muestre resistencia. Las corrientes subterráneas se filtran bajo la soberbia del hombre. La lluvia de este martes es un signo en movimiento decisivo.
¿Dónde se dio ese alumbramiento? No hay dispensarios. El vate está en el álamo de la inexistencia del plectro. Al salir del vientre, una ola ominosa lo arrastra a la inmundicia (a la incertidumbre de la innecesaria influencia de sus antepuestos). Algunos, en esa permanencia, se detuvieron frente al anglicanismo (petulancia de dementes paganos, sin duda).
Pocos asimilan el orbe desaconsejado. Alguien los traslada en esa alquería infecunda. Por ende, se incorpora el arrepentimiento… La muerte adelantada. El vapor del agobio -o la probidad de la piedra arrojada al pozo-.
Todo me aflige (como a Jorge Cuesta). La carta esférica dicta lo ¿evitable?: de la habitación oscura hacia el displacer (dice Freud). La astilla de la tinta indemne no puede penetrar el demiurgo anatema. No es una daga. Si acaso, vuelve real lo imaginable. Acá un mohín:
Silencio. El alba de la noche…
Secesión de la línea en el vértice.
Noche.
La mirada detiene el polvo en la caída.
Un petrel de insignificancia semántica y métrica. El poeta, por esa razón, despierta; cada día se siente un miserable. Si se aferra al mundo, nadie lo librará de ese cuerpo de muerte. No entiende el amor; intenta decirlo: “Ausente”, de César Vallejo musita:
¡Ausente! La mañana en que me vaya
más lejos de lo lejos, al Misterio,
como siguiendo inevitable raya,
tus pies resbalarán al cementerio.
¡Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio…
Un sino ensombrecido merodea su pensamiento. Habla por desidia (a través de la deliberada indolencia). Es un retazo de sedimento. Recorre el rasgo glacial del vilipendio. He ahí su escultura: “Hombre que camina bajo la lluvia”, de Alberto Giacometti.
Los impulsos doblegan su denuedo. Huye de todos lados (sin lograrlo). No pudo liberarse del bandullo. Se siente un asesino (con el aceruelo de moharra tenue sobre su mano o corazón).
Su aliento es un velo desgarrado (con tendencia a lo selecto, según la proximidad: hipocresía, armisticio, simulación y la ruindad o la vileza de la ofensa). Suele apartarse del oxígeno. No abre los ojos nunca (ni en la somnolencia). Apenas y logra observar un barrunto de padecimiento entre las deidades de los apóstatas. No vale la pena una conversación con él. Habla… ¿Dice algo. Erige vocablos de desdicha, como la apariencia en medio del desamparo en medio de lo habitual?
Posee (no sé en dónde) un elemento de costumbre: le da apetito. Hipa. Baila. Come. Ama. Extraña. Grita. Insulta… Derrama lamentos sobre la superficie de la intemperie de la nebulosidad.
Sabe que tiene que morir. Como todos, propicia el aceleramiento de lo inevitable. Osadía endemoniada, al fin y al cabo. Se va. Adiós…
ZALEMAS
El hogar de la presencia no existe. Menos ahora. El desahogo evita el hundimiento del gesto de la distancia de la mujer -en proceso de humillación-. La poesía es desmemoria. Surge… Emana de las ramas de un árbol. No hay sucesión. Sólo olvido. Una especie de transfiguración del instante esquivo (en ensamble).
Antes, hoy… Jamás. Tal vez. Utensilios del abatimiento. Herramientas soeces (cantinela de la humedad en brazos ajenos). Opresiones de interinidad. Diligencia móvil. Agilidad detenida. Pesantez y demostración. Callejón de soneto. Retórica de…
¿El jueves habrá de llegar? El Rapto está cerca…