El tercer ojo - Elegía para los camaradas que partieron este «Año de La Peste».

En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara

El tercer ojo - Elegía para los camaradas que partieron este «Año de La Peste».

A la memoria del Dr. Artemio Santamaría, Dr. Jesús Coria Juárez, Mtra. Irma Zaldívar Martínez, Dr. Saul Valdéz, Dr. Pablo Valderrama Iturbe y Jean Robert.

 

 

Elegía para los camaradas que partieron este «Año de La Peste».

 

Nota Introductoria. Según los cánones de la escritura poética, una elegía es una composición poética caracterizada por ser un instrumento que permite expresar la tristeza debida a la muerte de una, o varias personas, a la que se quiere o ama; también a la pérdida de una ilusión o por cualquier otra situación desafortunada o dolorosa.

 

Es, de igual modo, un género de la lírica que permite expresar un sentimiento ante la brevedad o levedad de la vida, recordar aquello que se ha perdido y darle una nueva forma a partir de la memoria, es decir, un modo de ser existencial más allá de la pérdida.

 

Coplas a la muerte de su padre

 

Recuerde el alma dormida,

abive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte tan callando;

cuánd presto se va el plazer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo a nuestro parescer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor”.

 

Coplas que hizo Jorge Manrique a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su padre.

 

“Muerte sin fin”.

 

No obstante —¿por qué no?-- también en ella

tiene un rincón el sueño,

árido paraíso sin manzana

donde suele escaparse de su rostro,

por el rostro marchito del espectro

que engendra aletargada, su costilla.

El vaso de agua es el momento justo.

En su audaz evasión se transfigura, tuerce la órbita de su destino

y se arrastra en secreto hacia lo informe.

La rapiña del tacto no se ceba

—aquí, en el sueño inhóspito—

sobre el templado nácar de su vientre,

ni la flauta Don Juan que la requiebra

musita su cachonda serenata…

 

José Gorostiza.

 

Elegía para los camaradas que partieron este «Año de La Peste».

 

No existen ya los números, ni el álgebra, ni geometría euclidiana;

estadísticas y matemáticas quedaron hechas trizas;

algoritmos, teoremas y patrones mutaron su estructura,

cediendo su lugar a las metáforas y las palabras, sempiternas.

 

Nunca fue certero imaginar que en el principio fuese el verbo;

quizás, por ello, el Fausto nunca erró al pensar que fue la acción,

facta non verba, el punto de partida de la vida misma,

y que solo más tarde, pacta sunt servanda, sería la Ley inexorable.

 

La palabra fue cincel y brocha con la cual se pudo dibujar

el rostro verdadero de los seres en el globo

y así, colocando sobre la faz de algunas fojas como espejo,

las palabras, mostraron a los ojos la eterna imagen de su rostro.

 

Las cifras, muertas desde el génesis,

frías y heladas cordilleras plutonianas fueron,

y lo supimos siempre, significaban nada, absolutamente nada,

para dar calor y mitigar el miedo que carcome.

 

Tratando de escapar de las gélidas miradas de la muerte,

palpitaron aun en la memoria y en la historia humana,

las palabras, sueños, ilusiones y quimeras

que fugaces dieron luz a las estrellas.

 

Jamás ignoramos el precepto, es el sino de los tiempos para todos,

que como péndulo oscilando, de uno a otro lado,

siempre nos recuerda, para que nunca lo olvidemos,

que todo, absolutamente todo, tiene un principio y tiene un fin.

Desde el insecto más simple, hasta el más complejo humano,

de uno u otro modo, comenzamos nuestra estancia, algún día.

Y, también es de nuestra saber, que de una manera u otra,

un día, una hora, algún instante, llegará inexorablemente el fin.

 

El espacio que separa el principio del fin, lo sabemos también, es

nuestra fugaz y brevísima y efímera vida, siempre amada.

Para algunos puede ser más o menos breve,

sin embargo, para todos, ineluctablemente, es impredecible y cierto.

 

Algún día, Manuel Acuña lo decía así: “Ante un cadáver”,

vemos músculos y huesos, y miramos yerto al amigo y camarada

yaciendo sobre una fría y dura loza, “donde la ciencia

la extensión de sus límites ensancha”.

 

Han dejado de existir la luz de sus pupilas, la voz salida de ese pecho,

los besos y las risas que manaban de sus bocas,

las caricias de las manos y apretones a otras manos,

así como también el flujo de la sangre se detuvo.

 

No hay músculo que se contraiga, ya;

no dan pasos esos pies sobre la tierra,

no se escuchan los sonidos que producen los pulmones

respirando, ni los sístoles y diástoles se expresan.

 

Algunos de los otros que les miran a lo lejos,

pensarán, quizás, que todo ha terminado,

que solo lágrimas y rezos y llantos plañideros

llegarán como recuerdos imborrables de su tumba.

 

Pero ello no es así, ¡No!. No termina aun su historia

en esta bovéda mortuoria. ¡No!

La memoria y la palabra de los vivos, todavía cantará

y evocará los cantos y las danzas que mostraron.

 

Ciertamente habrán pasado de un estado a otro,

cada uno de estos muertos nunca muertos.

Sin embargo las palabras y las voces nuestras, simpre vivas,

Mantendrán con vida el perfume del recuerdo.

 

¡¡¡Hasta Siempre Camaradas!!!