Cuando sea demasiado tarde… - Carta abierta a mis estudiantes (y mis sobrinas).

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - Carta abierta a mis estudiantes (y mis sobrinas).

El fin de semestre ha llegado, sólo queda una semana de clases y comienza el periodo de evaluación. Quiero comenzar por felicitarlos a todos, su servidor imparte clase a nivel pregrado y posgrado, pero supongo que el mensaje aplica a todo aquel que caliente un pupitre por 6 o 7 horas diarias. Muchas felicidades por seguir aquí, por seguir aguantando, por buscar la manera de poder salir adelante en esto que denominamos el ambiente escolar. A veces ir a clase pareciera tener que estar en un mundo en el que se espera que sepas todo lo que no sabes, y se espera que demuestres hacer aquello que no sabes cómo se hace. Muchas felicidades por elegir este camino en el que algunos de nosotros aún no terminamos de caminar.

            Sin embargo, esta felicitación no viene sin una pequeña lección. He querido, a través de estas líneas, compartirles una observación que no logro comunicarles y que lo tengo atorado en la garganta desde hace un par de años. ¿De qué hablo? De que ser adulto es horrible. Tienes que hacer todos los años tu declaración de impuestos (para aquellos de nosotros que lo hacemos) y tienes que andar al pendiente de la política porque es un tema de conversación imprescindible entre los adultos, y por supuesto sacar tu credencial de elector y poner tu foto con el dedo manchado de tinta indeleble en tu red social preferida. ¿Por qué? Porque el adulto es muy cruel. Los adultos juzgan muy duramente a aquellos que no se comportan como adultos (palabra de chavorruco), y el lado más feo de la vida de los adultos es la realidad laboral. Hasta estoy sintiendo que deberían de hacer una película que se llame “La vida secreta de los Adultos,” porque de verdad la vida te pasa por encima y no tienes tiempo ni de amachinarte para recibir el golpe.

            Más o menos, y según mis otros datos, de cada cien mexicanos, sólo 10 o 15 terminaron la preparatoria o el bachillerato, ya ven que en algunos casos hasta viene con una carrera técnica incluida. De esos mismos 15, sólo cinco tienen grado de lo que sea, y dentro de ese mismo grupo, sólo uno tiene estudios de posgrado. Todos aquellos individuos que actualmente estén cursando una carrera universitaria, ya pertenecen a la élite de los años de escolaridad en México. Los siguientes veinte años de la vida de este país (que, así como están las cosas igual y ya ni nos podemos llamar un solo país para dentro de ese tiempo) dependerán exclusivamente de las decisiones de aquellos que se inserten en el mercado laboral dentro de los siguientes cinco años, ósea ustedes. Llevan una gran responsabilidad de la que no estoy seguro que estén al tanto de ella.

            No se estresen demasiado, también tengo buenas noticias. Actualmente se encuentran en una de las mejores etapas de la vida: todavía no son adultos, pero ya son mayores de edad. Hace cien años, cuando cumplías los quince, ya te habían casado y tenías que trabajar y posiblemente ya hasta estabas en vías de convertirte en padre o madre. Hoy en día, si tienes oportunidad de cursar estudios universitarios, estarás insertándote al mercado laboral sobre los 25. Claro, habrá quien ya tuvo un empleo o dos, que por lo general son en el negocio restaurantero o una pequeña chamba. También los hay quienes desde antes de los veinte aprenden a malabarear sus estudios universitarios con un empleo firme, pero son los menos que los más (y que no cualquiera puede con tal circunstancia).

            Esta carta tiene dos mensajes en concreto. El primero de ellos es que disfruten estos años de privilegios de adulto y privilegios de adolescente, porque para uno que va llegando a los 42, no veo para cuándo vayan a regresar los privilegios de adolescente y si es que puedo decir que disfruto de privilegios de adulto. Pero ese disfrute viene con una muy cruel realidad, el segundo mensaje de este texto: esta etapa se termina. Dentro de unos cuantos años que ya hayan dejado las aulas, invariablemente de si logras culminar tu carrera universitaria y recibes un pergamino qué colgar en la pared (que, de hecho, tengo la idea de que ya todos los títulos salen electrónicos), la vida ya no te va a esperar a que estés listo, o si estudiaste para el examen, o si cuentas con el conocimiento necesario. El mundo laboral es cruel, despiadado, y lo peor: no hay trabajo para todos. La única ventaja verdadera que tendrás para enfrentar la realidad laboral es la cantidad de cosas que hayas aprendido y traigas entre las orejas.

            Por eso me atrevo a escribirles esta carta, de cara al periodo de evaluación final. El ser excelente se vive todos los días: con cada hora que tienes el privilegio de calentar un asiento en un aula universitaria recibes una pequeña oportunidad de conseguir alguna ventaja dentro de cuatro o cinco años. Nadie va a leer los libros por ti, y tendrás que aprender a navegar en un mundo en el que la mitad de los que llegaron antes que tú ya sabe más que tú y tiene más experiencia que tú, y la otra mitad hará todo lo posible porque fracases, porque puede significar su ganancia.

            Así que esta semana, antes de que des por claudicado el semestre, mírate al espejo y pregúntate dónde estarás dentro de cinco años, porque si no te decides a tomar las riendas de tu vida, alguien más lo decidirá por ti.

Por una humanidad culta, su servidor, Gabriel Dorantes Argandar.