Cuando sea demasiado tarde… Videojuegos
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Soy gamer. Tendría unos 5 o 6 años cuando mi hermano mayor encontró, en el periódico del domingo que mi papá dejaba sobre la mesa de la sala de televisión, un anuncio muy particular. Un anuncio que cambiaría para siempre mi vida. Había llegado a México el Nintendo Entertainment System. Le costó $300,000.00 pesos, corría el año de 1987 u 88. Traía el primer Mario Bros. que llegó al país, aunque tengo entendido que era ya el segundo o tercero, había que aplastar champiñones y despojar a las tortugas de sus caparazones. También traía un simulador de cacería, una suerte de pistola que registraba los cambios de luz en la pantalla, y adicionalmente se adquirió el primer Metal Gear. No hubo vuelta atrás.
Treinta años más tarde, he recorrido la gran mayoría de consolas que llegaron a nuestro país. Mis gustos han ido cambiando a lo largo de los años. Recuerdo una temporada de afición a los “shooters”, que empezó con el primer Doom de id Software y habrá durado hasta el primer Halo que salió para PC y el primer Xbox. Los juegos de estrategia, como Age of Empires o Starcraft también tuvieron su apogeo en mi lista, para poco a poco dar paso a los juegos de terror y de violencia más gráfica. Tengo entendido que el Grand Theft Auto San Andreas es considerado el videojuego más violento de la historia, seguido por la 5ª edición de ese mismo juego, Grand Theft Auto V. No se ría usted de mí, aunque el 5º juego lleva el numeral V, el 3º y el 2º no llevan en su título un numeral.
Tiene usted la razón, la violencia gráfica ha llegado para quedarse. Es poco recomendable exponer a nuestros niños a la violencia en general. Sin embargo, debo de rogarle se detenga usted un momento. El contenido violento en los videojuegos no es un factor contundente en el desarrollo de su hijo. La idea de que el niño aprende a ser sicario durante su exposición a un videojuego, denominado como contenido para adultos, no lo convierte irremediablemente en un ser de violencia. David Ferguson, profesor de Psicología de la Universidad de Stetson, en Florida, sostiene que debemos dejar de pensar en los videojuegos como un mal al que exponemos a nuestros pequeños, un mal cuyas consecuencias son irremediables y desastrosas. ¿Su hijo o hija ha sostenido el mando de un videojuego en una tienda departamental? No se preocupe usted, la situación aún tiene remedio.
El contenido violento tiene una conexión innegable con el comportamiento de nuestros pequeños y no tan pequeños. Es un tema del cual no debemos de desocuparnos. Sin embargo, es preciso tomar en cuenta dos cosas: la primera de ellas tiene que ver con el contenido mismo. La música (banda, reggaeton, corridos, etc.), las series y telenovelas, y las películas también dictan pautas comportamentales. El efecto que tiene el contenido multimedia en el desarrollo psico-emocional es innegable. Hace usted bien en preocuparse por sus pequeños.
El segundo consiste en un hecho muy lamentable para usted y para mí. Los niños aprenden más de los adultos que tienen cerca (por ejemplo, su papá y su mamá), sobre cómo deben de comportarse. Hay quienes opinan que es muy entretenido operar a un personaje que porta una metralleta y la descarga sobre sus enemigos (y no tan enemigos), pero no se puede escapar de la imagen que le damos a nuestros niños. Si usted observa a un menor de doce años jugando un juego catalogado para adultos, lo más probable es que haya adquirido ese gusto por algo más que haya visto en su entorno. Tal vez no haya sido en su casa, pero las personas que rodean a su pequeño tienen más influencia en él que una pequeña caja negra llena de circuitos electrónicos. Si usted observa un gusto adulto en un niño menor de doce años, es muy probable que ellos sea un síntoma de una problemática mucho más compleja. No desaproveche la oportunidad de influir en el comportamiento de su hijo o hija, la única manera segura de invertir en el bienestar psicológico de su familia es dedicando tiempo, más que mera supervisión.
Si alguien ha de rescatar a nuestras familias, habremos de ser nosotros, porque nadie lo hará en nuestro lugar.
*Centro de Investigación Transdisciplinar en Psicología Universidad Autónoma del Estado de Morelos