Arco Libre - No se queden sin terminar

Hugo Arco en Cultura

Arco Libre - No se queden sin terminar

En un futuro, no tan lejano…

— Sor Amelia ¿Estará mal usar tanga como prenda para dormir?

— Le preguntaban a la madre superiora en aquel encuentro internacional de monjas, de entre una de las muchedumbres.

La masiva reunión se estaba volviendo una tradición desde hace algún tiempo, había adquirido gran popularidad, y es que desde que llegó a la humanidad, el segundo Cristo en el año 2050, se generó de nueva cuenta, una revolución de mentes, que hizo que las monjas resurgieran.

Los encuentros se realizaban ya en varias partes del mundo. Ahora le tocaba turno a Nueva Delhi, Pekín, Burkina Faso, Trinidad y Tikal. Con este ya se celebraban treinta y dos ediciones, iniciando la primera exactamente un 24 de mayo del 2086.

La madre, después de escuchar a la ansiosa monja, se acomodó la dentadura, tomó el micrófono, se levantó y comenzó a declamar haciendo sonar a su voz con mucho eco, leyendo en frente de su tableta flotadora, transparente y electrónica:

“Hijas,

reflexionad.

Las cosas que

a veces ustedes quieran sentir,

solas,

no están mal

pero,

sin nada de temor

les digo

que no es bueno enfriarse ante la mirada de Dios.

Así que:

terminen.

Siempre terminen.

No se queden sin terminar.”

Las miles de monjas dieron pequeños saltos con los brazos pegados a sus piernas, lucían rectas, y hacían muecas vendándose los ojos una con otra en una clara muestra de profunda admiración. El coloso ofrecía a la vista la muy ancestral ola que de entre el público, con mucho respeto y en silencio, le dedicaba. Sor Amelia no podía evitar el enrojecimiento de sus mejillas, sus anginas de igual forma se encontraban muy irritadas.

“¿Y es que,

para qué negarse a una misma

el más mínimo placer?”

Continuaba Sor Amelia.

“Quizás lo pienso,

que de vez en cuando,

solo cuando estemos en esos días santos,

 por compasión,

usemos unas pantaletas más grandes,

 y marquemos en la parte trasera

una cruz,

 para revertir la posible ofensa

hacia nuestro señor.”

Y culminaba:

 “como un camino hacia un hedonismo puro

y sin daño colateral.”

La madre al concluir y estando ella, dentro del campo, a la altura de la puerta 23, se apresuró corriendo hasta la puerta 100. Sor Amelia deseaba sentir, de más de cerca, a todas las que le seguían, al llegar, repartía bendiciones.

Sin excepción, al ver su agitación y en respuesta, todas las monjas sacaron sus pistolas inalámbricas de pelo para así empujar a sus lágrimas con el viento caliente. La idea era empaparla.

Comenzaron también a retumbar sus tambores con ritmos africanos para agradecer a su nueva heroína, y es que no era para menos, con su discurso se ponía un punto final a todos los excesos y malas mañas que durante mucho tiempo dominaron a los productores de su sagrado rompope. Por fin las ubres daban fruto y no dudaban en despedir a la madre de la forma más especial de todas.

Ya sin Sor Amelia, todas las presentes fueron buscando salida para regresar no muy tarde a sus respectivos conventos. Tenían permiso hasta las tres. No dudaban, eso sí, en comprar algún souvenir para recordar el evento. Las tiendas afuera del recinto se mostraban abarrotadas, los popotes tatuados con vídeos impresos de la madre superiora se vendían como nunca.

Tiempo después quedó registro de que en esa noche además de lo esencial, se realizó el más grande trueque de recorte de hostia de la historia reciente.

 

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