Secreto a voces - Las prácticas recientes de la ¨doma¨
En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
La idea de la “doma” de los humanos es un tema que desde épocas antiguas se conoce y que hace unas décadas fue puesto de moda por el filósofo alemán Peter Sloterdijk. En general Sloterdijk (criticado por la izquierda alemana como un charlatán y vocero de las multinacionales, dice Santiago Castro-Gómez) reintrodujo este concepto que a su vez retoma de Platón y Nietzsche. En general la actividad de los políticos que encabezan la conducción de humanos está relacionada con una actividad domesticadora, pastoral en el sentido Foucaltiano.
Dice Sloterdijk que durante la modernidad esta actividad se llevó a cabo a través de un tipo de sociedad epistolar en donde la escuela desempeñó un papel central y lo sigue siendo ahora, de acuerdo a su opinión. Lo interesante que señala es que la sociedad literaria terminó en 1918 con la aparición de la radio y más tarde la televisión en la década de los cuarentas. A ello se suman ahora las modernas redes de información que ahora dominan el escenario del “parque humano” término con el que se refiere a la sociedad en general.
La doma debió haber llegado a nosotros con la conquista. Todas las prácticas que se derivaron de la llegada de los ibéricos fue la de inculcar a los habitantes de Mesoamérica nuevas formas de ser, sentir y pensar. Se trató de una adaptación de la vida a nuevas creencias y maneras de existir que eran desconocidas por nuestros antepasados. Convertirlos en seres racionales es una manera de domesticación. Se podría argumentar contra este concepto de doma como algo inapropiado porque en el caso de los seres humanos prevalece el criterio de poder y dominio.
El paso de una sociedad epistolar, libresca, a otra llamada postmoderna o postliteraria (a pesar del empuje que tuvo durante la era posterior a la Segunda Guerra Mundial) en donde domina los medios de comunicación electrónicos es transitar de una sociedad marcada por la grafía a otra en donde lo que domina es la palabra, el sonido y las imágenes como ahora ocurre con tecnologías de la información y la comunicación. No obstante los cambios, la sociedad sigue marcada por la doma humana, que aparece junto al claro del bosque (heideggeriano), en donde el sapiens construye su casa e inicia la cría animal y humana.
Si bien es cierto que vivimos en una sociedad en la que se aplica sin un debate social al respecto políticas eugenésicas que, aunque siempre han existido desde el punto de vista social, ahora ocurre mediante prácticas en las que el problema de la eugenesia está asociado a la idea de reafirmar la constitución de una sociedad, además, domada por los adelantos de la biotecnología. Es algo con lo que se experimenta y es promovida por fuerzas que apuntan en dirección de generar sociedades “somatizadas” (al estilo del “mundo feliz” de Huxley): la existencia de quien domina y quien obedece sin protesta.
En naciones como la nuestra las prácticas ya mencionadas (ahora estamos más íntimamente relacionados con el mundo neocolonial como nunca) se combinan con otras relacionadas con la presencia en la sociedad de culturas orientadas a la domesticación, que buscan fundar sociedades en donde la protesta sea erradicada y en la que todos acepten el mundo tal como algunos segmentos de las élites lo suponen. Ese tipo de doma se basa en satisfacer las necesidades básicas de reproducción olvidando el resto de la vida de las personas. Dice Romo Bodei con respecto a Occidente, en un artículo que titula ¿Hacia humanos de criaderos?
“No se trata de crear una raza genéticamente pura, sino de condicionar a los hombres, como se hace con las gallinas de criadero, que engordan o producen huevos, haciéndoles tragar comida, quizás acompañada de música clásica. De forma parecida, los hombres, sobre todo en Occidente, ven satisfechas sus necesidades primarias de comida, sexo, diversión. Pero son inducidos a no pensar en nada comprometedor y a contentarse de estos beneficios, ciertamente legítimos y durante mucho tiempo negados”.
La idea de empequeñecer a hombres y mujeres al máximo es un hecho que tiene en experiencias recientes como el fascismo elementos de evidencia. Los campos de exterminio de los nazis fueron experimentos sociales llevados a cabo por las élites alemanas en los que se valoró la respuesta de personas (en este caso los judíos) a las que una vez reducidas a la nada humano, no eran capaces de reaccionar a pesar de que eran conducidos por miles a los campos de concentración y solamente eran vigilados por un puñado de soldados nazis que los conducían en trenes al laboratorio donde eran cremados.
De hecho ese modelo fue puesto en práctica durante la era neoliberal que por lo menos empieza a ceder en nuestro país: la catástrofe social que se avecinaba fue combinada con prácticas comunicativas orientadas a la domesticación como ocurrió con los escándalos de uno de los conductores de la empresa Televisa, Carlos Loret de Mola, que se encargó de “realizar” o llevar a cabo una serie de montajes sobre la realidad con fines de doma que exigía en neoliberalismo. Se concentró en los secuestros para respaldar a un gobierno sin legitimidad electoral, que fue el de Felipe Calderón.
La experiencia mexicana tuvo sus rasgos específicos. La doma no solamente fue a través de la difusión de montajes creando una realidad artificial, una segunda realidad. Igualmente, se generó un discurso de ascenso del país a un escenario mundial como potencia ante el cual la sociedad debería someterse a sacrificios salariales, del empleo y beneficios sociales. Implicó la creación de un sistema que impedía el cambio creando órganos electorales apegados al sistema que avalaron fraudes con el fin de impedir que el descontento terminara en cambio. Se intentó intimidar la protesta social: los grupos criminales fueron armados por la industria armamentista estadounidense.
Finalmente, todo tuvo relación con otro elemento: la promoción del individualismo, que es otra forma de domesticación, pero promovida por el “yo”. La creencia de que una persona puede salir adelante y triunfar en la vida, como una especie de autorealización, independientemente de las circunstancias del contexto en el que vive y que le cierra cualquier espacio o el acceso a la escalera de ascenso social, clausurado por el modelo económico construido a sus espaldas y contra sus intereses.