Caricatura Política - Que seas feliz, feliz, feliz…

En opinión de Sergio Dorado

Caricatura Política - Que seas feliz, feliz, feliz…

            La felicidad es una de esas palabras difíciles de definir, lo que seguramente ha de hacer sonreír a Ludwig Wittgenstein en su eterna tumba vienesa, pues él en vida se refirió a las limitaciones de la semántica en la comunicación humana; o sea, a la variedad de significados que más bien es relativa a la individualidad que a la homogeneidad interpretativa del ser humano. Y el vienés tiene razón, pues es la pragmática la que impera en nuestro mundo de comunicación y no la semántica, que sólo es registro de diccionario. Nuestro mundo es pragmático debido a la gran variedad de interpretaciones sobre la felicidad como individuos hay en la tierra.

Una niña, por ejemplo, podría estar feliz, feliz, feliz porque los bomberos bajaron a su gatita de un árbol. Y siendo que la felicidad es una emoción, hasta se puede uno imaginar el corazoncito de la niña latiendo apresurado al abrazar a su mascota recién rescatada del peligro. Pero por otra parte, este mismo sentimiento de felicidad por el gatito es poco probable en un sicario desalmado -por irse a los extremos pragmáticos de la interpretación; y si usted, desde luego, simpatiza con la hipérbole.

El concepto de felicidad viene a colación derivado de la solicitud esgrimida por el Instituto Nacional de Transparencia (INT, si es que este es su acrónimo oficial), quien con pluma adusta exige al presidente ser más preciso en su temeraria afirmación mañanera sobre que los mexicanos estamos tan felices que casi brincamos de gusto todo el día. Ahí, en la solicitud con tono demandante, el INT exige una tesis construida sobre base sólida que dé sustento académico a la afirmación de Andrés Manuel López Obrador, y no sólo un papelucho arrugado y redactado sobre las rodillas.

De inicio, el INT exige la definición epistemológica de la felicidad –que ya es un buen decir-, tamaño de la muestra, instrumento de medición, metodología y otros componentes que hacen de un estudio una afirmación seria y no solamente palabras alegres. (Iluso yo que pensaba que el INT se dedicaba a la transparencia  del ejercicio público y no al pulimento del idioma, pero eso es otro cuento, por cierto).

            A mí, la verdad, la exigencia del INT me causó tanta gracia como al presidente, quien echó una carcajada moderada; no sé si por las mismas razones o por otras, pero a mí la intención de la transparencia me hizo sentir feliz, feliz, feliz; tanto, que mi carcajada superó en mucho a la del presidente; casi me hizo el día, no le miento. El presidente, por su parte, comprometió basar su tesis de solvencia sobre información dura del INEGI, que en su página registra una encuesta ideal sobre el tema. Y yo, por la mía, todavía me sigo riendo por la ocurrencia.

            La Real Academia de España (RAE) define la felicidad como un “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Y ahí es donde la interpretación tuerce el rabo, pues la espiritualidad de usted, estimado y único lector, es diferente a la mía o a la del presidente o cualquier otro ser humano sobre la tierra. Seguramente la de usted también es diferente a la de Cuauhtémoc Blanco, a la de la inefable legislatura 54  o a la de Graco Ramírez. La felicidad de Graco, por ejemplo, puede radicar en el hecho de contar con 7 mil millones de pesos en el bolsillo para amanecer mañana; mientras la de usted, por otra parte, y desde luego sin motivo de mofa, consista en comer mañana.

La definición semántica de la RAE suena bonita (“estado de grata satisfacción espiritual y física”) e  incluso poética, pero la felicidad dentro del terreno de la interpretación se vuelve objeto difícil de medir, porque lo que puede hacer feliz a usted no necesariamente hará feliz a los demás. Por eso seguramente los asesores del presidente sugirieron basar la respuesta con base en datos estadísticos del INEGI, para así salir airoso del apuro científico, como si no tuviéramos problemas mayores que resolver en México.

            Siento decir al presidente, por otro lado, y con réplica ciudadana correspondiente y con todo respeto a la investidura, que su servidor tiene otros datos. Con respeto y todo, informo que no se siente nada de felicidad encontrar precios permanentemente a la alza; tampoco se siente uno feliz de no encontrar empleo dignamente remunerado o perder con frecuencia seres queridos contra cualquier tipo de modalidad del crimen.

 

 

De todos modos, el presidente no debió dar importancia a la ocurrencia científica del INT y caer en elbobo garlito institucional, a menos que el tema de distracción haya sido útil a algún propósito político e incluso acordadopara tal fin, ya ve usted que en México no todos los gatos son pardos.

Sin embargo, doy gracias al presidente que me haya traído a la memoria una vieja canción de Pedro Infante que siempre me gustó y acaso buena alegoría para ilustrar el cuento. “Que seas feliz, feliz, feliz, es todo lo que pido en nuestra despedida…” –cantaba el ídolo del cine mexicano en la radio de los años cincuenta, allá cuando yo andaba naciendo.Canción que como obsequio de un gran deseo de mi parte dedico a la sociedad con la que convivo.

“No pudo ser después de haber amado tanto…”, se alarga la voz melodiosa de Pedro y yo, con medio caballito de tequila dentro, ya veo doble y estoy llorando en la silla de ruedas. “Por todas esas cosas tan absurdas de la vida…” -me salgo de tono pero me emparejo luego con la guitarra-, para ofrecera todo mundo muchos besos y mi romanticismo magulladosin misericordia tras una tristeza de poca.

“Yo que te quise tanto, pido que seas feliz, feliz, feeliiiiiz…”

“¡Y salu´ca…!”.

(Cuestión de interpretación, en todo caso).