El Morelos chingón
En opinión de Ricardo Esponda
Siempre he soñado con vivir en un Estado que sea ejemplo y modelo de convivencia social sana, donde exista respeto entre su ciudadanos y cumplimiento de las leyes que nos rigen, donde apreciemos nuestros hermosos paisajes, nuestro sensacional clima, nuestra entrañable historia y tantos maravillas culturales que hemos heredado y por lo tanto somos responsable de su cuidado y conservación. Que exista una identidad del morelense que nos haga sentir como hermanos y las cosas funcionen correctamente, que nos sintamos orgullosos de lo nuestro y que lo podamos presumir ante los demás.
He tenido la suerte de conocer otros Estados de nuestra Patria y también otros países, donde se percibe ese orgullo. Desafortunadamente debo reconocer que no lo noto en nuestro entorno morelense y me inunda la tristeza de escuchar y de leer siempre las quejas de todo lo que no funciona en nuestro gobierno, del desprecio hacia nuestra sociedad con las continuas corrupciones, injusticias y el clima de inseguridad latente.
Nadie está contento con ello, y nos hemos hecho a la idea de que para salir de esa mediocridad y estancamiento se necesita un caudillo que venga a despertarnos, con un acto de magia o con un toque sobrenatural, casi mesiánico, a redimirnos y darnos el lugar que merecemos. De esa clase de discursos y promesas ya estamos cansados y sin embargo nos siguen haciendo creer que ese es el camino para combatir los grandes rezagos de pobreza, desigualdad e injusticia en el que estamos sumergidos desde hace décadas.
Pero la realidad es muy diferente y está a nuestro alcance. Tenemos que mentalizarnos que la única y verdadera solución está en nosotros, en nuestra voluntad y convicción de que cada quien cumpla con su trabajo y su responsabilidad correctamente. Cuando todos los ciudadanos hagamos nuestro trabajo tal y cumplamos alegremente el deber. Cuando el maestro se esfuerce en enseñar y educar a sus alumnos, cuando la enfermera atienda con esmero a sus pacientes, cuando el comerciante sirva y venda sus productos con honradez, cuando el estudiante cumpla con sus tareas y no copie en sus exámenes, cuando los padres de familia nos empeñemos en transmitir los verdaderos valores trascendentes a nuestros hijos, para que sepan respetar a sus mayores, a los niños, los enfermos y a los más necesitados, cuando el servidor público sepa responder con espíritu de servicio y honestidad al cargo por el cual devenga un salario proveniente de los impuestos pagados por el pueblo, cuando el empresario sepa asumir su función de generar riqueza y empleos con responsabilidad social, cuando el deportista se concentre y ponga todo su empeño en triunfar en las competencias, cuando el campesino, el albañil o el obrero sepa trabajar para lo que fue contratado con su mejor esfuerzo, cuando el periodista se empeñe en comunicar la verdad y esté dispuesto a arrostrar las consecuencias de sus hechos, cuando el sacerdote o el ministro religioso esté dispuesto a ofrecer sus servicios a sus fieles con todo amor, cuando el conductor de taxis, camiones o “peseras” respete las reglas de tránsito y conduzca civilizadamente, y así con una larga lista de deberes de todos los ciudadanos que componemos esta enorme y diversa sociedad morelense, es cuando lograremos un verdadero cambio y que además, sea trascendente, no solo pasajero, por un sexenio o por algún tiempo perentorio. La solución está en nosotros como ciudadanos participativos, no en alguien externo, ya sea un político deslumbrante o carismático.
Parecería que es un sueño inalcanzable, pero estoy seguro que hay una gran cantidad de ciudadanos que ya hacen ésta labor desde hace muchos años. Que somos más los que nos esforzamos en cumplir nuestros deberes, llegar puntuales, rendir cuentas, salir de nuestro egoísmo, que los que no lo hacen y pretenden hacer trampa, corromperse o abuzar del otro con engaños o con acciones delictivas.
La corrupción no es un mal genético del mexicano, ni tampoco es un defecto cultural, como alguien nos quiso hacer creer. El mismo ciudadano que en nuestro Estado tira la basura en la calle, no cruza las avenidas por donde debe hacerse y desprecia a los policías y demás autoridades, en otros países donde sabe que las leyes sí se cumplen y hay consecuencias de su mala conducta, ni tira basura, respeta a los reglamentos y cruza las calles por las esquinas. Entonces no es un mal endémico, es respetar el Estado de Derecho lo que hace falta para que empiece a combatirse la corrupción.
Hagamos cada quien nuestra tarea, asumamos que es posible vivir en un Estado donde nos respetemos y valoremos a todos y cada uno con la misma dignidad. No es magia, es un poco de paciencia y mucho de ejemplo para lograr ese anhelado Morelos Chingón al que aspiramos.
Ricardo Esponda, Consejero