Árbol inmóvil - 54 Legislatura: en el cadalso

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - 54 Legislatura: en el cadalso

Este parlamento, que generó un raudal de expectativas en la opinión pública (en gran medida, por la ola impía de Andrés Manuel López Obrador), está inmerso en el patíbulo… En esa estela que sus 20 inquilinos trazan cada día hacia el cadalso, las fisuras siguen incrementándose de manera cínica y pertinaz.

            El transfuguismo político (tránsfuga, de acuerdo a la RAE, es una denominación atribuida a aquellos representantes que, traicionando a sus compañeros de lista o de grupo —manteniendo estos últimos su lealtad con la formación política que los presentó en las correspondientes elecciones—, o apartándose individualmente o en grupo del criterio fijado por los órganos competentes de las formaciones políticas que los han presentado, o habiendo sido expulsados de estas, pactan con otras fuerzas para cambiar o mantener la mayoría gobernante, o para dar la mayoría a un grupo que no la tiene, o bien dificultan o hacen imposible a dicha mayoría el gobierno de la entidad) se hizo notorio.

            En la anterior definición, sobresale un verbo: “pactan”. Los congresistas actuales establecen redes de maniobra, guiados por una ceguera sediciosa, que los sitúa en la vaguedad de la fisonomía de la desesperación, de donde no debieron haber salido.

El personal de la periferia (asesores y empleados) se burla de la ignorancia que persiste en cada uno de los 20 y, sobremanera, de la sordidez con que se conducen. En el marco de la Apertura del Primer Periodo Ordinario de Sesiones del Segundo Año de Ejercicio Constitucional, los órganos de control no son prioridad; simple y llanamente, porque la ambición del poder los tiene en la simulación.

La sevicia es incesante, de modo paralelo a las promesas incumplidas, a los pendientes y, aún más, a la nulidad de respuestas hacia quien los encumbró ahí: el pueblo morelense. No tienen idea del consenso. Usan la tribuna máxima para desplegar pleitos de calle o disensiones estériles que, en materia mediática, “dan nota”; pero, en el ámbito del idealismo, no sirven para absolutamente nada. No se ponen de acuerdo ni en lo más vil, porque se guarecen bajo las vánovas de la corrupción.

            Recién, José Galindo Cortez, quien protagonizó un salto cuántico: del Partido del Trabajo a Encuentro Social, con un glosario pírrico, sólo se circunscribió a decir que no le “están dando un mensaje negativo” a los ciudadanos. Obvio: desde la perspectiva del afianzamiento en el poder, lo demás no interesa. Al fin y al cabo, fuera de la Ciudad de México, “todo es Cuautitlán” (frase atribuida a la “Güera” Rodríguez).

            Se resumen en algo que me comentó mi amigo José Martínez Cruz: “discursos vacíos”. Sin discusión. La vacuidad es rectilínea en ese espacio donde, ahora, no hay leyes.

La frustración se manifiesta cuando no se puede hacer nada (en el imperativo inexorable). En el instante en que uno entra al Congreso local (verbigracia), para presenciar una sesión, rueda de prensa o un simple movimiento circular, se experimenta la angustia de la desolación. El Congreso está extraviado. No percibe los puntos cardinales. Está desubicado. Somnífero; henchido de un martirio que se generó por entorpecimiento, a consecuencia de sus desproporciones. Todos desembocan en un desamparo agreste y huraño.

 

MONÓLOGO DE DESTIERRO

            “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos? Si nos envenenan, ¿acaso no morimos? Y si nos agravian, ¿no debemos vengarnos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso”. Éstas son lascas del monólogo “El mercader de Venecia”, de Shakespeare. Las profiere Shylock, un usurero judío -que defiende así a su raza frente a los prejuicios de los habitantes de Venecia-.

            El Congreso es tal cual. Un cúmulo de ostracismo, donde la actitud tránsfuga permea.

 

ZALEMAS

            El acicate hace daño… Crea diáspora. Y, sin distingos, motiva a la desaparición. Es común quitarse la vida ante el escenario del desamparo. En “Averna”, José Emilio Pacheco, espeta:

 

Todo está muerto

En esta cueva ni siquiera vive la muerte.

Es verdad que los muertos tampoco duran

Ni siquiera la muerte permanece

Todo vuelve a ser polvo. Pero la cueva preservó su entierro.

Aquí están alineados cada uno con su ofrenda

los huesos dueños de una historia secreta

Aquí sabemos a qué sabe la muerte

Aquí sabemos lo que sabe la muerte

La piedra le dio vida a esta muerte

La piedra se hizo lava de muerte

Todo está muerto

En esta cueva ni siquiera vive la muerte.

 

            Sí. El derredor es una caterva intemporal. Ataviada de desdén y una sustancia de muerte. El suspiro tiene un instante menos.

            (Hasta el siguiente jueves…).