Nefelibatas en las calles
En opinión de Carlos Morales Cuevas
Decía José Saramago que: “el humano es un ser que está constantemente en construcción, pero también, y de manera paralela, siempre en un estado de destrucción.”
Ayer, viernes 19 de junio, estuvo en la capital de esta entidad el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y, en algunos puntos de la ciudad, unos cuantos disidentes a su gobierno salieron a manifestar sus inconformidades. Varias de las personas que protagonizaron estas protestas lo hicieron desde vehículos; esto, que se justifica, tal vez por dos razones principales, me sirve como pretexto para adentrarme al tema del que hoy quisiera ocuparme en este espacio. Quizá, la primera de esas razones sea que seguimos en plena pandemia por la covid-19 y, el automotor puede ser utilizado como una especie de búnker contra el virus, aunque posiblemente con un no muy alto nivel de eficacia. Por otra parte, obviamente, al salir en coches, el espacio físico que se ocupa en las calles es mucho mayor; es decir, una caravana de vehículos, al invadir más metros cuadrados que si fuera de personas a pie, simplemente da la impresión de ser más numerosa.
A nivel nacional, en las últimas semanas se han efectuado algunas marchas “antiAMLO”, estas movilizaciones se han caracterizado, entre otras cosas, precisamente por realizarse sobre vehículos (algunos de ellos de lujo), por un sector de la población que manifiesta que México se está dirigiendo hacía una política con tintes “socialistas o comunistas”; situación que obviamente afecta los intereses de dicho grupo.
Aquel sector que, el mismo López Obrador califica de “conservador”, ha venido oponiéndose a la política obradorista aún antes de que AMLO fuera electo como presidente de México. Ya en las campañas antiobradoristas de las tres ocaciones en que fue candidato a la presidencia de la república, se apoyaban en una estrategia de difusión de miedo, más que en hechos sostenibles. Corría de boca en boca, por ejemplo, el “no votes por Obrador porque dicen que es comunista”; sin que, aparentemente, la mayoría de quienes repetían eso, entendieran ni un ápice de lo que es o en qué se fundamenta aquel sistema político-económico-social. Ahora no es el sector más desfavorecido el que repite aquellas frases de pánico, sino un sector económicamente privilegiado que, en sus manifestaciones asegura que vamos hacia el “socialismo o comunismo” sin, evidentemente, tampoco comprender que uno es el proceso revolucionario que aspira a llegar al otro.
Que ahora ese sector privilegiado salga a las calles, tiene algunos significados que quizá no debiéramos pasar por alto. Toda protesta de esta índole tiene como objetivo evidenciar las inconformidades, de al menos un grupo de la sociedad, contra el actuar del Estado frente a determinados asuntos. En este caso, es de tener en cuenta que ese grupo que ahora se manifiesta, no tiene experiencia alguna en movimientos sociales, o, por lo menos, no la tiene jugando de ese lado de la cancha; ya que nunca ha sido el grupo excluido, por lo que de ningún modo podemos esperar que tenga conciencia de clase. Tanto el origen como el fin de aquellas protestas se resumen a la defensa de sus privilegios.
Resulta extraño ver a estos manifestantes que, de inicio podemos dilucidar como alejados de la realidad, circular en sus vehículos; es inviable obviar que son los mismos que ahora tienen “irregularidades laborales” en las empresas que lideran o de las que son dueños; “irregularidades” que afectan principalmente, a aquel sector al que no pertenecen, integrado por trabajadores; el mismo al que ahora, paradójicamente, piden se les una “para defender su fuente de trabajo”.
Como antes mencioné, el riesgo al contagio por el nuevo coronavirus explica de momento y de alguna manera, que las protestas se realicen desde vehículos; empero, también evidencia algunos significados inconscientes; por ejemplo, el distanciamiento de la realidad social. El hecho de que “su realidad” no sea compatible con la del común de la población. Al mismo tiempo, es un mensaje claro dirigido al gobierno, respecto al poderío económico con el que cuentan (al carecer de una filosofía sólida que sustente la superficialidad de sus ideas). Dentro de la esfera semántica que simboliza el vehículo, visibilizan la desmemoria social en la que han arrumbado a aquel sector que no tiene la posibilidad de blindarse y sí tiene la necesidad de salir, de apear en la realidad del día a día e ir a trabajar para sobrevivir. En estas protestas, no existe el más mínimo interés de reivindicación de la realidad social mexicana, sino solamente el intento de tomar la vanguardia, en una especie de reflejo, por el miedo que les genera pensar en perder sus múltiples privilegios.
Tienen miedo, dicen, a que México se convierta en Cuba o Venezuela; eso deja entrever algunas otras cosas, quizá demasiado obvias. Para empezar, si aparentemente no se han tomado la molestia de leer un libro de historia reciente de México, mucho menos lo han hecho con libros de historia de Cuba o de Venezuela; es decir, si no entienden la realidad actual de la sociedad mexicana, lógicamente, tampoco lo hacen con las realidades de Cuba o Venezuela. Sin embargo, aprovechando la ignorancia nacional en general respecto a aquellas naciones, el eslogan propagandístico les es funcional. La estrategia sigue siendo popularizar el miedo y, si tomamos en cuenta que varios de los dueños de los medios de difusión masiva pertenecen a aquel “grupo privilegiado”, la ecuación se simplifica.
El miedo a convertirse en Cuba o Venezuela, en todo caso, no es una preocupación social, sino simplemente el pavor a que el consumo se vea mermado (como se ha visto durante esta etapa de pandemia) y, por ende, su poderío económico. No es posible pensar en un interés social real de ese grupo, cuando ven (si es que los ven), desde lejos los asuntos sociales generales; por tal motivo, no existe una legitimización social de sus demandas; además de que, en gran medida, la acumulación de su riqueza ha propiciado, directa o indirectamente, los niveles de pobreza, desempleo e inseguridad que no permiten que la sociedad mexicana, en general, tenga los elementos indispensables para una supervivencia digna.
En fin, huelga decir que, la protesta es una herramienta que debe estar abierta siempre a cualquier persona y, sin duda alguna, existen múltiples hechos por los que ahora se puede y se debe expresar nuestro desacuerdo con el actuar del Estado. Al final del día, como diría Jaume Perich: “Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco”.