Serpientes y escaleras | Tiempos de AMLO

En opinión de Eolo Pacheco

Serpientes y escaleras | Tiempos de AMLO

La violencia no se combate con violencia. La inseguridad y la corrupción se acabará con el ejemplo.

 

Tiempos de AMLO

El plan de seguridad que propone el Presidente Andrés Manuel López Obrador para pacificar el país es diametralmente opuesto a la estrategia que siguieron sus dos antecesores. El uso de la policía para combatir a los grupos criminales que traen asolados a varios estados de la república está descartado, de ahí que pese a los desesperados llamados de los estados para que la Federación mande refuerzos, la respuesta siempre es negativa. La lucha de AMLO contra los grupos criminales es diferente; no se combatirá violencia con violencia, dice.

Una y otra vez el ejecutivo federal ha insistido que para acabar con la delincuencia y la criminalidad, lo que se debe hacer es atacar sus raíces; para el presidente de México la lógica es simple: si acabamos con la pobreza y reducimos la desigualdad, acabamos con la crisis de violencia y alejamos a la gente de los grupos delictivos. Con trabajo y servicios, dice el ejecutivo federal, la gente ya no tendrá necesidad de actuar fuera de la ley.

La hipótesis es buena, es romántica y tiene bases, pero representa un trabajo enorme, de muchos años, con el necesario esfuerzo compartido entre todos los sectores de la sociedad; aún así, si todos jalamos, los resultados son de largo plazo, al menos veinte años, consideran algunos especialistas.

En estos primeros seis meses de gobierno Andrés Manuel López Obrador ha dado un giro de 180 grados a las políticas de combate al delito implementadas por las administraciones anteriores. Con López Obrador se acabaron los enfrentamientos directos con grupos criminales, la caza de los líderes de las células delictivas y el trabajo de inteligencia para ubicar y desmantelar a los cárteles de la droga.

El ejemplo de un presidente honesto, trabajador y comprometido con el pueblo, afirma el tabasqueño, es la punta de lanza de una batalla que apunta a las raíces del problema, que pretende cambiar la mentalidad de los criminales y alejar a los jóvenes de las tentaciones que les ofrece el crimen. El pueblo sabio entenderá y corregirá el camino, afirma convencido López Obrador.

En estos primeros meses de gestión el nuevo gobierno ha desmantelado gran parte de la estructura de inteligencia gubernamental y cambiado (solo de nombre) a la policía que combatirá al crimen. El equipo que operaba drones de última generación para ubicar y detener a los grupos criminales, el Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional y varias de las estructuras de investigación y análisis de la Policía Federal y la Fiscalía General de la República desaparecieron de un plumazo.

La justificación que dio el morenista para desintegrar las áreas de investigación fue que en  su gobierno ya no se iba a espiar a los políticos; los archivos secretos del Cisen se desclasificaron y se hicieron públicos, dijo, para que la gente pudiera ver la manera como actuaba el viejo sistema, la mafia del poder, espiaban a todo mundo.

Pero aunque el espionaje político era parte de las labores que realizaban algunas instancias gubernamentales, no todo lo que se hacía en esas oficinas tenía que ver con actores de poder y cuestiones político-electorales. En el caso del Cisen, por ejemplo, existía un área de investigación política que hacía las cosas que dice el Presidente de México; pero había otra parte (mayor), que se dedicaba a labores de inteligencia en materia de seguridad, narcotráfico y terrorismo. Esa área también fue eliminada por el nuevo gobierno.

La apuesta de Andrés Manuel López Obrador en materia de combate a la delincuencia es bonita, pero poco apegada a la realidad; el presidente tiene razón en la importancia de acudir a las raíces del problema y atacarla, en la necesidad de combatir frontalmente la pobreza, la desigualdad y las brechas que nos separan como sociedad; pero eso tomará muchos años. La pregunta es qué hacer de manera paralela para atender la gravísima crisis de inseguridad en la que se ha hundido el país y que hoy ha provocado niveles de violencia nunca antes habíamos tenido en la historia de México.

Podemos confiar en la buena voluntad del presidente y su deseo de corazón de que las cosas mejoren para todos, el problema es que la delincuencia no tiene palabra, no cambiará con el ejemplo de un  hombre y no modificará su actuar sólo porque hay alguien diferente en la silla presidencial.

Los hechos están a la vista: Andrés Manuel López Obrador suspendió los operativos contra grupos criminales, dejó de perseguir a los capos de la droga y detuvo los decomisos de enervantes; en su lógica, si dejaba de pelear con la delincuencia, la violencia disminuiría y el estado podría enfocar sus baterías en la atención de otros temas, como la pobreza y la desigualdad.

Pero nada de eso ha ocurrido: los grupos delictivos no siguen el ejemplo del presidente ni hacen caso a sus llamados, por el contrario, este cambio de estrategia les ha permitido tomar fuerza, ampliar sus territorios y reforzar su estructura, lo que provoca de manera colateral una lucha a sangre y fuego por el control de las plazas que ha multiplicado por miles el número de víctimas mortales.

Era obvio: el negocio de la delincuencia es multimillonario y en él participan miles de personas en todos los escalones que componen la escalera delictiva; quienes forman parte de la nómina de los grupos criminales, desde la siembra y traslado de enervantes, hasta la comercialización y pelea del territorio, obtienen ganancias que no les deja un trabajo formal. ¿Cómo enfrentar esta realidad? ¿Cómo convencer a la gente de no seguir actuando fuera de la ley? ¿Sólo con el ejemplo? Está visto que no.

No tengo duda que la idea del presidente López Obrador de combatir la pobreza y cerrar la brecha de la desigualdad es el objetivo más importante que debe tener el gobierno, pero también me queda claro que esa batalla llevará muchos años y no resolverá en el corto plazo la crisis de violencia que se vive en todo el territorio nacional.

La pregunta en un escenario de violencia tan agudo como el que estamos padeciendo en México es ¿Qué hacer en el corto plazo para evitar que tantas personas mueran como resultado de la criminalidad? Lo importante es atender el problema de fondo, sin duda, pero lo urgente es actuar hoy frente a una realidad que nos está matando.

La política pacifista de AMLO ha tenido consecuencias muy serias en los estados; en casi todas las entidades la violencia se ha disparado y las ejecuciones rompen récords históricos; varios gobernadores han pedido la intervención federal y en todos los casos la respuesta es la misma: la delincuencia local es responsabilidad de los gobernadores y corresponde a los estados resolverla. Incluso en aquellas situaciones en los que las autoridades locales han aceptado que no tienen la fuerza necesaria para dar la pelea, la respuesta ha sido no.

Pero si el problema de seguridad en los estados corresponde a los gobiernos locales ¿Qué hace el Gobierno de México? Porque el mayor número de delitos que se están cometiendo hoy en el país son del ámbito federal, incluso los del fuero común son muchas veces la derivación de ello.

A pesar de que los congresos morenistas han aprobado al presidente la creación de la Guardia Nacional, con el mismo perfil militar que antes criticaron a Peña Nieto y a Calderón, parece que ni el presidente ni su equipo tienen claro qué hacer para disminuir la violencia que hay en todo el país.

Una cosa está totalmente clara: ni la corrupción ni la inseguridad disminuirán sólo con el ejemplo del presidente. Y cambiar las cosas atendiendo las raíces llevará al menos dos décadas.

Mientras esto sucede, cientos de personas mueren cada día en México.

  • posdata

A pesar de sus esfuerzos y constantes cambios de estilo, el alcalde capitalino sigue sin encontrar su perfil como político. Antonio Villalobos Adán da tumbos de un lado a otro, un día emula al súper héroe de la zaga de Marvel y al otro se mimetiza con el personaje de una narcoserie. No sabe si quiere ser héroe o villano.

Su actuación institucional tampoco es clara: se la pasa en eventos políticos al estilo del viejo PRI, con la escuela de Juan Salgado Brito o Manuel Martínez Garrigós (quizá por la asesoría que le brinda Erick Yair Salgado) y repentinamente imita al finado Alfonso Sandoval Camuñas, sin lograr su estilo, su carisma ni su naturalidad.

Su equipo tampoco está dando el ancho: en materia de conducción política son un epitafio de su propia historia, en obras y medio ambiente no tienen idea de qué camino seguir y en materia de desarrollo y planeación destaca la enorme corrupción que predomina en el ayuntamiento. Lo único rescatable hasta ahora en el terreno municipal es la prestación de servicios: hoy Cuernavaca si se ve limpia.

Incluso en el trato personal, cuentan, el presidente municipal está sacando lo peor de su personalidad y se ha contagiado del virus que recurrentemente enferma de poder a los gobernantes. Grosero, prepotente, irritable, son algunas de las características que atribuyen a un hombre que desconoce de administración pública, que no sabe hacer política y carece de humildad, pero se siente galán de novela y padrotea el cargo. De Lobito paso a Bobito.

Cuernavaca igual que el estado vive el peor de sus momentos: no hay rumbo ni sentido en el actuar del gobierno, no se tiene planeación a mediano y largo plazo y todas las acciones son mediáticas, repetitivas y vulgares. La capital está descuidada, se volvió insegura y no se ve un plan para revertir años de descuido y abuso institucional. Por el contrario: el nombre el juego hoy vuelve a ser la corrupción.

Alguien tendría que advertir al presidente municipal del enorme riesgo que corre al conducirse con tanta frivolidad; el ejercicio público es una labor sumamente compleja que además conlleva responsabilidades legales y sanciones corporales.

Antonio Villalobos lo sabe. Por lo mismo que hace ahora como presidente municipal fue inhabilitado hace unos años como funcionario de Cuernavaca.

En la capital de Morelos llevamos una década pasando cíclicamente de una comedia a una tragedia.

  • nota

Cuando Hernán Cortes llego a Tabasco por la desembocadura del río Grijalva, pidió a Don Diego de Godoy, escribano del Rey que lo acompañaba, que requiriese de paz a los aborígenes, los que rechazaron el requerimiento, con lo cual no lograron más que ser dispersos por su enemigo; fue el propio Diego de Godoy quien dio fe de la fundación de la Villa Rica de la Veracruz el 21 de abril de 1519

Las leyes de Castilla se incorporaron a la nueva España y no tardaron en agregarse a ellas las de la practica notarial, dándose el 9 de agosto de 1525 la primera escritura publica otorgada en volumen de protocolo en la Nueva España.

Desde 1573 se empezó a gestar la organización del notariado con la cofradía de los cuatro santos evangelistas, pero no fue sino hasta 1592 que se fundo oficialmente; en dicha cofradía se impartían clases teóricas y técnicas para ejercer la escribanía.

Años mas tarde, en 1776, un grupo de escribanos de México inicio gestiones ante el Rey para erigir su Colegio de Escribanos, pero fue hasta el 22 de junio de 1792 cuando el Rey Don Felipe V le participa a la audiencia de México haber concedido a los escribanos autorización para que pudiesen establecer Colegio con el titulo de real, autorizado para usar sello con armas reales y gozando de los privilegios reales; el 27 de diciembre de ese año se erige solemnemente el Real Colegio de Escribanos de México, primero en el continente y que ha funcionado desde entonces en forma ininterrumpida, hasta bajo el nombre de "Colegio de Notarios de la Ciudad de México".

Bajo la vigencia de la constitución de 1824 en la cual se establece la división de los estados, el 7 de diciembre de 1825 surge la primera Constitución del Estado de Puebla y el 17 de octubre de 1826 el primer esbozo de la Ley del Notariado Poblano, que culminara con la Primera Ley del Notariado Poblano el 29 de marzo de 1890.

Al celebrarse 500 años del notariado en México, este fin de semana el Colegio Nacional del Notariado en México se reunirá en Veracruz en donde entregará el Primer Galardón Diego de Godoy a los mejores notarios del país.

En la conmemoración del Primer Acto Notarial en Territorio Nacional el morelense Hugo Salgado Castañeda, titular de la Notaría 2 de Cuernavaca, recibirá la medalla Diego de Godoy por sus méritos en la función notarial y gremial.

Hugo Salgado, es formador de notarios y entre otras personas a quienes otorgó una constancia para ser notario están el magistrado y alcalde Manuel Gándara Mendieta, el ex rector Teodoro Lavín González y el ex alcalde y ex secretario de gobierno David Jiménez González.

Merecido reconocimiento profesional y personal para Hugo Salgado, amigo, maestro, formador de notarios y ejemplo a seguir.

¡Felicidades primo!

  • post it

Todo pasa en Morelos.

Y no pasa nada.

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¿Lavar con agua y jabón el piso de la plaza de armas? ¿Con chanclas, pero con camisa de manga larga?¿En serio? ¿A poco no se les ocurrió algo mejor? ¿Quién es el autor de semejante ideota?

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