¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel IV
Lina Ma. Pastrana en Cultura
En ese momento llegó su compadre Humberto y “El Pelón” le dio la queja inmediatamente: - ¿Qué clase de gente contrataste para el negocio? Este buey oye cosas y ve cosas. Va a acabar arruinando todo.
Humberto tratando de conciliar se acercó a Melesio, y mientras sacaba un billete le dijo: -Ten tu día y ve a tu casa a descansar.
Melesio le contesto: — Pero todavía no es de noche. A lo que su compadre dijo: — No importa, mañana vienes a trabajar como de costumbre.
Melesio salió, pero alcanzó a escuchar que la discusión entre los dos hombres continuaba: — ¡Como que mañana regresas! El tipo está bien zafado.
— No, no sé qué le pasó, pero él es un buen cuidador, solo está cansado y nervioso. Estoy seguro que va a portarse bien.
Ya en la calle Melesio comenzó a caminar rápidamente, casi corría. Llegando a la esquina de aquella cuadra vio que estaban dos policías sentados en un puesto callejero de comida. Y sin medir las consecuencias se acercó a ellos y les dijo: — ¡Poli, Poli! Qué bueno que los veo. ¡Mire! Yo trabajo al final de esta cuadra y ya llevo días escuchando golpes en la pared de una casa anaranjada; También he llegado a escuchar gritos y como si lloraran. ¡Por favor! dense una vuelta, para mí que tienen a alguien guardado ahí.
El policía de bigote hizo un gesto de impaciencia y le contestó: — ¡Está bien Señor! En cuanto terminemos de comer nos damos una vuelta por allá. ¿En una casa blanca dijo?
Melesio corrigió: — Es de color anaranjado Poli. El uniformado asentó con la cabeza mientras continuaba masticando su quesadilla. Y Melesio decepcionado siguió su camino pero ahora con la lentitud que le ocasionaba el cansancio y la frustración. Al siguiente día se presentó nuevamente a la Casa Anaranjada. Sus cómplices lo recibieron como de costumbre. Entendió que los policías ni siquiera lo habían escuchado y que sus jefes ya estaban más tranquilos
Durante el día con su prisionero le pidió a éste: — ¡Oye Riquillo! Estoy muy aburrido, porque no me cuentas una película. El hombre le contestó indiferente: — Una película, pero ¿Cuál?
Melesio le respondió: Una buena, en donde la gente es feliz y se hacen ricos, hay tantas buenas que yo no pude ver. Escuchaba cómo las anunciaban y no sabes cómo se me antojaba ir al cine, pero ¡Nunca pude! nunca tuve ni tiempo, ni dinero.
El hombre comenzó entonces a relatarle un film. Y Melesio notó que el estado de ánimo de su prisionero mejoraba ya que describía las escenas con emoción y pensó: “Qué buena idea tuve para que este cristiano la pase un poco mejor”.
Pero había otros días muy malos en los que su prisionero ni siquiera levantaba la cabeza del colchón. En una ocasión Melesio se encontraba dentro de la recámara sentado en su silla al lado del hombre que parecía dormir, cuando de pronto comenzó a escuchar unos golpes en la puerta. Pero era esa vieja puerta de madera en donde el hueco había sido tapiado y que no conducía a ningún lado.
La abrió y vio una extraña imagen, era el rostro de un hombre barbado fundido sobre los ladrillos de aquel hueco reconstruido. El hombre se empujaba y comenzó a materializarse estiró un brazo y le pidió a Melesio: — ¡Ayúdame! para poder salir.
Melesio lo sujetó de la mano y de un empujón lo tenía de pronto frente a él. Cuando lo reconoció le dijo impresionado: — ¡Usted Señor!
Era Cristo Jesús, llevaba puesto una túnica blanca, unas sandalias y su cabello le llegaba a bajo de los hombros. Pero lo que más le impactó era su aureola que giraba alrededor de su cabeza. Intrigado estiró la mano para cerciorarse que no era un disfraz y comprobó que era real. Este gesto no pareció ofender al Cristo quien le pidió: — ¡Platicamos un poco Melesio! Te veo muy aburrido.
Melesio amable le dijo: — ¡Claro que sí Señor! ¿No gusta usted un cigarrito?
El Cristo se lo aceptó y se fue a sentar en la esquina del colchón en donde dormía su prisionero, cruzó la pierna y comenzó a fumar. Melesio notó entonces las hermosas sandalias del Santo y le dijo: — ¡Qué bonitos Huaraches! Mi hija se la pasa pidiéndome que le compre unos como esos. Así de color dorado.
Cristo sonrió y le dijo: — ¡Sí! así son las adolescentes. Melesio se animó a preguntarle: —¡Señor ya que está usted aquí, quisiera preguntarle algo. Usted ya debe de saber lo que me pasó el otro día. Estaba yo cuidando a este pobre cristiano y de pronto me lo cambiaron. Y ya no era él, el que estaba encadenado era mi hija y lo peor es, que cuando se lo conté a mis compañeros no me creyeron y me tacharon de loco, pero le juro que yo nunca había tenido visiones, hasta ese momento.
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