De Tlatelolco a Ayotzinapa. La criminalización de la juventud y el derecho a la justicia.
En opinión de Aura Hernández
¿Es posible que los jóvenes mantengan vivo el fuego de la imaginación? Si perseveran en el escepticismo y en el afán de éxito personal, es difícil que lo consigan. Pero solo dentro de 40 años, se conocerá la respuesta, en otro mayo, cuando el futuro sea pasado.
Tomás Eloy Martínez en “Tres historias de mayo”, 2008.
“En la memoria, 1968 fue un año glorioso. Pero en verdad estuvo sembrado de malos presagios y desdichas”, dijo el escritor argentino Tomás Eloy Martínez en 2008, cuando habían pasado 40 años del mayo francés de 1968 al hacer una retrospectiva de la irrupción de los movimientos de protesta juveniles en el mundo, y que si, en efecto, constituyeron un parteaguas en la historia del siglo XX.
También dijo Tomás Eloy que ahí, empezó realmente el tercer milenio. Por primera vez, sin reservas, los jóvenes tomaron las calles en el mundo y expresaron sus deseos de cambiarlo y construir uno nuevo.
Fue cuando el hombre pisó la luna, cuando se impulsaron formas de vida “modernas” (se masificó el uso del frigorífico y del televisor), en la música, hubo bandas de rock que desafiaban el stato quo, hubo crecimiento económico. Por fin llegábamos a la modernidad.
La revuelta estudiantil de Paris en el 68 se convirtió en un ícono de la necesidad de cambiar el estado de cosas, pero no fue el único movimiento que estaba moviendo desde sus cimientos las estructuras del poder.
En Estados Unidos, la población afroamericana inició las luchas por sus derechos civiles; en Italia y en Alemania hubo huelgas de estudiantes y obreros; ocurrió la Primavera de Praga en Checoeslovaquia que pugnaba, dentro del bloque Soviético, por un socialismo con rostro humano; en Bolivia el Ché Guevara inicio una nueva etapa de lucha por la liberación continental, y en México inició un movimiento estudiantil sin precedentes.
Pero ¿qué nos quedó de las luchas de liberación que en los albores de 1968 buscaban cambiar el mundo, que sea otra cosa que sus propias vidas sacrificadas? La revuelta estudiantil de París fue reprimida, en Estados Unidos el asesinato de Martin Luther King, fue un balde de agua helada al movimiento por los derechos de la población afroamericana, el Che Guevara fue capturado y sacrificado en Bolivia en 1969 en una operación coordinada por la CIA, la Primavera de Praga fue aplastada por los tanques soviéticos, teníamos ya a Vietnam y en América Latina tomaron el poder los militares para contrarrestar cualquier posibilidad de liberación continental como lo soñó el Che.
Y ¿en México? En nuestro país nos quedó para siempre en la memoria la masacre de estudiantes del 2 de octubre en Tlatelolco, que mañana llega a su aniversario número 51. Desde entonces ya no somos los mismos.
Lo que empezó como un movimiento con demandas puramente estudiantiles, se convirtió en un proceso que impugnaba las estructuras del poder en México, como no se habían movido desde principios del siglo XX cuando hubo una revolución armada: la falta de democracia, el autoritarismo, los derechos civiles y políticos, la represión contra la disidencia, la brutalidad policiaca, “el milagro mexicano”, entre otros.
La proximidad de las Olimpiadas de 1968, de las que México era sede, fue si se quiere, el pretexto más superficial para la brutal represión de estudiantes en la Plaza de la Tres Cultura el 2 de octubre, pero de fondo subyacía el gen autoritario de nuestro gobierno.
Pero aun con eso, lo que sembró el movimiento estudiantil de 1968 la pudimos ver, por ejemplo, en insurgencia vecinal en los temblores de 1985 y hasta en los de 2017, en la movilización ciudadana en las elecciones de 1988, en la alternancia política y el respeto al voto público del 2018, en el progresivo desarrollo de los derechos de las minorías. Lo vimos también en los jóvenes de Ayotzinapa que fueron desaparecidos cuando realizaban “boteos” para acudir a la manifestación del 2 de octubre en la Ciudad de México.
La profesión de profesor, que era lo que estudiaban los jóvenes desaparecidos, fue durante mucho tiempo en las zonas rurales de México, prácticamente la única posibilidad de jóvenes pobres para la movilidad social y las normales eran el espacio que abría esa posibilidad. Hoy las normales, se enfrentan para sobrevivir, no solo a la falta de recursos públicos, sino también a la amenaza del narcotráfico que actualmente se ha convertido en un poder fáctico determinante.
Las normales rurales fueron en sus inicios un proyecto impulsado por el cardenismo, que después del 1968 y en la guerra sucia empezaron a desaparecer, pues se les veían como la cuna de rebeliones a partir de las actividades de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, precisamente en Guerrero. Actualmente quedan menos de 20 en todo el territorio nacional.
En este contexto de satanización de este tipo de instituciones ocurre la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, pero también la persiste la terca memoria y la indignación de los familiares que no han cedido ni un ápice en su voluntad de encontrarlos. Y creo que seguirán, “hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Eso también, es una herencia de las luchas del 68.