Serpientes y escaleras - Efecto Thanos

En opinión de Eolo Pacheco

Serpientes y escaleras - Efecto Thanos

El ciclo de los gobernantes actuales está a punto de concluir.

 

Efecto Thanos

En las últimas semanas he charlado con varios funcionarios del gobierno actual y todos, sin excepción, me han externado su deseo de que su ciclo acabe. “Ya me quiero ir, estoy cansado, me urge regresar a mi vida anterior, no quiero saber nada más de esto…” y como estas, muchas expresiones en el mismo sentido. Oscar Wilde decía: Cuidado con lo que deseas, que lo puedes conseguir.

Los ciclos se cumplen y el de quienes hoy ocupan un espacio en el gobierno estatal está a punto de llegar a su fin. No se trata de nada extraordinario o distinto a lo que sucede siempre que se llega al término de un periodo de gobierno; ni siquiera las expresiones son diferentes, se trata de un cliché utilizado para disfrazar la angustia del final.

Piensa lectora lector queridos en aquellos personajes que fueron poderosos en otros gobiernos, que su voz era escuchada, infundía miedo y provocaba que propios y extraños se activaran al momento de oírla. Hablo de funcionarios y representantes populares, todos con autoridad en su tiempo.

El poder es una droga muy poderosa que genera adicción y aunque muchas veces viene acompañada de dinero, no es esto último la razón principal de su valor. Hay ciudadanos con dinero, empresarios con enormes recursos económicos, pero ninguno de ellos tiene la fuerza que concede el poder político.

Pertenecer a la élite que toma decisiones no es sencillo, lleva tiempo, requiere suerte y en casi todos los casos obligan a quienes participan de estos espacios a acatar reglas no escritas de obediencia, sumisión y complicidad.

El poder es algo intangible que sin embargo de siente, se ve y se nota. Quienes lo poseen lo muestran, hacen gala de ello y constantemente se marean, porque se trata de una droga que muy pocos logran controlar.

Los funcionarios estatales que hoy claman porque su ciclo concluya no saben o tratan de ocultar lo que verdaderamente sienten. Quienes actualmente ocupan una posición de poder gozan de muchas cosas que lo vuelven adictivo: tienen choferes, vehículos oficiales, personal a su servicio, recursos económicos de los cual echar mano, capacidad de tomar decisiones y la fuerza para resolver cosas con una llamada.  

Todo esto quedará en el pasado muy pronto porque el fin de un periodo gubernamental no implica solo dejar de lado todas estas cosas, vista la manera como han cerrado las últimas administraciones, el final del gobierno incluye el desprecio generalizado, conlleva que muchas puertas laborales, profesionales y personales se cierren y hace que muchos de quienes hoy los adulan, en breve se convertirán en los más férreos detractores.

Los sabios dicen que el poder es para hacer amigos, pero eso rara vez ha ocurrido en un Morelos donde los funcionarios estatales del último milenio se han mareado, abusaron de la fuerza que tuvieron y se enemistaron con muchas personas.

El cierre de las últimas tres administraciones estatales ha implicado el destierro laboral y/o autoexilio de muchos de sus integrantes; aquellos hombres y mujeres que fueron referencia de poder en su tiempo, como Guillermo Malo, Eduardo Becerra, Javier López o Jorge Messeguer están en el olvido, relegados de cualquier actividad pública y sin la fuerza que tuvieron en su época de gloria.

Lo mismo ocurrió con la mayoría de los secretarios de esos gobiernos, sobre todo los que se dedicaron a coleccionar enemigos, a golpear a los demás, a maltratar a la gente; pensaron que el poder que tenían era eterno. Pocos, muy pocos de quienes participaron en primer nivel en algunas de esas administraciones han vuelto a trabajar en el gobierno del estado.

El fin de mes concluye un sexenio más en Morelos y con él termina también el ciclo laboral de los cuauhtemistas. Todos aquellos que hoy expresan su deseo de que su encargo concluya iniciarán una nueva etapa personal fuera de la administración pública y en la mayoría de los casos, sin la certeza del cobro quincenal.

Como cuando Thanos chasqueó los dedos y desapareció a la mitad de la humanidad, el último segundo del mes de septiembre dejará fuera del gobierno a un grupo de personas que cumplieron una labor profesional, que en algunos casos hicieron un buen trabajo, pero donde también hubo otros abusaron del poder que les prestaron.

A todos los catalogarán como cuauhtemistas y llevarán a cuestas esa marca que, para bien o para mal, los acompañará cada vez que quieran regresar a la administración pública o pretendan impulsar un negocio que tenga que ver con el gobierno estatal.

El poder concedido a quienes ejercen un cargo en la administración pública en cualquier nivel de gobierno es prestado, es temporal y debería ser utilizado para bien, para servir, para cumplir con una responsabilidad y de esta manera hacer amigos, pero no siempre es así.

¿Cuántos de los funcionarios del gobierno de Cuauhtémoc Blanco, incluyendo al propio gobernador y a su familia, tendrán más amigos al concluir este sexenio? ¿Cuántos de ellos podrán andar por la calle como cualquier ciudadano sin el miedo de recibir un reclamo o ser agredidos? ¿A cuántos de ellos les volverán a llamar o les tomarán la llamada los que antes hacían filas para poder conseguir una cita?

Quienes aseguran que ya quieren dejar el cargo porque están cansados y hartos de la responsabilidad, mienten; la expresión es una frase vacía, falsa que ninguno de los que la dicen la creen de verdad. Es más bien un escudo para tratar de cubrir la nostalgia y el miedo de lo que viene, incluida la responsabilidad por todas las decisiones, las actitudes y las firmas a lo largo de su periodo.

Cerrado este ciclo veremos muy poco a los que hoy todavía son poderosos, los que tienen una estructura oficial a su cargo y la capacidad de decidir por los demás. A partir del primero de octubre todos volverán a ser ciudadanos cualquiera, aunque en algunos casos apestados socialmente o perseguidos por la ley.

No mientan: del poder nadie se cansa.

·         posdata

Imagina lectora lector queridos un trabajo cuya remuneración nominal mensual es de alrededor de cien mil pesos, incluye vehículos oficiales con gasolina ilimitada, pago de su mantenimiento y renovación de la unidad, que casi siempre es un vehículo de alta gama, cada dos años.

Añade a ello gastos de representación, pago del servicio telefónico, secretarias, ayudantes, asistentes, personal de apoyo y en algunos casos escoltas. Eso sin olvidar la certeza de que, pase lo que pase, el pago caerá puntual cada quincena y cada determinado tiempo se acompañará de algunos bonos económicos extra que nada tienen que ver con la productividad, más bien forman parte de una tradición en donde la cúpula gobernante se consiente a si misma.

Ocupar una posición de primer nivel en gobierno incluye la capacidad de tomar decisiones que generalmente impactan a muchas personas y representan millones de pesos. Sin entrar al detalle de esto último, ni de las dádivas, moches, regresos o cualquier otra forma de beneficio que implica estar en posibilidades de decidir, la simple capacidad de actuación es una muestra fehaciente de poder que atrae beneficios para el que toma las decisiones.

Cierto: el poder implica ceder el control de la agenda al jefe, estar atento 24/7 a cualquier situación y dependiendo de la encomienda, dormir con el teléfono encendido por si algo ocurre o el gobernador te requiere.

Estar al frente de una dependencia o a cargo de una institución pública implica estar sujeto de manera permanente al escrutinio, olvidarse de la vida privada y ser objeto permanente de críticas. Para todo se les tomará opinión y cuando se equivoquen al hablar las consecuencias serán mayores que las que tendría un ciudadano común.

Dice el dicho que el poder aturde a los inteligentes y vuelve locos a los pendejos. Y es cierto: muchas veces vemos llegar a figuras que surgen de la nada, que ocupan una posición en el gobierno o un cargo de elección por ser amigos de alguien o por errores de la democracia. Esos son los primeros en perder el piso, los que de inmediato cambian su forma de vivir y muestran su nueva riqueza.

Como cualquier droga, el poder no es para cualquiera. Pero cuando alguien dice que se ha cansado del poder, evidentemente está mintiendo.

¿O de qué se cansan exactamente?

·         nota

“No meto las manos al fuego ni por mi” dijo Margarita González Saravia cuando un reportero la cuestionó sobre la confianza que tiene en su gabinete de seguridad.

Quizá la respuesta de la gobernadora surge de aquella terrible expresión del general Jorge Carrillo Olea, cuando también a pregunta expresa de la prensa dijo que metía las manos al fuego por su procurador, Carlos Peredo Merlo.

Esa expresión de confianza absoluta en una persona es desde tiempo un arma de doble filo para los gobernantes, porque viven en casa del jabonero y cualquier falla o error, no importa si es por descuido o dolo, se puede convertir en un argumento que a la postre cueste mucho a la persona y a las instituciones.

A pesar de ello la manera como se expresó González Saravia no fue la mejor, pudo ser dicha de otra forma o matizada de alguna manera, porque tal cual la dijo pareciera que no existe ni siquiera la confianza de que ella será capaz de cumplir lo que promete.

Cuando algo similar preguntaron al presidente Andrés Manuel López Obrador, su respuesta fue simple “Por el único que meto las manos al fuego es por Jesús Ernesto”, su hijo menor.

·         post it

No sé a quién corresponde el diseño de las conferencias de los miércoles en las que se fueron presentando a los miembros del gabinete estatal. Y no me refiero al aspecto visual, desde la selección del lugar y ubicación de los funcionarios, sino a la revisión de los expedientes de quienes formarán parte del futuro gobierno.

Queda claro que la gobernadora leyó lo que le daban y ahí quedó plasmado, además, el ánimo de quien escribió las presentaciones: en algunos casos se trató de relatos muy largos, aduladores y pormenorizados, mientras que en otros fue una muy escueta reseña de apenas un párrafo.

Pero eso es lo de menos. Lo que llama la atención es lo ocurrido con Alejandra Flores, desasignada hace un par de semanas como la futura titular del Instituto de Radio y Televisión, ahora señalada por incumplir con el requisito legal de estar titulada.

La experiencia en el campo periodístico no sustituye un requisito de ley y esa omisión implica una grave falla de quien revisa los expedientes y avala las designaciones. ¿En verdad Alejandra Flores no tiene título profesional? Y si es el caso ¿Por qué nadie le dijo eso a la gobernadora?

El Instituto Morelense de Radio y Televisión (o como se llame) es desde hace años un elefante blanco, inservible, que no vale lo que cuesta mantenerlo. Su audiencia es ínfima y quienes han estado a cargo de él lo han ocupado solo como un espacio laboral para colocar amigos.

Margarita González dijo que uno de los objetivos de ese instituto durante su gobierno sería impulsar las radios comunitarias. Evidentemente nadie le explicó a la gobernadora cómo funcionan las radios comunitarias, ni mucho menos el alcance del IMRT.

La mayoría de las radios comunitarias y programas independientes que se emiten desde las redes sociales o a través de internet tienen mucha (pero mucha) más audiencia que el sistema morelense de radio y televisión. Luego entonces cómo piensan ayudar desde esa dependencia a ese tipo de programas.

La propuesta para el IMRT es adecuada: un perfil malo para una institución mala.

·         redes sociales

Dicen que el exgobernador Cuauhtémoc Blanco anda candidateando a su hermano para una delegación federal.

¡¿En serio!?

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