El Tercer Ojo - El Valor de la muerte: Devolver los muertos a la vida
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
La revista independiente internacional, de carácter científico, The Lancet, fundada en el año de 1823, en lo que hoy es Reino Unido, muy recientemente se dio a la tarea de constituir su Commission on the Value of Death: bringing death back into life con el propósito de evaluar y presentar un informe científico sobre los procesos de deshumanización del fenómeno de la mortalidad y sugerir estrategias y procedimientos para devolver el carácter humanizado al asunto de las muertes durante el tiempo transcurrido muy recientemente.
Da comienzo al reporte en cuestión con una afirmación algo misteriosa: “The story of dying in the 21st century is a story of paradox” (“La historia del morir en el Siglo XXI es una historia de paradojas” traducción libre mía); como podemos admitir, mientras algunas personas mueren en hospitales, con atención médica pública o privada, otras fallecen en sus hogares, en las calles, o fuera de las instituciones de salud –pública o privada—bajo la lógica de un abandono a su “suerte” y en condiciones terriblemente inhumanas y permanecen a la sombra de un manto que oculta a nuestros ojos dicha situación.
Desde luego que, dada la naturaleza de dicha Commission, no fueron consideradas, ni de conjunto ni en lo particular, las muertes –léase asesinatos, ejecuciones, “daños colaterales”, “castigos ejemplares”, “pérdidas durante los interrogatorios”, etcétera, que cotidianamente observamos o sabemos de ellas—como parte de la vida cotidiana bajo la calamitosa violencia estructural que en América Latina y, particularmente en nuestro México, vivenciamos o conocemos a través de la prensa o las “redes sociales”.
Tan sólo la friolera de “más de 200,000 homicidios, o un asesinato cada 23 minutos” desde el año 2011 hasta ahora, sumado a una cantidad aproximada de 100 mil desaparecidos forzosamente y contra su voluntad, durante el mismo lapso de tiempo, pueden mostrarnos una imagen tenebrosa de la mortalidad por estas razones –sin considerar accidentes, enfermedades que marcan la mortalidad epidemiológicamente valorada rutinariamente o los suicidios—y, sin aparecer nítida y claramente, sino mostrándose como un fantasma que acompaña dicha mortalidad, nuestra insensible deshumanización y normalización de la muerte, ocultándola tras un velo que invisibiliza y desensibiliza, más allá del dolor y la conciencia, el hecho de ir muriendo por razones que no debieran ser admitidas ética, moral o socialmente.
Tampoco aparecen aquí los restos hallados en los cementerios clandestinos, diseñados y operados tanto por grupos de la eufemísticamente denominada “delincuencia organizada” o de las Fiscalías de los gobiernos federales, estatales o municipales –como lo fueron en Morelos las Fosas clandestinas de Tetelcingo y Jojutla durante el infame gobierno de Graco Luis Ramírez Garrido—. que pueden representar otra cantidad aproximada de un millar y medio de “fosas” con otra cantidad, también aproximada, de 2 mil 489 cuerpos y 584 restos en 24 entidades del país.
Si aunada a esta cifra, que trasciende desde luego el sentido de número y lo enrostra como seres humanos con nombres y apellidos, con padre, madre, hermanos, hijos, parejas sentimentales, amigos o compañeros, nos daremos cuenta, muy a pesar nuestro, de que los números, las cifras y las estadísticas se rompen en pedazos que caen por el suelo y cual fragmentos de cristal, dentro del caleidoscopio con el cual jugábamos desde pequeños, tiempo ido ya, tratamos de encontrar figuras que tengan sentido y significado, rompiendo el sinsentido de una realidad fragmentada, amorfa y sin rostro, y comenzamos a percibir, nuevamente, clara y nítidamente, caras y sonrisas de alegría, o llantos de tristeza y de dolor; nos topamos con mirada llenas de esperanza mirando el horizonte de los sueños lúcidos, soñados en vigilia y sólo entonces podremos llorar a nuestros muertos o desaparecidos y darles el lugar que merecen en nuestra vidas.
No he considerado aquí, cosa que sí hace la Commission, las muertes por Covid que nunca vieron sus deudos y a los cuales no les dieron el trato que merecían, humanamente hablando; en el mejor de los casos les fueron entregados, en una pequeña cajita o escriño, sus restos transformados en cenizas, después de haber sido incinerados, bajo el supuesto preventivo de una transmisibilidad, como si tal polvo, fuese la “evidencia” de alguien que algún día fue.
En nuestro México fue una cantidad oficial de casi 310 mil decesos, sin considerar las eufemísticamente llamadas “exceso de mortalidad” que, adicionadas a esta cifra daría una proporción de prácticamente 600 mil casos.
Sumados estos a los casi 300 mil muertos por razones de la violencia estructural tendremos una cantidad de un millón de muertes que pudieron ser evitadas o prevenidas y que, en el peor de los casos, pudieron ser tratadas humanamente. Como sería deseable y esperable.
Si duda alguna, como era el propósito de la Commission, devolver, regresar, a los muertos a la vida, humanamente hablando, debiera ser una prioridad hoy y siempre, en la perspectiva nuestra.