El Tercer Ojo - Don Trini ¿O cómo puede matarnos el miedo?

En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Don Trini ¿O cómo puede matarnos el miedo?

Quiero a la sombra de un ala,/ contar este cuento en flor,/ la niña de Guatemala/ la que se murió de amor (…)/ Ella dio al desmemoriado,/ una almohadilla de olor,/ él volvió, volvió casado/ y ella se murió de amor”.

José Martí

 

Quiero contar a ustedes, queridos lectores que me siguen, la historia de un personaje que, como muchos de quienes gracias a diversas “estrategias de supervivencia” no han sucumbido a los embates de una serie de condiciones materiales de existencias (léase económicas, políticas, sociales, culturales y de inseguridad) que prexisten a la presencia (ya por dos años) de una epidemia y pandemia que nos ha confinado y distanciado físicamente que le acompañan y que, muy probablemente, pervivirán después de la era pandémica.

Don Trini, endenantes de la era pandémica vivía (o mejor dicho sobrevivía) de una actividad económica conocida como “pequeño comercio”; él, como muchos de quienes sobreviven en las colonias populares y populosas de diversas ciudades de México, disponía como recurso familiar y de sustento económico una tiendita (o miscelánea) donde se aprovisionaban los vecinos de la colonia.

Don Trini, un hombre de una edad aproximada entre los sesenta y setenta años, era una persona afable, platicadora, amable y atento con sus clientes y vecinos. Desde años antes de la “era de la peste” su actividad era repartida entre la “tienda”, su familia y su hogar.

Como muchas de las personas que habitamos el planeta, nuestra región, nación y colonias populares, Don Trini fue atrapado e impactado por la epidemia e, imperceptiblemente, para muchos, aunque no evitable, las consecuencias económicas, sociales y psicológicas, particularmente estas últimas.

Como casi todos nosotros, fue objeto y presa del confinamiento “voluntario” impuesto por las circunstancia y el bombardeo mediático de toda índole; fue víctima de un distanciamiento físico de muchos miembros de la comunidad y la colonia; sufrió la angustia y el miedo provocados por la probabilidad de infectarse con el virus, de contagiar a sus seres queridos, de perder su recurso familiar y de sustento económico, en fin; fue presa de los incisivos dientes que muestran la ansiedad, la angustia, el sentimiento de indefensión e inermidad, y más allá, pero más allá de estos sentimientos, de una sensación de desesperanza por la vida y su calidad aceptable y digna. El sentido de la vida, insensible o imperceptiblemente para él, fue desvaneciéndose hasta ser transformado en una nebulosa informe o amorfa y, desde luego vacía, hueca.

Más a ustedes les ruego que no se enfurezcan, pues toda criatura necesita la ayuda de todos”, expresaba en su poema De la infanticida Marie Farrar, el poeta, dramaturgo y comunista alemán, Bertolt Brecht.

Tal vez, como lo hubiese hecho Marie Farrar, guardó silencio, ocultó sus temores en lo más hondo de sí mismo y siguió la vida cotidiana.

Posteriormente, Don Trini fue alcanzado por el virus que lo impactó y el miedo y los sentimientos que había guardado muy discretamente, salieron magnificados y como un monstruo imbatible se le presentaron transformados en un pánico paralizante y avasallador. Agregados a estos enfrentó el conjunto de signos y síntomas que le colocaron postrado de hinojos a los pies de la segadora.

Más a ustedes les ruego que no se enfurezcan, pues toda criatura necesita la ayuda de todos”.

El cuerpo médico le informó a Don Trini y a sus familiares que no presentaba síntomas graves o de preocupación; sus pulmones ventilaban bien; no se apreciaba riesgo alguno de agravamiento ni probable desenlace fatal. Ello tranquilizó a los familiares de Don Trini.

Sin embargo, pese a ello, Don Trini, invadido psicológicamente por el “Monstruo del Pánico”, se hallaba paralizado de miedo; éste le cegó y ya no miraba con claridad la realidad; él pensaba y creía que estaba condenado a morir de COVID; aún y cuando sus hijos y los médicos le dijeron que más allá de sus pensamiento y creencias no existía tal riesgo; le informaron, días después de enfrentado el confinamiento y la convalecencia, que ya no portaba el virus maldito; los estudios, le dijeron, muestran claramente que ya no portaba el virus ni la enfermedad. A pesar de ello Don Trini creía ciega y fervorosamente que moriría de COVID.

Sin saber esto Don Trini, mostraba un estado de shock que evidenciaba que las creencias, al margen de un criterio de verdad o falsedad lógicas, se asumen como reales y, en consecuencia, se comporta uno como si estuvieran inapelablemente allí.

Don Trini se asumió como portador del bicho y como enfermo de COVID.

Dijeron sus hijos un día, cuando alguien preguntó por Don Trini al no haberle visto desde hace días en su tienda, que hubo muerto, como La Niña de Guatemala, no de amor, sino de miedo. Hubo muerto creyendo que tenía una neumonía bilateral secundaria al COVID. Murió, dijeron, de miedo.

Más a ustedes les ruego que no se enfurezcan, pues toda criatura necesita la ayuda de todos”.