¡Cállate los Ojos! - Un Cristo con aureola de papel VIII
Lina Ma. Pastrana en Cultura
Trató de calmarse un poco para idear un plan que le ayudara a salir bien librado de la situación pero todos los pretextos que se le ocurrían resultaban imposibles de creer. Llegó a la conclusión que lo mejor sería huir. Recoger a su madre y a su hija y salir corriendo a Chihuahua, así tuviera que irse caminando.
Entró al baño azotando con fuerza la puerta, quería mojar su cabeza en el chorro del agua para calmar un poco el dolor que a cada minuto se hacía más intenso
Cuando trató de salir notó que el mecanismo de la perilla de la puerta se había roto. Desesperado comenzó a gritar: ¡No, Dios mío! Me estás castigando por haber tenido encerrado tanto tiempo al Cristiano y por eso me estás encerrando tú a mí. Pero ¡qué no ves que ya lo solté! No me puede estar pasando esto, tengo que salir.
Unas horas después entraban sus tres compañeros a la casa y desde el primer momento escucharon el ruido insistente que provenía del baño. Fue entonces que le gritaron: — ¿Qué pasa? ¿Quién está ahí dentro?
Desde el interior Melasio contestó: — Pues quién va a estar buey, soy yo. Me quedé atrapado no puedo abrir.
Sus tres cómplices rompieron la perilla y al observar el interior del baño vieron que estaba prácticamente desmantelado. Melasio había intentado obtener cualquier objeto que le ayudara a forzar la puerta, tenía el tubo del toallero, el flotador del retrete y hasta había desprendido el botiquín con espejo.
Una vez que salió las mentiras brotaban de sus labios sorprendiéndolo a él mismo. Se dirigió a su jefe y le reclamó diciendo: — ¡Ya ve! Por eso mismo le pedí que me diera el nombre de su visita. Tocaron me dijeron que venían de parte del Azul y yo ¡caí!
Les abrí la puerta y se me echaron encima tres hombres, ellos me metieron al baño y no sé qué le hicieron a la cerradura que la dejaron bloqueada.
Angustiado El Azul corrió hacia la recámara para comprobar su temor y furioso gritó: — ¡Malditos! Esos infelices se llevaron la mercancía.
Se dirigió nuevamente a Melasio y le preguntó: — Eso ¿a qué horas fue?
Melasio lo meditó un momento y contestó: — No sé, perdí la noción del tiempo ahí encerrado, pero ya tiene varias horas.
“El Pelón” intervino entonces: — Azul mejor nos pelamos. Quien haya sido ya debe de haber avisado a la policía.
Los cuatro salieron de la casa y las palabras de “El Pelón” resultaron proféticas porque en esos momentos se acercaba una patrulla y una camioneta de la policía. Los hombres trataron de escapar, pero los uniformados lograron someterlos y unos minutos después se encontraban los cuatro delincuentes dentro de la camioneta.
En el interior ninguno de ellos se atrevía a hablar. De pronto un policía de bigote abrió la puerta del vehículo y al primero que observó fue a Melasio, quien con una sonrisa le preguntó: — ¿Cómo está mi Poli? ¿Ya terminó de comer?
Furioso, el policía ordenó a su subalterno: ¡Bájame a ese chaparro desgraciado!
Los tres compañeros que quedaron en el interior observaron cómo Melasio era bajado a golpes de la camioneta, para después ser tratado a empujones por el comandante, pero ninguno de ellos alcanzó a escuchar lo que le decía: — ¡Mira chaparro igualado! Te me largas en este momento y entiende que te estoy haciendo un favor.
Preocupado su subalterno le preguntó: — Pero Comandante, cómo lo va a dejar ir, si este chaparro también andaba en la bola. El Comandante le explicó entonces: — Te aseguro que se trata de un pobre infeliz que nada tiene que ver con los otros delincuentes. Solo tuvo la mala suerte de caminar por aquí cuando los detuvimos.
Los vehículos de la policía se retiraron y en esa ocasión Melesio tuvo que regresar caminando a su hogar. Y aunque tardó varias horas llegó sintiéndose inmensamente feliz.
Aquella tarde de Octubre Melasio se encontraba sentado en la banca de una calle, cuando un hombre que iba manejando lo reconoció. Decidió entonces estacionar su auto, atravesar la avenida y acercarse a la banca lo saludó y se sentó a su lado mientras le decía: — ¿Cómo estás? “Rata Miserable”. Continuará…
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