Repaso - Rosa Elena Hernández Meraza y Palmira

En opinión de Carlos Gallardo Sánchez

Repaso - Rosa Elena Hernández Meraza y Palmira

Ella, Rosa Elena Hernández Merza, dejó su coche en un estacionamiento cercano al emblemático Colegio Militarizado “Cristóbal Colón”. Caminó por la avenida Morelos cargando sobre un hombro una gran lona que había mandado a imprimir unos días antes, con su dinero, para mostrarla, entre la multitud, al presidente Andrés Manuel López Obrador.

 

Acompañada por su amiga palmireña Margarita Hernández, desplegó la manta frente a la entrada del hospital “Carlos A. Calero”, sobre la avenida Obregón, con el propósito de llamar la atención del presidente, quien acudía a ese lugar para constatar las adecuaciones hechas en el hospital en el que se atendería a pacientes enfermos de Covid.

 

La principal petición que hacía era “Preservar el inmueble de la casa que fue del general Lázaro Cárdenas del Río y se convierta en el Museo Lázaro Cárdenas y la Educación en México, cuyo objetivo es mantener viva la esencia del general Lázaro Cárdenas del Río quien le confirió a la educación un papel decisivo en el cumplimiento de su política gubernamental más que ningún otro presidente”.

 

El “atrevimiento” de Rosa Elena tuvo resultados inmediatos, pues además de fotógrafos y reporteros que dieron cuenta de su petición, también se le acercó personal de la logística operativa que acompaña al presidente en sus giras de trabajo.

 

No había pasado media hora, cuando recibió la llamada de un asistente de Lázaro Cárdenas Batell, coordinador de asesores del presidente, invitándole a entrevistarse con ellos en el Internado Palmira para que les explicase las características del proyecto, que fue aprobado y llevado a cabo.

 

Corría el mes de junio del 2020, en plena pandemia. Después de tanto tocar puertas en instancias culturales del estado, además de exponer el proyecto a autoridades educativas locales, cuyos titulares desestimaron una y otra vez la iniciativa de Rosa Elena Hernández Meraza y de otras maestras egresadas de esa Normal emblemática del estado de Morelos, por fin se le escuchó con seriedad, respeto y sensibilidad.

 

El camino había sido azaroso, lleno de incomprensiones, como el hecho de haberle expuesto el proyecto al recién nombrado director general del IEBEM, Eliacín Salgado de la Paz, quien en un recorrido por las instalaciones del edificio donde ya mandaba, al llegar a la oficina que ocupaba Rosa Elena en su función de responsable del área de arte y cultura, ella aprovechó la ocasión para solicitarle que le permitiera exponerle el proyecto. Muy en su papel, engañoso, Eliacín Salgado de la Paz le respondió que con gusto la escucharía, pero nunca le permitió hacerlo. Y como para dejar constancia de que allí, en el IEBEM, sólo sus chicharrones tronaban, unos pocos días después, a la puerta de la oficina de Rosa Elena le cambiaron la chapa y le impidieron seguir laborando. Esa deleznable actitud, se dice, fue asumida por el ave negra de Eliacín, un individuo de nombre Vicente Hernández, encargado, por lo que se ha visto en reiteradas ocasiones y en diversos asuntos, de hacerle el trabajo sucio al director general del IEBEM.

 

Sólo su orgullo normalista, su apego a la institución en la que se formó como docente, su recuerdo como directora de la Secundaria Técnica 1, que sustituyó a la Escuela Normal de Palmira cuando ésta y otras instituciones formadoras de maestros y maestras fueron desaparecidas por el gobierno federal de aquel entonces, mantuvo firme la iniciativa de Rosa Elena y su empeño. 

 

Sólo su convencimiento de contar, en un espacio patrimonial educativo, con un centro impulsor de la cultura, de las artes, que en primera instancia ofreciera sus servicios a los docentes de Morelos, así como a los alumnos y padres de familia. impidió que Rosa Elena claudicara.

 

Se me informa que en breve será inaugurado este centro cultural, donde vivía Lázaro Cárdenas antes de que donara la finca Palmira para que allí funcionase una escuela normal, como en efecto sucedió por años. A las egresadas de sus aulas se les llama palmireñas, como símbolo de su sentido de pertenencia a la carrera y de identidad por sus orígenes profesionales.

 

Ahora hay que ver el uso y destino que tenga, pero al margen de ello nadie podrá regatear a la maestra Rosa Elena Hernández el mérito de ser la impulsora de esa idea, de esa pasión, de esa iniciativa.

 

De refilón

 

¿Qué dirán aquellos funcionarios educativos que no le dieron importancia al proyecto de Rosa Elena? Por suerte, en el régimen de López Obrador parece que hay la vocación de atender a los mexicanos que sólo buscan aportar su grano de arena para ver mejorar a su país. En Morelos Rosita, como le llamamos quienes la apreciamos y reconocemos su esfuerzo, es una de ellas.

 

E mail: profechon@hotmail.com.