Arco Libre - Solo Tres Partidos - Para el día del padre
Hugo Arco en Cultura
Según yo, habían pasado por lo menos diez minutos, sin embargo cuando festejé la anotación pasaron tan sólo unos segundos. Días de sábado y domingo en un llano que asemejaba a un desierto. Correr por el monte tras de un esférico buscando huecos para disparar. De drible en drible para intentar llegar hasta el otro lado, con el mundo pegado a los pies. Mi padre me acompañaba todos los sábados, con sus pantalones de mezclilla deshilachados de la parte inferior. Recuerdo que había sido una solución para aquellas telas que eran de una talla que no correspondían a las necesidades de sus piernas.
Muchos de los primeros encuentros para mi, eran intensos, pero muy aburridos para mi padre, jugaba poco y jugaba mal. Las espinilleras no evitaban la tembladera de mis nervios. Si se me presentaba en el encuentro alguna posibilidad de incluso sólo tocar el balón, me llegaba una descarga de ansiedad y digamos que “tartamudeaba" con la pelota.
Al tiempo mejoré, los pases filtrados como especialidad siempre dieron ventaja a mis compañeros de anotación. También hice algunos goles. Recuerdo un partido cualquiera, en el cual se había producido una infracción y tuvimos un tiro libre a favor, nos encontrábamos muy alejados de la portería contraria, fue por eso que a mi compañero, el cobrador, le resultaba más lógico mandar un pase largo para que alguien, quizás yo, rematara.
Fue así, cuando yo estando a la altura del área grande, muy cerca de la portería, veía que me llegaba, como pase, un autentico bombazo. Venía arqueado, sí, pero venía con demasiada fuerza, parecía más tiro a gol. Recuerdo que me quedé estático, sentí miedo, sin embargo no me quité, aguanté, cerré los ojos y enfrenté la realidad.
Al instante sentí en mi frente al contacto, un hule que parecía tirar mis cejas. Al abrir los ojos me pude percatar de que el balón se dirigía hacia la portería, (de verdad no sé cómo se dirigió a gol) y como el arquero era muy bajito, saltó y no alcanzó. Inmediatamente mi padre gritaba festejando un gol que yo le llamé “el gol de los ojos cerrados”.
Lo de aventarse siempre me pareció muy especial. ¿Qué sería de los goles que van al ángulo sin la imagen del portero lanzándose? Es una imagen perfecta. También cuando el portero evita un gol con una parada, estirándose hasta alcanzar el esférico, es una imagen bárbara. De portero nunca jugué y siempre me dieron ganas. Lo que pasa, es que siempre me decía mi papá que si te equivocabas siendo arquero, casi siempre terminaba en gol. Es por eso que yo sabía que no había que siquiera intentarlo.
También recuerdo ya en esa época unos osos tremendos. Hubo una jugada donde al final de ésta, nos quedábamos mi compañero y yo contra el portero del otro equipo, completamente solos. Él lo había logrado driblar para irse después hasta la portería, solo que tuvo la idea de compartirme su gloria, pues yo había corrido todo el tiempo acompañando a la jugada y él en su gentileza, quería que yo me vanagloriara.
Pues bueno, ya me encontraba yo solo, con la portería vacía y libre, sin portero y pues al querer contactar algo sucedió, la descarga de ansiedad que aparecía ya con menos frecuencia apareció de nuevo. Una de las rodillas me comenzó a temblar haciendo que mis piernas se encogieran y pues a la hora de conectar el disparo salió bien descompuesto, chorreado por un lado del arco.
Uno de aquellos sábados, muy soleado lo recuerdo bien, terminaba con una jugada que era algo arriesgada para el portero del otro equipo, entonces por inercia de la jugada nuestras piernas se habían enredado. Al tratar de desafanarnos note que se encontraba molesto, quizás en la jugada le había dado un llegue y bueno, sin esperarlo, recién incorporado, que me empuja por la espalda.
En un instante mi cara se dio directo a la tierra, tragué piedras. Mientras me reponía del desconcierto, tan solo unos segundos después vi que salió volando ante los ojos de todos los presentes, mi agresor de la misma forma en la que yo había caído. Algunas de las señoras comenzaron a gritar.
El árbitro hizo sonar su silbato. Resulta que mi papa se había metido hasta adentro de la cancha para encontrarse con el portero que me había empujado previamente para propinarle de la misma forma, por la espalda, un muy buen empujón. Inmediatamente el juez suspendió el encuentro. Toda la gente estaba muy indignada por lo que había hecho mi padre. Nadie se lo esperaba, todos se encontraban indignados pero nadie, absolutamente nadie, le reclamaba.
Unos días después, se le mandó decir con mi entrenador que estaba suspendido tres partidos. Esos fueron los únicos tres partidos que mi papá no fue a verme cuando yo jugaba al futbol.
FB: arcolibre