Escala de Grises - Más allá de la fe

En opinión de Arendy Ávalos

Escala de Grises - Más allá de la fe

En días recientes se dio a conocer un video protagonizado por Tenzin Gyatso, el actual Dalái Lama, donde se encuentra interactuando con un niño. De acuerdo con la versión del líder religioso, el menor se acercó a él y le preguntó si podía darle un abrazo, acto que el hombre de 87 años aceptó.

 

Antes de que el pequeño pudiera extender los brazos, el Dalái Lama señaló su mejilla con el dedo índice, por lo que el niño se acercó a darle un beso. Después de haberse abrazado, el hombre continuaba sujetando al menor del brazo. Señaló sus labios y el niño colocó su frente junto a la del gurú, quien sostuvo su cara y elevó su boca hasta juntarla con la de su admirador.

 

A pesar de la visible confusión del menor, el público celebraba la acción del líder espiritual con risas y hasta aplausos. Posteriormente, el Dalái Lama le pidió al niño que juntara su lengua con la suya. Con una risa incrédula, el niño dudó en acercarse. Sin embargo, al ver que el hombre sacaba la lengua, se aproximó a él.

 

El video de ese momento se viralizó de manera casi inmediata, con fuertes críticas para Tenzin Gyatso, quien ya emitió un comunicado al respecto. A través de plataformas digitales, el líder budista pidió disculpas al niño, a su familia y a sus “muchos amigos de todo el mundo” por el daño que sus palabras causaron.

 

De acuerdo con él, “su santidad a menudo toma el pelo a las personas que conoce de forma inocente y traviesa, incluso en público y ante las cámaras”. No hubo más declaraciones. No aceptó que sus actos estuvieron fuera de lugar ni que ese tipo de “interacciones” representan un peligro para las infancias; sólo lamentó lo sucedido.

 

Hasta ahora, la familia del menor no ha dado declaraciones al respecto. El “incidente”, como él mismo lo llamó, ocurrió en un acto público, en presencia de otras personas adultas que no hicieron nada más que reírse, normalizando las peticiones que un hombre de 87 años hizo a un niño de no más de 12 años.

 

Lo que el Dalái Lama calificó como una forma inocente y traviesa de interactuar, fue interpretado como una alarma para el resto de la población que observó sus acciones. Y es que, por supuesto, esta situación reafirmó la preocupación por las víctimas de abusos sexuales cometidos por representantes del budismo tibetano y por los casos ocurridos en otras religiones, en todas partes del mundo.

 

Además de lo anterior, lo ocurrido con el líder religioso también puso sobre la mesa la necesidad de garantizar que los Derechos Humanos de las niñas, niños y adolescentes sean respetados en todo momento. Algo debe quedarnos claro: no es necesario conocer el contexto bajo el que se realizó dicha interacción, porque no hay justificaciones que puedan validar un acto de abuso sexual, aunque estén disfrazados de religión.

 

Este incidente se ha convertido en un pretexto más para cuestionar las prácticas que se hacen en nombre de la fe (independientemente de cuál sea) y empezar por identificar los riesgos a los que están expuestas las infancias. De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), millones de niños y niñas en todo el mundo son víctimas de abuso físico, sexual y emocional.

 

Según la información de los 190 países considerados en el estudio “Ocultos a plena luz”, estos actos de violencia ocurren en entornos que se consideran seguros, como la casa, la escuela o la comunidad misma. ¿Con qué seguridad pueden crecer las infancias si se enfrentan a situaciones como la que se viralizó recientemente o las que se han denunciado durante décadas con los representantes de la religión católica como responsables?

 

¿Cuáles son las alternativas, entonces? Construir un entorno seguro para niñas, niños y adolescentes debe ser una prioridad para la agenda política de todos los países; pero también es importante visibilizar las acciones violentas y, sobre todo, exigir que no vuelvan a ocurrir.

 

Mirar con ojos críticos la realidad que nos rodea, más allá de la fe o la admiración que podamos expresar por una persona (llena de contradicciones, como todas) también es parte importante del proceso. Un Premio Nobel de la Paz no exenta a nadie de actos como los protagonizados por Tenzin Gyatso. El abuso infantil no es admisible, sin importar quién sea el adulto que lo comete.

 

La responsabilidad de cuidar la infancia de las niñas y niños no sólo recae en las madres y padres; sino también en el Estado y las instituciones que lo conforman. Es indispensable fortalecer los sistemas de justicia para que, en caso de ser necesario, las denuncias se realicen de manera pertinente y se desarrollen las investigaciones correspondientes.

 

En México, por ejemplo, urgen campañas de concientización respecto al abuso infantil, dejar a un lado el tabú que representa la sexualidad y brindarles a las infancias el conocimiento necesario para saber cómo reaccionar si se encuentran en una situación similar.

 

Posdata

 

Mientras escribía ese último párrafo tuve que reprimir el impulso de escribir “ojalá jamás”, como una reinterpretación de la conocida frase “Dios no lo quiera”, para manifestar que nunca más una persona menor de edad se encuentre en un escenario donde su integridad corra peligro.

 

No se me ocurre mejor forma de cerrar esta columna que con ese deseo que puede cumplirse si se invierten los recursos (no sólo económicos) para garantizarle al “futuro de México [y del mundo]” un presente libre de violencia.

 

 

Ojalá:

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