Así fue la visita al panteón durante el Día de Muertos

Comerciantes de flores hicieron su agosto en pleno invierno

Así fue la visita al panteón  durante el Día de Muertos

Los rayos del sol caían incesantes como látigos en su espalda en el nuevo horario de invierno, sin embargo, poco o nada le importaba porque su verdadera preocupación en ese instante, era sacar la escasísima agua que gota a gota caía en esa vieja pileta.

Quería rociar las flores que compró para dejar lista, bonita y a tiempo la tumba donde reposan los restos de sus seres queridos, en especial el de su madre Lupita, que desde hace algunos años se adelantaron camino al Mictlán.

El olor a incienso y flor de cempasúchil inundaba el ambiente en el campo santo, pareciera que ese día fuera el ritual que cada luna llena se realiza con cientos o tal vez miles de personas, algunas medio vivas y otras no tanto, las que zigzagueaban entre lápidas y epitafios.

Afuera, los comerciantes de flores sin importarles la grave inflación registrada en los últimos meses en Morelos en detrimento de los que menos tienen, dejaron más que fríos a los visitantes quienes con rabia tuvieron que pagar para adquirir las macetitas de la flor de cempasúchil que resintió los estragos de la sequía y el alza de los insumos agropecuarios con aumentos de entre 10% y 69%, respecto al año pasado en gran medida por el conflicto bélico que continúa entre Ucrania y Rusia.

Las lágrimas de José se confundían con el sudor de su cuerpo, quizá por el intenso calor que en ese momento demostraba y reflejaba su enorme poderío Tonatiuh (que en la mitología mexica es el Dios del Sol y que el pueblo azteca lo consideró como el líder del cielo).

No lloraba de dolor, sus lágrimas eran de sentimiento, de rabia e impotencia porque ya no pudo seguir disfrutando por más tiempo a su viejecita santa, a su madre, aquella señora que hasta el último día de su existir le seguía demostrando y diciendo cuánto lo quería. Sí, esa señora que sin importar que su hijo fuera mayor de edad y responsable de sus actos, toda la vida le imploraba y rogaba a Dios que se portara bien para que le fuera mejor; sí esa señora de pelo en cana, cuyas arrugas evidenciaban además de la experiencia los años de trabajo con la idea de sacar adelante a su familia y darle a su hijo todo lo que ella, decía, no pudo tener. La misma que siempre estuvo en las buenas y más aún en las malas.

De pronto, los gritos y ofrecimientos de los vendedores de golosinas, así como de aquellos que exigían unos pesos por traer unas cubetas de agua, sin percatarse o de plano sin impórtales en lo absoluto, que el jardín y la tumba evidenciaban el baño que acababan de recibir por la cantidad del vital líquido que con pequeños botes vacíos de chiles envinagre que improvisó y utilizó para tal fin.

A lo lejos, alcanzó a escuchar el rugir de la garganta de un trio de norteños que desentonados hacían su mejor esfuerzo para agradar a los clientes y hacer su agosto en pleno mes de noviembre.

- ¿Cuál le cantamos patrón?

¡Tenemos puros éxitos! Está esta que nos piden mucho: ¡Cerró sus ojitos de Cleto de Regina Orozco! O la de ¡Amor eterno del Juanga! o la de ¡Cruz de olvido! ¡No me digas adiós! ¡Tu funeral! o ¡Dos coronas a mi madre!, o incluso la de ¡Puño de tierra!

Las canciones tenían un costo de 50 varos o tres por 120 pesitos.

La respuesta de Pepe fue en sentido negativa. Jamás emitió una palabra, bastó solo con agachar la cabeza y girarla de izquierda a derecha.

Su negativa fue basada en la carencia de recursos económicos para poder pagar una melodía, por más que lo quisiera hacer.

Pero también, porque sin tener que gastar un solo peso aprovechó que familias varias a escasos metros no se cansaban en contratar los servicios de los grupos no profesionales que ofrecían sus servicios y, por lo tanto, no dejaban de escucharse las melodías de temporada.

Muchos de los presentes se desgañitaban intentando cubrir sus debilidades artísticas, repitiendo los éxitos que hace cuatro o cinco décadas compartía con su público Antonio Aguilar con su "Puño de tierra":

"Vagando voy por la vida / nomas recorriendo el mundo / si quieren que se los diga / yo soy un alma sin dueño / a mí no me importa nada / pa' mi la vida es un sueño".

"Yo tomo cuando yo quiero / no miento soy muy sincero / y soy como las gaviotas volando de puerto en puerto / yo sé que la vida es corta / al fin que también la debo"...

El tiempo no se detuvo y de pronto, vio como los vecinos que se encontraban en las tumbas del panteón iban llegando por doquier. Unos se iban y otros de la nada llegaban, como fantasmas, sin temor a que por la noche los jalen de los pies por lo irrespetuoso de ir caminando entre las tumbas.

Ya más tranquilo, luego de haber cubierto para ese momento con abundante agua el pequeño jardín de la tumba donde yacen los restos de su madre, empezó a sentir retortijones en la panza por el hambre que pudo ser porque en la mañana antes de salir de su casa alcanzó a medio tomarse un café y el pan de muerto que disfrutó sintiéndose vivo. Pero, además, no era todo a esa hora empezó a sentir el rigor y el dolor intenso en su cabeza por la desvelada y el alcohol a granel que consumió la noche anterior en el México Lindo y Querido, a dónde acudió al social con sus amigos de salsa.

Justamente en ese momento le llegó a su trasnochada memoria que en su automóvil tenía unas amargosas, ricas y espumosas en la hielera. Más tardó en recordar que en destaparse una Vicky, por aquello de que la Victoria es nuestra.

El hambre que a esa hora había provocado una pelea entre sus tripas, evidenciando que la más grande pretendía comerse a la más pequeña provocó en automático una reacción. De inmediato sacó su torta de jamón y frijoles negros con harto queso que se había preparado, sin faltar los chiles verdes de "amor", de a mordidas que le daba sin importar sus caras de angustia cada que le daba un mordisco.

En el primer mordidón tamaño familiar que le dio a su torta, gratos recuerdos le llegaron de su madre luego de que vagamente empezó a escuchar otra vez a lo lejos los versos que se rifaban de otro grupo de artistas urbanos con canciones de Los Cadetes de Linares:

"Dos coronas a mi madre al panteón voy a dejar / Donde me paso las horas llorando sin descansar / Dos coronas a mi madre, es muy poco para ti / Madrecita de mi vida, quisiera quedarme aquí".

Mientras José seguía limpiándose con las manos sudadas sus ojos de donde continúan saliendo lagrimas por el sentimiento de su adorada y recordada madre en este primero de noviembre, frente a él, desfilaban familias que estaban en pleno picnic donde incluso, a la distancia se podía ver un ambiente de felicidad más que de dolor que invadía a la mayoría de los presentes.

Así transcurrió un día más del buen Pepe quien acudió a visitar a su madre al panteón luego de que una década atrás, dejó físicamente este mundo terrenal cuando al negarse a entregarle a unos ladrones su quincena que recién había cobrado y con la cual, pretendía utilizarla para comprar comida y llevarla con su hijo que la esperaba impaciente en su hogar... jamás regresó. Las balas se impactaron en su cuerpo y a final fue innecesario trasladarla a un hospital porque los proyectiles tocaron puntos esenciales de su cuerpo. Ahí quedó.

La tarde caía y los visitantes uno a uno se iban despidiendo de sus difuntos, lo que pasó desapercibido para Pepe quien en ese momento aprovechó sus cualidades de hacer amigos como lo demostró con la familia Pérez-Rodríguez que, al igual que él acudieron al campo santo a recordar a sus seres amados antes de regresar al Mictlán.

En ese momento, las chelas y las rolas se rifaban hasta que entrada la noche, personal de seguridad del panteón amablemente les pidió retirarse porque la hora de visita a sus muertos había terminado. Tenían órdenes de cerrar el lugar.

Todos la petición sin reclamar para quedarse un solo minuto más; no sin antes amenazar y lanzar un juramento al aire de que el próximo año regresarán para seguir con ese ritual que se lleva a cabo Durante el día de difuntos.