El Tercer Ojo - ¿De qué lado masca la iguana? O Iguanas ranas
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Amables lectores de El tercer ojo, esta ocasión me propongo invitarles a una reflexión en torno a nuestra relación, como seres humanos, con otros seres vivos –no necesariamente humanos—que comparten con nosotros este planeta.
Para ello me serviré de un hecho sucedido el día de ayer jueves en nuestra ciudad de Cuernavaca, Morelos, México.
Como sabrán perfectamente muchos de quienes me conocen y me leen, radico en la ciudad de Cuernavaca y como también muchos habitantes de este lugar, a diario, se percatan, una diversa variedad de seres vivos tanto de los reinos animal, vegetal o fungi, comparten con nosotros, dentro o fuera de nuestros hogares, este espacio vital.
Pues bien, como ya dije, el día de ayer, fuera de mi hogar, un ejemplar que es conocido como iguana, de gran tamaño –dado que su longitud aproximada era de un metro y algunos centímetros más, dividida esta medida entre su cola y su cuerpo. Debo destacar el hecho de que la proporción mayor correspondía a su cola y el resto a su cuerpo. El cuerpo, sostenido por sus cuatro patas, se mantenía expectante y en estado de alerta y si percibía algún peligro se giraba dejando frente a esta amenaza la cola con la cual lanzaba algunos latigazos tratando de alejar la amenaza percibida. Tal vez la cola midiera ochenta centímetros, aproximadamente, y el cuerpo medio metro. La parte proximal de la cola al cuerpo tenía un diámetro aproximado de ocho centímetros mientras que la parte distal de la cola se reducía a cuatro centímetros, aproximadamente, razón por la cual podría decir que tiene una forma cónica. El rabo era de color parecido a ladrillo –lo mismo que el resto de su hechura— atravesado circularmente –como si fuese anillos— por aros negros de una longitud aproximada de entre cinco y ocho centímetros cada uno. La parte superior de su cuerpo mostraba una especie de cresta con espinas erguidas, partiendo de la parte proximal de la cola hacia la cabeza y terminando antes de aparecer la parte posterior de la testa. Hacia la parte inferior del cráneo, por debajo de su hocico, una especie de bolsa colgante, una suerte de papada, de color naranja que prácticamente llegaba al piso y que después, al investigar sobre ello, supe que se inflama como parte de un ritual de defensa o de cortejo, pero que, en este caso, sin duda, era un ritual de defensa. Sus patas, con cinco dedos, dejaban ver unas garras largas, afiladas y curvilíneas que imponían cierta dosis de cautela. En síntesis, por la descripción que hago del ejemplar y con la ayuda del biólogo Topiltzin Contreras, ahora sé que es, según la taxonomía de Carlos Linneaus, en 1758, una Iguana iguana iguana, que es diferente de la Iguana iguana rhinolopha, descritas por Wiegmann, en 1834. (Nota, no es un error de repetición, así es la clasificación).
Tratando de poder atraparla para llevarla un lugar seguro, biológicamente para ella, siete personas, vecinas de la calle, sin experiencia al respecto y con cierta dosis de temor, por casi cuatro horas, estuvimos atentos y vigilantes tratando de encontrar un apoyo institucional que realizara tal labor de rescate, sin haber tenido éxito; una vez transcurrido ese lapso de tiempo, otro vecino, al parecer propietario del animal, envió a dos de sus trabajadores quienes se encargaron, con ayuda de algunos vecinos, de rescatarla y trasladarla a lugar seguro, luego de haberla estresado durante ese tiempo.
Dada la buena condición que mostraba el ejemplar y su rareza para nosotros, supusimos que no era endémico del lugar pues, empíricamente valorado, era la vez primera que nos topábamos con un animal de tales características; ciertamente convivimos con ardillas, perros, gatos, pájaros, peces, conejos, tlacuaches, lagartijas, arañas, alacranes, lombrices, ratas y ratones, mosquitos, cucarachas y más, pero con iguanas de esta estirpe y magnitud no recuerdo hasta ahora haber tenido encuentro alguno, ni mis vecinos. A pesar de que los humanos somos sumamente depredadores del entorno, nos preocupaba que la iguana se introdujera en alguna de las casas y fuese atacada por uno de los perros que en varias de ellas los hay. Ciertamente temíamos por su vida y buscábamos su seguridad. Quizás por ello estuvimos esas horas vigilando hasta lograr rescatarla, no sin haberla estresado.
Acudí por teléfono con un viejo conocido, que no conocido viejo, el biólogo Topiltzin Contreras, quien sugirió que se buscara la ayuda de la Procuraduría Federal de Protección Ambiental (PROFEPA), pero fue vano cualquier intento de comunicación; Protección Civil del Ayuntamiento de Cuernavaca o del Gobierno del Estado lo mismo; la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), particularmente la Facultad de Ciencias Biológica, expresó su incompetencia para ello, a pesar de tener un área de herpetología; en fin… parece que institucionalmente no hay interés por este tipo de sucesos.
Otra vez, el biólogo Topiltzin Contreras me dio la información de que este ejemplar de iguana forma parte de una especie que se encuentra en peligro de extinción, por ello oficialmente debe ser protegida por las autoridades correspondientes; asimismo, que su distribución abarca desde el centro y sur de nuestro país hasta Brasil, pasando por las naciones que existen entre estos dos extremos por el lado del océano Atlántico. Por ende, es necesario admitir que no erramos en nuestra actitud de protección y rescate y que esa debe ser la psotura a asumir ante eventos similares.