El Tercer Ojo - La Herencia Maldita y los Herederos: El Sistema de Salud Pública en México
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
“Más que el Covid, el Sistema de Salud Pública y las Políticas Públicas de Salud son las que nos provocan el miedo de contraer una enfermedad que requiera atención de estos servicios”.
Estimados lectores de esta columna semanal, recuerdo aún nítidamente cuando el entonces Sub-Comandante Insurgente Marcos, al emerger a la luz pública el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) expresó muy claramente un mensaje de bienvenida al gobierno naciente: ¡¡¡Bienvenidos al Infierno!!!
Asimismo, reverberan en mi memoria las palabras de mi estimado amigo y compañero, el Poeta Javier Sicilia, cuando en una charla con La Comuna de la Palabra hablábamos sobre las campañas electorales para la Presidencia de la República y otros cargos de elección popular; esa ocasión manifestaba que estos procesos electoreros y campañas electorales de los diferentes candidatos y partidos políticos representaban una lógica centrada en una “Partidocracia” que mostraba a todas luces una batalla en pos de alcanzar “la cúspide de la administración de un infierno que es México”. Es decir, que el propósito (más que la transformación radical –de raíz—de las condiciones de injusticia, impunidad, corrupción, pobreza, violencia estructural, relaciones de dominio-subordinación, en fin, descomposición progresiva de nuestra nación), consistía en “ser el administrador principal de este infierno que no dejará de serlo por esa vía y por esos medios”.
Ya antes, algunos años atrás, desde Brasil, Dom Père Casaldáliga expresaba en la Agenda Latinoamericana del año de 1994, P.14, en el artículo La Cita del 94- No Bote su Voto, claramente: “¡No bote su voto!/ Votar para botar/ (echar fuera)/ Si no es para cambiar/ no vale la pena/ (…)” y Javier Sicilia, a tono con esta premisa, pensaba, lo mismo que yo, que más que buscar ese cambio verdadero, aspiraban a alcanzar el lugar del “Administrador de este infierno, sin pretender cambiar las condiciones que lo hacen posible”. Lisa y llanamente anhelaban un cambio de administrador y, con ello, un cambio en las formas de administrar el infierno.
Podemos, cualesquiera de nosotros, rememorar –elegantemente escrito en portugués: “lembrar”— las palabras de quien ahora ostenta el cargo de Presidente de la República y los discursos con los cuales mostraba a los electores y al pueblo de México el Estado de la Cuestión –sirviéndome de una categoría propuesta por Antonio Gramsci— que evidenciaba la nación desde prácticamente el comienzo de la tercera década del siglo XX y, como opción alternativa –léase Él, su Partido Político, su Proyecto y, desde luego, su autodefinición: La cuarta transformación—planteaba su figura y proyecto.
Bajo estos supuestos es perfectamente claro que sabían ellos –quienes ahora dicen gobernar el país, pero se sigue deshaciendo entre sus manos— que la nación se hallaba en un estado de putrefacción y descomposición tales que se requería diseñar e instrumentar cambios radicales y profundos en el estado de cosas y de prácticas políticas. Y, desde luego, no podrían alegar, en su defensa ahora, que les “dejaron un mugrero”, que los sistemas de salud, educación y de servicios públicos se hallaban en un estado tal que, a tres años de distancia, no era posible resolver. Ciertamente que ello era así; sin embargo, eran sabedores de ello.
Tratar de endosar a las administraciones anteriores el estado de la cuestión actual refleja, en el mejor de los casos, una actitud evasiva de responsabilidades políticas y, más aún, una sensible incapacidad de autocrítica necesaria en esta hora. En el peor de los casos, representa una claudicación tácita de la sujeción a las promesas de campaña y a las esperanzas generadas en el pueblo y el electorado que confió en ellos.
Si bien es cierto que una dimensión temporal de tres años –medio sexenio— es insuficiente para transformar –mediante su estrategia y tácticas— esa lacerante e inadmisible realidad; si también es admisible el hecho de que habría una resistencia clara y abierta por parte de quienes se beneficiaban de tal estado de cosas –fenómeno político e ideológico que no debían desconocer y que merecía atención preventiva por su parte—; sobremanera, si la pandemia y epidemia de Covid agarró desprevenido y sin recursos a nuestro país, pero no sólo a él, sino al resto de mundo; resulta comprensible que las consecuencias de este fenómeno sean de magnitudes que no fueron previstas porque no era posible ello. Empero, no basta con repartir anatemas matutinos ni arrojar la piedra a quienes deshicieron, antes que ellos, el país.
Han recibido, en efecto, una “herencia maldita”, sabían que era una “herencia maldita”, buscaron denodadamente recibir la “herencia maldita”, así que no es esperable para el pueblo y la ciudadanía que el argumento insostenible de haberla recibido es la causa de lo que ahora vivenciamos.
Es necesario e imprescindible, autocríticamente, presentar alternativas a corto, mediano y largo plazo para reconocer que, en efecto, se observan indicios de una verdadera transformación y, sobremanera, que, en el diseño o confección, operación, seguimiento y evaluación de un proyecto de transformación, participen efectivamente los diferentes sectores de la población, sin cortapisa alguna, de manera transparente e incluyente, y no sólo los miembros del gobierno en turno. De otro modo, lo mismo.
Hasta la próxima.