Secreto a voces - La crisis ambiental y la sociedad industrial…
En Opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
El mundo vive una pandemia como una manifestación evidente de la crisis del modelo occidental de sociedad, que surgió hace aproximadamente 500 años en Europa, pero que se la ha adjudicado a un terrible virus cuya la versión más creíble proviene de la transmisión de algún animal que habita en la provincia de Wuhan y que de ahí se transmitió a la población humana que, a su vez, lo transmitió a todo el mundo.
Salvo explicaciones excepcionales, no se asocia la aparición del virus como un eslabón de una serie de otros más que forman parte de una cadena de fenómenos naturales que en las últimas décadas han venido afectando la vida humana. Es verdad que toda la vida hemos tenido manifestaciones pandémicas, pero lo nuevo es que nunca había ocurrido lo que ahora hemos vivido: una crisis mundial.
Para muchos de nosotros, esta pandemia del Coronavirus está íntimamente asociada a otros fenómenos que ocurren y han venido ocurriendo recientemente: el incremento de la temperatura del planeta que incide en el comportamiento de todos los seres vivos, entre ellos los minúsculos y microscópicos habitantes de nuestro mundo que por mucho tiempo han permanecido como parte y objeto de la química y la física, principalmente.
No los vemos porque para ello se requiere ciertas condiciones técnicas o un haz de luz momentáneo para hacerse visibles. Pero ahí están. Se les ha combatido cuando se han hecho presentes afectando el organismo humano o de los otros seres vivos que sirven al ser humano de alguna manera y que, al habitar negativamente esos cuerpos, invade el derecho que los humanos han creado sobre ellos.
La situación con ellos se ha complicado un poco más porque se creía que una buena parte de las manifestaciones de estos microscópicos habitantes del planeta, habían sido controlados por el avance tecnológico de la sociedad industrial. Pero, no ha sido así. El ébola, el VIH, el H1 N1, la gripe porcina y aviar, entre otros, han reubicado su lugar en lugar en la vida social a un grado tal que cualquier manifestación es objeto de un seguimiento pormenorizado antes de que cause un daño fatal.
Este seguimiento igual siempre ha sido así, pero lo nuevo es que mientras en el pasado existía una seria preocupación por conocer de dónde provenía el “mal”, en la actualidad se oculta. Claro, hablamos de la época reciente de la era llamada modernidad. En el pasado teológico no existía ni siquiera la posibilidad de pensar acerca de causas y efectos de nada. Esto ha cambiado el panorama en general de lo que ahora ocurre.
Con la actual pandemia, la del Coronavirus, el tratamiento que se le ha dado como respuesta ha sido la búsqueda afanosa de una vacuna para remediar el mal. Como en los casos ya mencionados, la solución se trata de encontrar en la ciencia y la tecnología. Y no podría ser de otra manera, pues la ciencia y la tecnología se encuentra en manos de grandes compañías multinacionales que dominan el mercado de la producción de vacunas.
El papel de estos agentes también ha ocasionado una distorsión del fenómeno. Es decir, como estas multinacionales de la industria químico-farmacéuticas dominan el mundo, lo mismo hacen con respecto a la valoración que impera acerca de cómo debemos mirar la pandemia. La vida es un negocio y la crisis ambiental motivo de la actual pandemia no es una excepción. El problema radica en que nadie o, mejor dicho, las opiniones contrarias a las valoraciones dominantes no son escuchadas.
Lo que se ha dado en llamar la segunda colonización, aquella que siguió a la conquista humana y de sus territorios, le siguió la invasión de la naturaleza por la industria. Esta segunda colonización no se ha hecho visible, debido a que se ha hecho creer que los seres humanos hemos venido al mundo a dominar a la naturaleza y apropiarnos de ella. Cuando en el fondo el discurso de la superioridad humana, también fundada en creencias religiosas, no es otra cosa que una tremenda mentira.
La economización de la naturaleza nos ha llevado a la peor crisis que hemos vivido como humanidad, pero lamentablemente la lectura que hemos hecho de esta crisis está dominada por las ideas de las grandes compañías que a su vez dominan la visión de los jefes de Estado de todo el mundo. El daño causado a la naturaleza es irreparable en algunos aspectos, por lo que sus efectos a través de la actual pandemia es más que evidente: el deterioro, por ejemplo, de la capa de ozono, se ve como un asunto técnico, la emisión de gases efecto invernadero.
La contaminación del medio ambiente es el resultado del aumento de la población, entre otras tantas versiones que tratan de ocultar la verdadera naturaleza de la crisis pandémica actual, que se encuentra enraizada en el modelo de sociedad industrial que se ha creado en Europa y que fue adoptada por nuestros antepasados durante la conquista y que, a pesar de la independencia, hemos seguido siendo dominados culturalmente.
Y la pandemia es a causa de un virus. Con esta visión reduccionista se trata de orientar a la opinión pública hacia fundamentos que en nada tienen que ver con la realidad. Sin embargo, el peso de esta visión es tan grande debido a que todavía los medios de comunicación están en manos de quienes a su vez operan el dinero, la industria y modelan el rumbo que deben tomar las nuevas tecnologías así como las enfermedades y cómo deben atenderse.
Al final de cuentas, en el marasmo y parálisis causado por la pandemia, de lo que se trata es de que la atención se concentre en las estadísticas de muertes, la disputa por una vacuna entre las grandes potencias, el sufrimiento y el dolor humano ante la tragedia que vivimos. Pero, en última instancia, que nada se dirija hacia la destrucción del factor más importante y causa más evidente de la actual crisis: la sociedad industrial.
Son pocos los que se atreven públicamente a llamar las cosas por su nombre, y es entendible aunque no justificable.