Ansia de poder, ausencia de justicia. Manual para destruir la credibilidad
En opinión de Aura Hernández
“Entonces me convencí (...) de que solo posee el poder aquel que se inclina para recogerlo. Está al alcance de todos y basta atreverse a tomarlo”.
Fiódor Dostoyevski, en Crimen y Castigo.
De acuerdo con Manuel Atienza, “un buen juez (o, si se quiere, un juez excelente) no se preocupa simplemente por hacer bien su trabajo, sino que asume también una responsabilidad institucional en lo que hace: no le importa únicamente su conducta individual, sino que se esfuerza porque la institución a la que pertenece sea mejor”.
El filósofo del derecho, referente intelectual en Europa y América Latina y profesor de generaciones de abogados en la Universidad de Alicante en España, entre ellos varios mexicanos, publicó en el portal de su casa de estudios un artículo que él tituló El Juez perfecto.
Ahí el filósofo se refirió al magistrado de la sala superior del Tribunal Supremo de España, Perfecto Ibáñez como un símbolo de lo que debe ser un buen juzgador y, aunque el objetivo era analizar un voto disidente del juzgador, también esbozó ahí algunas de las virtudes que deben tener los jueces.
A propósito de Atienza, el pasado cinco de mayo por la mañana en Morelos, durante la sesión del pleno del Tribunal Superior de Justicia en la que se eligió a su representante para los próximos dos años, fuimos testigos de una expresión abrumadora de lo que no deben ser los jueces y, de la forma por excelencia en la que se puede socavar la credibilidad ciudadana que le queda a una institución.
¿Cómo podemos creer los ciudadanos de a pie en jueces que para satisfacer sus inquietudes de poder tuercen la Ley a conveniencia? Aunque es casi seguro que esto lo va a dirimir un órgano jurisdiccional competente, la exhibición de la calidad y el compromiso ético de los juzgadores quedó brutalmente expuesto.
Si bien es cierto que los órganos impartidores de justicia ejercen funciones políticas, es mucho más cierto, que al ser el poder judicial un órgano del Estado que se designa de manera indirecta, la vía por excelencia para legitimarse son sus resoluciones. Y lo que atestiguamos el pasado cinco de mayo en la sesión del pleno del Tribunal de Justicia de Morelos fue, por decir lo menos, una resolución muy discutible.
Discutible no sólo por la interpretación del derecho que ahí observamos, sino mucho más porque el conflicto político entre los integrantes del máximo órgano colegiado de impartición de justicia de la entidad, hace una contribución descomunal en la destrucción de la credibilidad institucional que, como dice Atienza, es responsabilidad de cada uno de los juzgadores.
Eso, independientemente de sus aspiraciones para dirigir la institución y disfrutar los beneficios y canonjías políticas, administrativas y económicas que el cargo conlleva.
Transitar por terrenos ignominiosos para conseguir el poder, no sólo denigra a quien lo busca y no lo encuentra, sino a quien lo busca y se lo dan pero a cambio de condiciones inconfesables, lo que es también una actitud inconcebible en un juzgador, en quien los ciudadanos depositamos muchas veces nuestro destino, nuestro patrimonio, nuestra tranquilidad.
¿Cómo creer en impartidores de justicia que ignoran los mínimos principios éticos y observamos que faltan a la verdad, que comprometen sus decisiones futuras, que no tienen respeto por sus pares, que les falta la templanza, la moderación y la prudencia? Como ciudadana digo que así es imposible.
Sobre esto mismo, el filósofo Roberto Lara Chagoyán, alumno destacado de Atienza, afirma que los jueces ejercen el poder más genuino, el poder directo sobre las personas, no sobre las masas como es el caso del poder político, por ello ese poder no lo puede ejercer cualquiera.
De acuerdo con Lara el papel de juzgador “debe ser ejercido por alguien que sabe manejar las artes del derecho, pero que además sabe manejarlas de manera virtuosa (...) un juez no solo debe saber derecho, sino que también debe mostrar ciertos rasgos de carácter que lo hagan digno de su encargo”.
De acuerdo con esto, el trabajo de juez no debe ser sólo un modus vivendi, un juez no debe ser solo un aplicador de la norma en el sentido estricto sino que debe tomar conciencia “ de la belleza de su profesión” y ejercer por vocación el oficio judicial. Y según Lara Chagoyán necesitamos “jueces cultos, jueces lectores, que vivan a través de la literatura otras vidas(...) jueces comprometidos, virtuosos”.
¿Cuántos jueces virtuosos tenemos en el Tribunal de Justicia? si están ahí necesitamos su protagonismo con urgencia. Lo merecemos, lo necesitamos.