Arco Libre - Hermeto

Hugo Arco en Cultura

Arco Libre - Hermeto

Hermeto es hermético desde pequeño. Sufrió de bullying y fue abandonado.

“Se volvió sensible hasta el tuétano por los golpes de nuestro padre y de la vida”, diría su hermano. Su niñez y adolescencia las vivió con poca fe. A la edad madura de los cuarenta años enviudó, ya que el amante de su esposa la mató y le dejó solo.

Ahora vive arreglando radios y televisores, renta un local que está medio escondido en el barrio de la Presidentes. Los tiempos actuales le están cobrando algunas facturas y no solo de deudas, también en el cuerpo.

Se ha quedado obsoleto con respecto a su oficio, pues no se ha actualizado para la reparación de los nuevos dispositivos electrónicos como lo son las computadoras y los gadgets, pero afortunadamente para él en aquella colonia popular aun su viejo oficio que también incluía arreglar licuadoras, no le mataba de hambre.

Le daba justo para los gastos y para comer, aunque sea lo mismo de siempre en la misma fonda eterna de doña Gume. Su casero, Don Heraclio, señor de la tercera edad que también vende pulque y licor, siempre quedaba con él puntualmente para el cobro de la renta.

Una que otra vez se quedaban juntos después de la a veces muy corta jornada laboral, para beberse juntos en la noche y hasta el amanecer unos tragos.

Uno de esos días de mucho calor donde no paraban de tomar, su casero comentó:

— “Los discos que ves en el horizonte hacen sonar a los sueños, esconden con la lluvia a todas las aves que juegan y yo les echo pintura para calcarlas en el cielo”.

Hermeto sorprendido por lo poco que había comprendido notó que su casero estaba verdaderamente perdido, seguramente estaba ya bien cruzado.

— “Puedes escucharlas, olerlas y esnifarlas”, continuaba Don Heraclio, “Es claro que se notan a través de la humedad por una fisura de la humanidad”.

Hermeto, sacudió sus botas y para responderle de igual forma se inspiró y con el semblante serio le respondió:

— “El cactus del Edén que me envía con usted don Heraclio, sueña con sus rezos.

Los ocasionales salvamentos pueden herirle con fuerza partiéndole de cero, pero con el tiempo se levantará y andará, lo sé porque me lo dijo Dios en una pesadilla ¿y todo por qué?

Don Heraclio? ¿Para qué?, usted se preguntará.

Es simple viejo amigo, es porque a Martha no se le marchita ni con el pétalo de una rosa”. El viejo sintiendo muchas ganas de vomitar y con el hígado hinchado escuchaba a su inquilino de forma pasmada ¿Sabrán las amapolas amar Don Heraclio? continuaba Hermeto.

El anciano le respondió tartamudeando mientras masticaba un poco de tabaco que su sobrino había dejado en un frasco de béisbol, esto lo hacía para aguantar la respiración, mientras lo masticaba una parte lo tragaba, “quizás sobran las que sepan” por fin le respondía.

“Sobras de sombras cimbran sin sentido al respirar y más si te agarran desprevenido. ¿Acaso todavía no sabes que en el tejido del ocaso morirás?”, sentenciaba Don Heraclio:

— “Recuerda que las llanuras y el monte, los llaveros que no ve Lupita, la lupa de sus manos y de sus ojos que son testigos hirvientes y que sirven a la razón al cabo de algunos años, acabaran siendo sobre tu cuerpo opacos diamantes de tu ya cansado esqueleto.

Así como tus dientes grandes, que se golpean y que se deshacen mientras masticas, llenaran de espuma a tu alma y a la mar.

Al siguiente día Hermeto regresaba a su local para componer un horno de microondas que no prendía y recordó la muy extraña sensación que le había causado Don Heraclio la noche anterior, al aflojar los tornillos comprendió que cada día puede ser una fórmula para de vez en cuando dejarse ir sabiendo que hacer ante lo inusual.

 

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