Amilcingo y el estigma.
En opinión de Aura Hernández
“Muchas veces he sostenido que la juventud tiene una doble misión: actuar y prepararse para actuar.”
Salvador Allende
La semana pasada en Cuernavaca se repitieron nuevamente las expresiones que a lo largo de la historia de la Normal Rural de Amilcingo han construido la estigmatización de sus estudiantes, y también, desgraciadamente han justificado el uso de “legitimo” de la fuerza del Estado hacia esta comunidad. En esta lógica, “las amilcingas” son revoltosas, violentas, actúan fuera de la ley y trastornan la tranquilidad de los habitantes de la capital”.
No hubo medio de comunicación o red social que no se escandalizara por la irrupción de carros “secuestrados por esas hordas que osan llamarse estudiantes”, ni medio que no diera voz al oficialismo, negando todas las demandas de las jóvenes movilizadas y que además no agradecen los 80 pesos que para sus alimentos les destina el IEBEM. Esto último es ironía, aclaro.
Cierto es que hay aspectos condenables en esa forma de lucha que caracteriza al estudiantado de las normales rurales, pero de ahí a cuestionar la legitimidad de sus demandas hay un gran trecho, y no justifica la embestida mediática pagada con nuestros impuestos.
¿Que se provocó un gran caos vehicular en la ciudad? Es cierto. ¿Que se afectaron derechos de terceros? También es cierto. Pero también son ciertas, las condiciones de precariedad en que las estudiantes realizan sus estudios en las instalaciones de la Normal y también es cierto que su sobrevivencia la han logrado así, haciéndose visibles, pues de otra manera pasarían inadvertidas. A cambió han cargado con la estigmatización y hasta con el discurso de odio.
Como Ayotzinapa, Amilcingo significa para las hijas de familias pobres de la región la única posibilidad de movilidad social, una forma de hacerse de un trabajo asalariado y acceso a prestaciones laborales si todo marcha bien, pues precisamente su lucha es también por acceder a plazas de trabajo al terminar sus estudios.
Amilcingo ha sido fiel a su historia, pues desde su nacimiento en 1974 ha navegado contra la corriente y no solo ha sufrido de violencia política y estigmatización por parte del poder y sus agentes, sino que ha padecido el asesinato de sus lideres y el acoso a sus estudiantes y profesores. El célebre “super policía” Apolo Bernabé tendría mucho que contar sobre estas historias de represión que él en persona ejecutó.
En 1975, antes de cumplirse un año de la fundación de la Normal Rural fue asesinado Benedicto Rosales Olivar y en 1976, el combativo profesor y principal promotor de la Normal junto con Eva Rivera Barrera, Vinh Flores Laureano fue asesinado arteramente por el rumbo de Tepexco. Igual Suerte corrió otro de los fundadores, Nabor Flores en 1979, quien era presidente del recién creado municipio de Temoác. Duró apenas 24 días en el cargo.
En su fundación Amilcingo hizo suyo el postulado zapatista de que las tierras tenían que ser devueltas “desde luego”, pues su creación fue sobre todo un acto de voluntad de padres y profesores que de manera voluntaria y gratuita pusieron en marcha la escuela a la par que realizaban los trámites para su regularización. La fundación de la escuela normal recibió el mandato popular de hacerse “desde luego”.
El camino no fue fácil y el activismo fue proporcional a ese gran reto, hubo marchas, mítines en Cuautla, en la Ciudad de México, plantones y huelgas y también hay que decirlo hubo cierta sensibilización de algunas autoridades federales como el profesor Victor Hugo Bolaños encargado de las normales en la Secretaría de Educación Pública. Y entonces, como ahora estudiantes de las normales rurales del país, acompañaron en su periplo a las “amilcingas”. Y también como ahora, se les señaló.
Negar el legado y el simbolismo de la normal de Amilcingo en Morelos, es no conocer su historia, es sumarse a un rancio discurso que ha estigmatizado históricamente a una comunidad entera cuyo único pecado ha sido la de aspirar a mejorar sus condiciones de vida.
Amilcingo no es Ayotzinapa, pero se parece.