La Barona y el estigma
En opinión de Aura Hérnandez
“-¿Y existen pruebas de que fue asesinado?-pregunté.
-¡Cómo no! ¡Las actas están en Cuernavaca!- dijo Enedino rápido.
-¿Y el asesino está preso?
-¿Preso?- preguntó Enedino con amargura.- ¡Si somos indios! ¿quién va a meter a la cárcel al asesino de un indio que defiende sus derechos?
Elena Garro, Breve Historia de Ahuatepec
Enedino Montiel y Antonia, su mujer, regresaban de Cuernavaca a Ahuatepec atravesando por los cerros, por los caminos reales que existían desde tiempos inmemoriales, cuando fueron sorprendidos por sicarios y ahí mismo fueron sacrificados por los enviados de sus acaudalados enemigos. Y es que Enedino, los tenía… y muy poderosos.
Enedino Montiel Barona, sobrino del General zapatista Antonio Barona, dirigente de los comuneros de Ahuatepec, inició en 1952 la lucha contra la compra fraudulenta de sus tierras por empresarios de la industria inmobiliaria que iniciaron en Morelos una cruzada para la construcción de fraccionamientos de lujo y campos de golf en terrenos comunales. Entre los predios disputados se encontraban los de la parte sur de la comunidad de Ahuatepec, en donde hoy se ubican el fraccionamiento Vista Hermosa y la colonia Antonio Barona.
Esos mismos empresarios construyeron en la misma década de los cincuenta los fraccionamientos Limoneros, Jardines de Ahuatepec y la fábrica que hoy conocemos como Cartuchos en los predios comunales de Ahuatepec atropellando con ello, no sólo la legislación agraria que conquistaron los campesinos en la Revolución, sino los derechos específicos de quienes eran titulares de estas tierras, entre ellos Enedino Montiel.
Lo que hoy es la colonia Antonio Barona, fue al principio parte de ese avasallamiento de la industria inmobiliaria sobre la tradición campesina de los comuneros que como propietarios originarios exigieron al Estado la restitución de sus tierras “desde luego” como bien lo apuntaba Zapata en el el Plan de Ayala.
Después, los campesinos volvieron a hacer justicia al entregar lo que se proyectaba como un fraccionamiento de lujo a los campesinos y familias pobres de Cuernavaca, que desde entonces poblaron ese territorio que, por Ley, pertenecía a los más pobres.
La construcción de la supercarretera México-Cuernavaca, la creación de la zona industrial de Civac, pero sobre todo el clima privilegiado de gran parte del estado de Morelos, despertó la codicia de una oligarquía politica-empresarial que acosaba a los campesinos para ocupar de manera ventajosa e ilegal una amplia zona de los terrenos comunales de Ahuatepec para darles el uso que “la modernidad” exigía.
La colonia Antonio Barona, se creó como una colonia popular en lo que estaba diseñada como un fraccionamiento de lujo que se llamaría “El Ensueño”, y que tenía como sus principales inversionistas se encontraban el entonces director del Banco Nacional de México, Agustín Legorreta, el expresidente de la República Miguel Alemán, un norteamericano de apellido Stone y algunos empresarios morelenses.
A Miguel Alemán se le reconoce como el impulsor del desarrollo como lugar de gran turismo al puerto de Acapulco y como impulsor de la autopista México Cuernavaca, por lo cual, ya fuera del poder político, concluiría su obra modernizadora como empresario. Un vasto territorio de Morelos y de Cuernavaca estaba en sus planes.
A esa modernización a toda costa se opuso Enedino Montiel, y para ello tejió una multiplicidad de redes de apoyo entre dirigentes campesinos, intelectuales y líderes campesinos entre los que se encontraban Elena y Deva Garro, el periodista Don Cristobal Rojas y Rubén Jaramillo entre otros.
Para la defensa de su territorio, los campesinos abrieron varios frentes: legales, culturales, periodísticos y por supuesto la lucha cívica. Por ello un gran golpe al movimiento fue la muerte de Enedino Montiel, la salida del país de Elena Garro y posteriormente el asesinato de Rubén Jaramillo.
La misma Elena Garro denunció en las páginas de Presente, el periódico dirigido por Cristobal Rojas que “un grupo de gentes, conocidas en los círculos industriales, bancarios y gubernamentales, querían posesionarse de esos terrenos próximos a Cuernavaca para convertirlos en fraccionamientos de lujo. Como las autoridades comunales del pueblo se habían negado a aceptar las ventas de las tierras, los banqueros, los industriales y los funcionarios habían formado una especie de mafia que golpeaba, asesinaba y encarcela metódicamente a los campesinos para obligarlos a firmar contratos de venta a precios irrisorios, y luego vender el metro comprado en veinte centavos en ochenta pesos”
Un mes antes de su asesinato, Rubén Jaramillo denunció en una carta enviada al Presidente López Mateos, la situación de violencia que estaban padeciendo los “campesinos colonos” de la Antonio Barona, debido al hostigamiento de las fuerzas policiales federales y del gobierno del estado, así como la parcialidad de los órganos de impartición de justicia locales y federales para favorecer a los fraccionadores de “El Ensueño”, que en cualquier momento mandarían a demoler las viviendas construídas por los colonos.
Obviamente, triunfó, con sus “asegunes” la resistencia campesina y los caciques de la industria inmobiliaria, no pudieron cumplir su “Ensueño”, porque con todo un historial de agresiones La Barona como se le llama en Cuernavaca, persistió. Pero no sin estigma y sin marginación.
El pasado 1 de septiembre la Barona fue nuevamente escenario del horror. Solo que ahora no fue la oligarquía política-económica quién los victimizó como en los inicios de su historia sino un nuevo agente perturbador, que se ha convertido incluso, en un poder fáctico a niveles comunitarios: las bandas del crimen organizado.
Casi una decena de jóvenes de la comunidad perdieron la vida cuando un comando armado atacó sin miramientos a jóvenes que asistían a un velorio y lesionó a otro número importante de asistentes. Nuevamente esa colonia que ha sido estigmatizada a lo largo de su historia, se vistió de luto.
Las redes sociales y medios de comunicación dieron cuenta de que quienes perdieron la vida en ese suceso, eran en su mayoría jóvenes que iniciaban su vida, no sin dificultades, pero si con sueños. Todos se rompieron.
No quiero decir que haya algo peor que perder a un ser querido, pero si es de una sensibilidad brutal, la estigmatización posterior que se hizo de las personas fallecidas en el ataque armado, con el clásico “quién sabe en qué andaban”, que se filtró en algunos medios y redes sociales.
La Barona creada a partir de una lucha social justa, debería de ser un ejemplo de lo que significó la resistencia campesina ante una modernidad malentendida y un punto de inflexión sobre la defensa de la identidad de los cuernavacenses, y no territorio común para la estigmatización de sus habitantes como ha ocurrido en su historia reciente, tanto con el pretexto del narcotráfico y más recientemente con la pandemia de Covid 19.
Como una forma de corresponder a la deuda histórica con los fundadores de La Barona, lo menos que podemos esperar es que las autoridades competentes realicen investigaciones eficaces y que se encuentre y se sancione a los culpables de la brutal agresión del 1 de septiembre.
Pero además, creo firmemente que es urgente la implementación de medidas sociales para rescatar a una colonia, que es con mucho el corazón de Cuernavaca, y que no ha sido otra cosa más que víctima de sus circunstancias.