El Centinela
En opinión de César Daniel Nájera Collado
Hace muchos años, cuando los humanos se sabían a merced de la naturaleza, existió La Comunidad del Centinela. Este lugar recibió tal nombre porque se elegía a la persona con la mejor puntería para que, desde la torre más alta en el centro del pueblo, vigilara a los demás, y en caso de que alguna bestia feroz intentara atacar, este le arrojara una flecha mágica que la dormiría instantáneamente, posibilitando su expulsión de la comunidad.
A medida de que los años pasaron, la prosperidad se hizo presente. El pueblo creció, por lo que la torre tuvo que hacerse más alta, al grado de que rosaba las nubes. Los centinelas eran vistos como la conexión entre los comunes y el ideal de “seguridad”. Sin embargo, una noche, el centinela en turno descuidó su guardia, y al voltear hacia arriba, se enamoró de las estrellas. Se obsesionó tanto con tocarlas, que ordenó a la gente elevar el tamaño de la torre. Una vez hecho esto, el centinela pasaba todo el tiempo intentando alcanzar el cielo con sus manos. Desafortunadamente, una madrugada, entró en la comunidad un dragón que escupía fuego por doquier. La gente comenzó a gritar, y al oírles, el centinela se dispuso a rescatarlos. Con lo que no contó fue que la torre era tan alta que ya sobrepasaba las nubes, lo cual hacía imposible ver hacia la comunidad. Al final, el dragón arrasó con todo y nadie pudo impedirlo.
Siglos después, unos exploradores dieron con las ruinas del pueblo. Al observar que lo único intacto era la inmensa torre, subieron en busca de riquezas. Sin embargo, para su sorpresa, lo único que encontraron fue el esqueleto del centinela, acostado y con una sonrisa escalofriante. Al voltear para arriba, los exploradores observaron el cielo más despejado del mundo, y a su vez, también se enamoraron de las estrellas.
Muchas veces, por más extraña o inusual que la ficción pueda parecer, me sorprende que no veamos cuanto más increíble, y aterrador, es el mundo que hemos moldeado.