Juego de Manos - Coliseos
En opinión de Diego Pacheco

Mucho ha ocurrido en estas semanas dentro y alrededor del partido en el poder. Ahora, dentro del mar de información, podemos observar indicios de respuesta a una interrogante que surgía desde finales del sexenio anterior: ¿Qué ocurre cuando un grupo centraliza su imagen y acciones en torno a una persona? Estamos acercándonos al primer semestre de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum y, en esta antesala, hay algunos puntos que vale la pena señalar.
La obediencia —por convicción u obligación— que se veía en la interacción del Poder Legislativo con el Ejecutivo, pierde terreno. Ojo, esto no necesariamente es un síntoma de independencia en los poderes, o de la descentralización del poder mismo en la administración pública; sino que, con mayor probabilidad, puede tratarse de la subversión de grupos al interior del propio partido, que encuentran en el vacío de la figura de liderazgo que se cimentó durante seis años—así como en el contexto complicado en el que se encuentra el país al interior y exterior de la frontera,— una oportunidad de crecer su influencia y posibilidades para los próximos procesos electorales.
La política puede entenderse como el arte de la administración de las ambiciones, propias y ajenas, y el contexto actual poner a prueba esta capacidad. Es claro que la sucesión presidencial ha traído consigo una búsqueda de reconfiguración interna, toda vez que los ojos y lealtades ya no se encuentran, por lo menos en el terreno discursivo, centrados en una figura de poder.
Ojo, no se debe de perder de vista que la fortaleza de Morena en el sexenio anterior no se debió a una virtud intrínseca en el partido; sino que se explica por factores como la imagen del presidente López Obrador, el voto de confianza hacia el nuevo partido —y de castigo hacia los viejos—, la unidad de los integrantes en torno a un mismo fin (y una misma figura mesiánica) y, muy importante, la división y desgaste en el resto de las instituciones políticas.
El gran veneno para un partido político, efectivo para chicos y grandes, es la fractura al interior y la mala administración de la ambición de sus partes. Cuando los egos se salen de control, y la competencia por el poder pierde su orden, es cuestión de tiempo antes de que el sacudir de la estructura genere fracturas irreparables. Y de ahí, el camino es una caída en picada.
En ese sentido, si estos indicios de formación de grupos internos con agendas particulares no se administran de manera correcta, ya sea por el partido o la propia presidenta, esto puede transformarse en divisiones cada vez más profundas y; con ello, Morena pierde una de las ventajas competitivas que tiene frente a una oposición que está enfrentada consigo misma. Quizá, uno de los factores determinantes para el resultado de los comicios del 2027 y 2030, sea el nivel de organización interna y unidad de los partidos en la competencia. Veremos.
Hablando de la frontera
Para sorpresa de nadie, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca trajo consigo desafíos importantes en materia diplomática y económica internacional, bajo la lógica de negociación y la personalidad combativa del hoy presiente Trump. Pero, aunque este escenario adverso se encontraba dentro del pronóstico de naciones, gobernantes y ciudadanía alrededor del globo, el caso de Norteamérica fue particularmente áspero.
Bajo la bandera del nacionalismo, y un discurso enfocado en la defensa de los intereses y la seguridad del pueblo de los Estados Unidos, el presidente Donald Trump le apostó a presionar a sus vecinos del norte y del sur, para obtener un beneficio unilateral en materia económica, migratoria y de combate a las drogas. Ello, evidentemente, a expensas de los planes particulares de México y Canadá, y con una lógica discursiva violenta.
Entonces, dentro de este mar complicado, es de reconocer el papel de la administración presente, encabezada por la presidenta Sheinbaum, para mitigar, en la medida de lo posible, los ataques que se lanzan hacia nuestro país desde los Estados Unidos. Esto, partiendo del reconocimiento de que, si bien México se encuentra en una aposición privilegiada en el tablero del Continente Americano, sería pecar de confiados el desestimar las condiciones desiguales en las que nos encontramos. Asimismo, es claro que la intención no es entrar en una confrontación directa y agresiva con nuestros vecinos que, sobra decir, son nuestros socios económicos más importantes. La meta debe de ser dignificar la posición de México y su gente, e impulsar acuerdos que sean de beneficio para nuestros países.
Bajo esta línea de ideas, los discursos de ida y vuelta entre México y Estados Unidos han sido marcados por un mutuo respeto, contrario a lo que hemos podido observar entre EE. UU. y otras naciones. Ahora el Coliseo económico es un aspecto que conlleva otras mediciones. A pesar de la civilidad con la que se asegura que se llevan a cabo las negociaciones arancelarias —que es la herramienta predilecta del presidente Trump para ejercer presión a otras naciones—, la realidad es que ya han entrado en vigor los aranceles del 25% para todas las importaciones de acero y aluminio del Estados Unidos, hecho que nos perjudica.
La respuesta de esta administración está anunciada a realizarse el próximo 2 de abril, y deberá medirse con precisión quirúrgica, pues debe estar inclinada a fortalecer la posición de México en el tablero, y a ejercer presión a Estados Unidos para mitigar esta y otras medidas perjudiciales para el país; ello, evidentemente, sin traer consigo mayores afectaciones. No perdamos de vista que uno de los sectores productivos más importantes para México es la industria automotriz y de autopartes, clave para impulsar el desarrollo económico del país y la generación de empleos.
Entrar en un estira y afloja en un territorio de dolor para nosotros, como es la materia prima y la atracción de inversiones del sector automotriz y de autopartes, podría ser más perjudicial que benéfico. En el arte de la guerra, que podemos traducir al arte de la negociación, elegir el terreno en el que se combate es una gran ventaja, pero reconocer el terreno en que se llevará a cabo la batalla, y actuar acorde a ello, es una estrategia clave para acercarse a la victoria.
Por cierto
Pensamientos en paréntesis: la diferencia entre una empresa crecimiento descontrolado y una con desarrollo sostenible, está en la eficiencia de sus procesos, la fortaleza de su estructura interna y su capacidad de apartarse al cambio que —por el contexto o por el propio crecimiento— inevitablemente, llega.
Lo ideal es ser como la segunda: