Secreto a voces ¿Por qué tantas pandemias cada vez más letales?

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces ¿Por qué tantas pandemias cada vez más letales?

Las preguntas y respuestas (parciales) que se han dado acerca del origen del Coronavirus, como las guerras comerciales entre China y EU, en las especies animales que se comercializaban en el mercado de Wuhan o en la transmisión que el Ejército de Estados Unidos llevó a China durante los juegos Militares ocurridos en la multicitada provincia el año pasado e, inclusive, en el manejo de laboratorios tanto en Estados Unidos o China, reducen las explicaciones al contexto en el que vivimos. Al reducir o limitar las preguntas a entornos contextuales, se pierde vista teorías sustanciosas que apuntan a escenarios que cuestionan y hacen responsable al mundo que se ha construido y a las que los explicaciones de ahora no reconocen ni mencionan.

En un momento en el que la población ha entrado en un escenario de pánico, angustia o sano distanciamiento social, los cerebros están condicionados a escuchar certezas, aquello que los librará de la amenaza inmediata. Todo se concentra –y con justa razón- en las explicaciones que ofrecen los epidemiólogos (como López-Gatell, en México, además de ser una figura calificada para ello según lo ha demostrado, junto a su equipo), acerca de cómo contener la propagación de la epidemia y, asimismo, evitar su transmisión en las relaciones interpersonales. Cuando tiene fundamentos y resultados visibles, ni duda cabe que habrá de hacer caso a las recomendaciones. Pero aquí deseamos añadir otros elementos explicativos.

La pregunta que habrá que responder después de preguntarse por el origen del Coronavirus, es: ¿Por qué en el último medio siglo, aproximadamente, han empezado a ocurrir una pandemia tras otra y cada vez su letalidad o capacidad de matar humanos es mayor? Es un buen cuestionamiento que no responde a la preocupación inmediata, pero que intenta iniciar una reflexión más allá de nuestras preocupaciones por sobrevivir a la amenaza actual del Coronavirus. De lo que se trata es de comprender el fenómeno antes de que su virulencia termine un día por acabar con la humanidad misma. Es decir, se trata de reflexionar acerca del origen-origen, no del origen circunstancial.

Si observamos las últimas décadas nos encontramos con una serie de fenómenos que directamente amenazan la vida: guerras, hambrunas, epidemias, experimentos de armas nucleares, disminución de los niveles de vida de la población e incremento de la pobreza, guerras comerciales, ascenso y descenso de potencias mundiales. Pero, evidentemente, no todo es negativo, porque también contamos con casas mejor equipadas (aunque no todos), nuevas tecnologías que hacen nuestra estancia más placentera, medios de transporte y comunicación digitalizada que han reducido tiempo y espacio para entrelazar por lo menos técnicamente a casi todo el mundo, lo mismo en materia de nuevos descubrimientos en materia de salud, astronomía, física, etc.

Sin embargo, existe una línea que atraviesa transversalmente todo lo que hemos mencionado. Cuando digo transversalmente, quiero decir que abarca a los que viven lo positivo como lo negativo de la sociedad, es decir, abarca a todos y no únicamente a los que se ubican en un punto o bien en el opuesto de una línea imaginaria en la que ubicamos lo bueno y lo malo que nos ocurre. Todos estamos expuestos a lo que viene ocurriendo en los últimos años y afecta directamente a los que viven bien o no tan bien. Se trata de la destrucción de todos los sistemas que equilibran la vida en la tierra y que, de no detenerlos, muy pronto todas las formas de vida que coexisten en ella dejarán de ser posible. Ahí también está el origen y la explicación de la amplitud y letalidad del Covid-19.

En un estudio preciso y meticuloso de la actual pandemia, podría llevarnos a la conclusión que afecta más a los pobres que a los ricos, porque los clasificados como pobres, como ocurre en México, infelizmente se parecen más a “María la del Barrio”, dicho lo anterior con todo respeto, que a la Thalia de Miami. No viven en lujosas mansiones como para pasarla de manera divertida durante meses, tienen que salir a ganarse la vida y exponerse a las inclemencias pandémicas. Las telenovelas en donde La María del Barrio asciende socialmente por la vía del “amor”, no existen en la vida real: las telenovelas son formas de dominación, de hacer creer cosas que no existen, solamente ilusionan.

Ante estas circunstancias es evidente que unos sectores de la población comparados con otros, están en mejores o peores desventajas para enfrentar cualquier pandemia. Y lo mismo ocurre con los encargados de atender a los turistas en Italia o en España, que ahora viven bajo la tempestad de muertes tras muertes; los que venden seguros o hamburguesas en las calles de Nueva York o Washington; los que ofrecen animales exóticos o comunes en el mercado de Wuhan en China; quienes construyen las ciudades en medio del desierto de los países árabes; los miles de migrantes que se encuentran de tránsito en México o en algún punto de la frontera con Estados Unidos o en algún puerto marítimo europeo; los habitantes de las favelas en Brasil, etcétera, etcétera.

Pero en la medida en que la destrucción del planeta avance, se incremente el desastre ambiental, aumente la temperatura del planeta, se obligue a nuevas formas de secuencia de la cadena alimenticia animal que incluye a los humanos, se destruyan ecosistemas, aumente el número y letalidad de los fenómenos naturales, pero creados por la mano del hombre, muy difícilmente, los ricos encontrarán refugio. Todos tenemos la tarea de cambiar la forma de concebir la vida, de producir, de consumir, de relacionarnos con nuestro entorno. La vida tal y como la concibió occidente ya no funciona, no ha colocado en una retahíla de epidemias cada vez más letales: Sida, Ebola, Influenza, Coronavirus, y al borde de la extinción.

Todo debería repensarse, luego de que las explicaciones técnicas nos prevengan y salven, espero, de los efectos de hechos que nosotros bien podemos evitar como humanidad.