El Tercer Ojo - A casi dos años de la ¨Era de la Peste¨
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Estimados lectores que siguen esta columna semanal, ahora (a casi dos años cumplidos de afrontar de diversos modos y con recursos que tanto colectiva como individualmente han acarreado diferentes consecuencias y explicaciones de la epidemia y pandemia de COVID-19), me propongo exponer ante ustedes una idea que circula ya en varios sectores de la sociedad en su conjunto.
Hemos podido observar que algunas personas comienzan a mirar una luz al final del túnel y, en consecuencia, a pensar en una era post COVID, a pesar de que sabedores somos de que deberemos aprender a convivir con esta circunstancia, como antes se ha hecho con las diversas enfermedades que provocadas por la presencia de virus, bacterias y condiciones socioeconómicas y sociopolíticas que les exacerban, forman parte incuestionable de nuestra realidad.
El problema no se reduce únicamente a la presencia del virus y las altas tasas de morbilidad y mortalidad que han significado en un sentido epidemiológico. Asimismo, e inobjetablemente, las estrategias y tácticas que tanto mundial como nacionalmente se han diseñado e instrumentado forman parte inexorable del problema; el confinamiento, el distanciamiento físico, la pérdida del contacto –más que físico –psicológico, afectivo/emocional—entre las personas, la reducción significativa de la comunicación vis-à-vis –cara a cara—, la disminución de las interacciones socioculturales –educativas, laborales, etcétera—, son también componentes que deben ser considerados a la hora de las reflexiones.
Además, de suyo, las tasas altísimas de mortalidad, que no se reducen a cifras, números y datos para las estadísticas, sino que tienen implicaciones de pérdidas afectivas, emocionales o económicas que demandan estrategias de afrontamiento mediante mecanismos psicológicos de elaboración de duelos ante lo que el psicoanalista Igor Caruso trató de comprender y explicar en su texto La separación de los amantes; empero, por otro lado, las pérdidas que se suman a las que prexistían a la presencia del este virus, como la certidumbre de un futuro seguro y, por el contrario, el crecimiento exponencial del miedo a enfermarse, a morir, a contagiar a los seres queridos, a perder personas cercanas a los círculos de relaciones próximas, la presencia de sentimientos de indefensión o desesperanza, agudizan la cuestión.
El problema que se nos presenta pudiera plantearse con una interrogante semejante a ésta: ¿Cómo debemos o podemos transitar de esta coyuntura a otra que aún no hemos podido imaginar con claridad y nitidez?
Una primera representación se mostraría con una imagen que mostrara el pasado, el ayer, o el atrás; ello pudiera traducirse como: Regresar a un imaginario “antes de”, como si tal “antes de” fuese un monolítico idéntico para todos los seres humanos, en todos los contextos históricos y sociales, y en todas y cada una de las regiones y lugares del planeta. Ello, naturalmente, es imposible, a pesar de que pueda ser imaginable o deseable de múltiples y diversas maneras.
Ya en su tiempo, el poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán expresaba, a través de su libro El Profeta, que alguna ocasión, ante pregunta de una mujer cuyo nombre es, si no recuerdo mal, Almitra, el Profeta, Al Mustafá, resaltó que jamás la “Rueda de la historia nunca gira para atrás”.
Pues bien, parece que, bajo la luz de esta sentencia, la primera representación es inviable.
Una segunda representación, caracterizada más por su naturaleza retórica y política, arguyendo que la primera representación es inviable, sugiere que lo que tenemos frente a nosotros es una “nueva normalidad”.
Quizás consideren que anteponiendo el calificativo de “nueva” tendremos ante nosotros una claridad y una transparente imagen de qué es lo que debemos esperar. Sin embargo, considero que ello no es así, y no lo es, en virtud de que ni el pasado ni lo nuevo están, ante nosotros, fantasmales y imperceptibles, esperando a que los “descubramos” y entonces sí, podamos abandonar las calamidades que devinieron al llegar el COVID 19. No hubo “Caja de Pandora” alguna que destapó y liberó tales jinetes de naturaleza apocalíptica; tampoco hay realidades que quedan atrás o que en el futuro –próximo o lejano—nos miran partir o nos esperan sin impaciencia.
La tercera representación, la cual asumo como la que debiera proseguir, trasciende las dos primeras y nos coloca ante el panorama que el vate Amado Nervo, mostró en su poema En Paz; “… Porque al final de mi rudo camino/ me di cuenta que fui el arquitecto de mi propio destino,/ que si coseché hiel o mieles sabrosas,/ fue porque puse miel o hiel en las cosas…”.
Nada como entidades irreales e imposibles de alcanzar se encuentran o hallan ante nosotros.
O tal vez sí.
La certeza de que el mundo como hoy es, o como fue ayer, no es lo que anhelamos o soñamos, ni siquiera lo será inamoviblemente; no existe como será, de no ser porque hay unos pocos principios que transforman ese será en un debiera ser; un debiera ser que no existe teleológicamente; un debiera ser que halla sus fundamentos en la “fuerza poética –de Poiesis—de nuestra imaginación, de nuestras intenciones, de nuestra voluntad, de nuestros compromisos y de nuestra acción”.
En el principio no fue el Verbo, en el principio fue la Acción.
Facta, non verba.
El Principio Esperanza.