Serpientes y escaleras - Apatía ciudadana
En opinión de Eolo Pacheco
El tejido social se ha deteriorado paulatinamente en Morelos desde hace años
Apatía ciudadana
Uno de los grandes retos que tendrá el próximo gobernador de Morelos será recomponer el tejido social del estado. Durante casi treinta años la dinámica de la política local ha sido el enfrentamiento, porque la pugna entre actores de poder se volvió permanente y las diferencias ideológicas se convirtieron en problemas personales. Esta situación se agravó durante el gobierno de Graco Ramírez, a partir de ahí la discusión dejó de ser para solucionar problemas y se centró en aniquilar al rival.
El linchamiento se ha vuelto común en el diálogo político estatal al grado que ya se observa con naturalidad: los poderes pelean entre sí, lo hacen por dinero, por control político, por cuestiones electorales y hasta por diferencias personales; lo mismo sucede con los actores de la vida pública, los partidos y los ciudadanos.
Durante el sexenio anterior las diferencias políticas escalaron y la revancha se institucionalizó; con Graco Ramírez no había punto medio, era conmigo o contra mí y a partir de ahí las diferencias pasaron de las instituciones a las personas y en muchos casos hasta las familias. El daño que causó el régimen graquista a los morelenses no se centra solo en el terreno económico, también marcó un antes y un después en la manera de ejercer el poder al poner las instituciones en contra de los ciudadanos.
Cuauhtémoc Blanco recibió un gobierno con severos problemas económicos y un estado dividido y enfrentado entre sí; a la par de la crisis financiera que dejó el manejo de la administración pasada y la deuda millonaria heredada a las siguientes tres administraciones, existe un problema aún más grave: el narcogobierno.
Con Jorge Carrillo Olea llegaron a Morelos bandas de secuestradores y con Sergio Estrada Cajigal se asentaron grupos delictivos y cárteles de la droga. El cambio de gobierno panista no mejoró las cosas, por el contrario, Marco Adame y su familia protegieron a narcotraficantes y abrieron la puerta del gobierno a este tipo de figuras. Durante su toma de protesta como jefe del ejecutivo morelense Graco Ramírez denunció que recibía un “narcogobierno”, afirmó que las instituciones estaban infiltradas por los cárteles y que en gran parte del estado era controlada por estos grupos criminales.
El tabasqueño prometió revertir esta situación de la mano del gobierno federal, dijo que bajo su mando no habría cabida para ningún tipo de pacto con la delincuencia y que habría mano dura contra todos los que infringieran la ley; todo esto ocurriría bajo una estrategia de seguridad que se basaría en el control absoluto de las policías y una inversión multimillonaria en materia de seguridad.
El discurso del nuevo gobierno perredista era bueno y las acciones concretas que planteaba hacían pensar que la situación mejoraría. El problema fue que el verdadero objetivo de Graco Ramírez en el tema de seguridad no era recuperar la paz, sino el negocio. Bajo la excusa de combatir a la delincuencia y mejorar las condiciones de la policía, el jefe del ejecutivo canalizó miles de millones de pesos a un barril sin fondo y lucro con el dolor de miles de ciudadanos.
Bajo el esquema del Mando Único de Policía el gobierno de Morelos destinó cientos de millones de pesos a capacitación a policías, renta de patrullas y helicópteros, adquisición de equipo, uniformes y aumento salarial para los elementos. El problema fue que, aunque el dinero sí se erogó, la capacitación y el aumento de sueldo fue ficticio; en el tema de las rentas y compras también hubo muchísimo dinero que no se reflejó en una mejora en la seguridad de los morelenses, pero si en el nivel de vida de varios funcionarios.
Desde que asumió el cargo Cuauhtémoc Blanco ha denunciado que su antecesor pactó con la delincuencia organizada y que tanto Graco Ramírez como Alberto Capella tenían tratos con grupos de narcotraficantes. Ese ha sido el discurso desde que inició el sexenio, se ha repetido permanentemente y desde todos los foros, pero nunca ha ido más allá de la denuncia verbal, es decir, hasta ahora el gobierno actual no ha podido probar nada de lo que ha dicho.
Este tipo de situaciones y la permanente discusión entre poderes, instituciones y actores de la vida pública ha permeado en la sociedad; en lo general el morelense se encuentra molesto con sus autoridades y decepcionado de los gobiernos, pero resignado a que esto no cambiará en el corto plazo. Del enojo de hace algunos años, cuando la gente organizaba marchas y reclamaba en las calles, hemos caído en una apatía colectiva en donde vemos que todo pasa y nunca pasa nada. La queja social se ha canalizado a través de las redes sociales, donde se encapsula y no trasciende.
A las nuevas autoridades les resulta cómodo que el ciudadano común haya perdido el interés de participar, pero sobre todo el ánimo de reclamar; las redes sociales se han convertido en un foro para exigir, para denunciar y hasta para mentar madres, pero también es un espacio virtual que poco o nada interesa a las autoridades, porque no trasciende, no provoca cambios, ni presiona a las autoridades.
Quien encabece el próximo gobierno tendrá un ambiente social convulso y complejo aparentemente fácil de manejar, pero que implica un aspecto clave de la gobernabilidad, representa un foco rojo de apariencia estática y que puede hacer ebullición en cualquier momento.
Puede ser que esta apatía social convenga a las autoridades, porque se trata de una sociedad mansa, acostumbrada a los problemas y a la falta de resultados, incapaz de protestar más allá de algunos comentarios en las redes sociales y resignada a seguir padeciendo malos gobiernos; pero esa docilidad es a la vez un problema para el estado, porque se trata de un divorcio entre la sociedad y el gobierno, lo que elimina la indispensable relación de colaboración que debe existir para que Morelos avance.
Hoy el tejido social está roto, lo está a causa de malos gobiernos, de falta de resultados y de la descomposición del ambiente público. La gente ha dejado de creer en las instituciones, los gobiernos no tienen respaldo público y por ende la marcha de la entidad es lenta, complicada y se encuentra inmersa en un conflicto permanente.
El reto más grande del próximo gobernador (a) de Morelos está ahí. ¿Quién de los que aspiran a conducir el destino de la entidad los próximos seis años tiene la disposición, el carácter y la capacidad para lograr reconciliar a los ciudadanos?
· posdata
La carrera por la gubernatura de Morelos avanza y el proceso entrará en una fase acelerada después de las elecciones de julio. A partir de esa fecha Morelos y los otros estados que renovarán a sus gobiernos estatales en el 2024 comenzarán a poner sobre la mesa los nombres de los aspirantes.
“Con cualquiera que llegue nos va a ir mal” escuche decir hace algunas semanas a un empresario con alta ascendencia en la ciudad y en el estado. “Llevamos muchos años de malos gobiernos, manejados por gente de fuera que nos ve hacia abajo y solo piensa en robar”, añade.
Cierto: los últimos gobiernos estatales han estado muy por debajo de las expectativas de la gente y en algunos casos, como el de Graco Ramírez, se convirtieron en un punto de choque con la sociedad.
A pesar de ello el panorama para el 2024 me parece que puede ser mucho mejor que el que vivimos en las elecciones del 2012 y las del 2018; explico:
En el 2012 la oferta de los partidos fue una pesadilla: un ladrón, un borracho, un narcotraficante y un idiota; frente a ello los votantes no podían elegir la mejor opción, sino buscar al menos malo. De ahí pasamos al 2018: un futbolista, el hijastro incómodo y un médico con cierto reconocimiento público, pero sin apoyo de su propio partido.
Para el 2024 hay una lista de al menos diez mujeres y hombres de distintos partidos que quieren competir y casi todos ellos tienen identidad y raíces; Morena tiene algunos buenos perfiles y desde la oposición también podemos tener una buena oferta.
Aunque nada está escrito, la boleta electoral del 2024 podría no ser tan mala como las de las dos contiendas estatales anteriores. Al menos veríamos a gente de aquí.
· nota
Si algo ha distinguido al alcalde José Luis Urióstegui es su prudencia, a veces excesiva. Frente a las constantes torpezas verbales de su jefa de policía, el edil ha sido cuidadoso en sus expresiones, pero no ha estado exento de ellas.
Hace algunos meses cuando una persona fue asesinada en el cajero de BBVA en la avenida Cuauhtémoc, el presidente municipal se apresuró a señalar que no se había tratado de un asalto cualquiera “fue un ajuste de cuentas… tiene todos los signos de una ejecución cometida por la delincuencia organizada”. Y añadió: cuando suceden este tipo de cosas es porque la víctima tenía algún tipo de antecedente delictivo o estaba relacionado con alguno de estos grupos; no se trata de un delito cualquiera.
La declaración del edil ocurrió apenas unas horas después de los hechos, sin que ninguna autoridad hubiera emitido un peritaje, ni se supiera el porqué del asesinato. Obvio: la primera en decir que se trató de una ejecución fue Alicia Vázquez Luna… y la secundó el alcalde.
Hoy ha quedado comprobado por las autoridades de la Fiscalía General del Estado que no fue una ejecución, sino un asalto; las cámaras de seguridad grabaron los hechos, incluyendo el momento en que el agresor advierte a la víctima que lo iba a asaltar.
Con justificada razón hoy la familia de la víctima analiza demandar al presidente municipal de Cuernavaca. Dato extra: la persona asesinada apoyó a Urióstegui en su campaña y estuvo sentado con él en varios eventos públicos.
Que pronto olvidan los políticos a quienes los ayudan.
· post it
La caballada de la oposición morelense anda tan flaca de cara a la sucesión del 2024 que ya le pidieron a Manuel Martínez Garrigós que regrese y compita por el frente opositor.
Obvio: la falta de cuadros políticos en todos los partidos (incluyendo Morena) es reflejo directo de la mediocridad de sus dirigencias; qué tan mal deben andar el PRI y el PAN que sus prospectos para competir por la gubernatura es el diputado Eliacib Polanco y por Cuernavaca el exdiputado Daniel Martínez Terrazas.
Frente los perfiles actuales de la oposición, sin duda Manuel Martínez es mucho mejor.
· redes sociales
Tiene razón Vinicio Limón: o la oposición se une o se hunden.
Comentarios para una columna optimista: eolopacheco@elregional.com.mx
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